[Gustavo Sainz - La Princesa del Palacio de Hierro

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La Princesa del Palacio de Hierro: краткое содержание, описание и аннотация

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Es la tercera novela de Gustavo Sainz (1974) y obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia. La única narradora de la novela es la protagonista que habla sin parar de sus amores, sus diversiones y del ambiente político, haciendo un retrato de la juventud de la clase alta mexicana de aquella época, con desparpajo, exageración y gracia. El autor logra captar el tono coloquial en una estructura sumamente libre, reproduciendo las frecuentes muletillas, los comentarios al margen y las mentiras de cualquier conversación trivial, con lo que el lector casi cae en la trampa de creer que sólo se trata de las confesiones de una chismosa frívola en un momento determinado, cuando en realidad contemplamos el panorama general de toda una década.Como Scherezada, la anónima protagonista de este libro habla convulsiva, violentamente, difiriendo un acontecimiento que nadie parece conocer. ¿A quién le hable? Está decidida a hacerse valer y al mismo tiempo asombrada de prevalecer, no en su perfección lógica si no en su inconsecuencia. Hablar es para ella una voluntad de rescatar las imágenes y los hechos en su friabilidad, cibración y carácter provisorio; una bárbara acumulación de recuerdos que se desbordan por banales, viles o nobles; un desbordamiento tal que anulará su educación sentimental precisamente exaltándola; un caudal de palabras que simulan la «escritura desatada» preonizada por Cervantes al concluir la primera parte del Quijote, y que terminará por desmitificarla a fuerza de mitificaciones y contaminaciones. Este discurso feroz, insensato y locuaz se produce por intolerancia del presente y de ella misma, en una romántica confianza en la disponibilidad de lo real y la certeza de que todos cumplimos también mediante el ridículo, el miedo, la fatiga y la crisis. Su recreación de algunos esquemas coloquiales lleva su palabrerío no al fetichismo ni a la tautología, sino a convertise en vida él mismo, o sea relación y aventura, error o inquietud, vergüenza, rigor y trauma de la costumbre.

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¿No te importa que todos los sábados se iba con diferente galán de fin de semana? Y los galanes entraban a mi casa y esperaban a que acomodara su ropa y todo. Mi papá y mi mamá privados de privados. Luego, por ejemplo, salía entre semana, y yo le decía ay, por favor, llega temprano porque nos dormimos como a las doce, no llegues después de esa hora porque los criados, las sirvientas, los mozos, todos se acuestan y ya no queda nadie que te pueda abrir y tenemos que salir nosotros, por favor, ven temprano. ¡Ranas sifilíticas! Llegaba a las cuatro o a las cinco de la mañana. Y allí nos tienes a mi mamá y a mí, que teníamos que levantarnos y abrirle la puerta. Mi papá en esa época viajaba mucho. Yo la odiaba, pero nunca has visto un odio más terrible. Entonces fíjate que fraguábamos raptarla, ofenderla, hacerle mala cara. Y llegaba La Tapatía Chica y oye, gorda, fíjate que qué crees, que este, que te dieron permiso para que te vengas con nosotras un par de semanas a Acapulco, porque tu mamá se va a ir siempre a San Antonio a comprar ropa y dice que para que no te quedes sola prefiere mandarte con nosotras. Qué padre ¿no? Entonces oye, pues qué bueno, que no sé qué, pues yo también estaba desesperada. Y La Vestida de Hombre oyendo, muy triste porque no podía acompañarnos. Y las sirvientas iban a tener vacaciones, así que nadie podría atenderla en la casa. Total, me fui a Acapulco y mi mamá se fue a los Estados Unidos. Se trataba de ver si se salía ¿no? Pero dijo que iba a cuidar la casa y le lavó el cerebro a mi papá. ¿Y sabes por cuánto tiempo se quedó? ¡Como cinco meses! Yo ya estaba en las locuras, no te imaginas. Mi mamá no la podía ver. Decía bueno, si te hubiera dicho esta niña oye, ¿puedo vivir en tu casa? Pero te dijo oye, mañana me voy…

Bueno, pero total, La Vestida de Hombre, en una de las veces que habíamos salido, de las infinitas veces que salíamos juntas, me presentó a un muchacho que hablaba mucho. También era de Guadalajara Pues y parecía monje. Tenía como tres narices, una abajo de otra, así que se le veía una nariz grandísima, y parecía que siempre estaba diciendo mentiras con cara de fraile, a mí me parecía. ¿Sabes quién? Te he platicado otras veces de él. De veras parecía monje, o un viajero sin valija, de esos que ves en el aeropuerto esperando que llegue el carrito con los equipajes para pasar la aduana, así, como que algo les falta siempre y medio quieres que llegue y no, y mientras tanto revisan la cara de los presentes. Bueno, creo que lo has visto. Trabajaba en los tribunales y después fue secretario del ministro de, sí, ese que viste en, pálido, muy pálido, como cadáver de monaguillo.

Entonces me invitó a salir, empezó a invitarme a salir. En fin, un día me habló y estábamos las cuatro amigas juntas ¿no? Y Las Tapatías tenían hambre y no teníamos dinero, así que decidimos que nos invitara a cenar. Bueno, para que tengas una idea más clara, él era como un obispo y como un camello al mismo tiempo, como El Obispo de los Camellos…

Los lunes cerraban Las Dos Tortugas, así que fuimos a otro lugar que estaba donde quedaba el Astoria. Los dueños creían que habían hecho un restorán para gente más o menos bien, pero la mera verdad es que estaba repleto de gente muy baja. Era más bien frecuentado por gente corriente ¿no? Pero era un lugar muy chistoso y nos quedaba cerca, y siempre había muchachos muy vivitos y muy coleando y eso me gustaba. Imagínate: nosotras salíamos con puros cadáveres ¿no? Entonces estábamos allí muy tranquilas, sin sospechar para nada que una de nosotras iba a cometer un crimen, y otra a abortar cuatro veces, y otra a volverse loca; fascinadas con la música de los mariachis. El Monje siempre me invitaba a salir y total, esa noche no había podido resistirlo más y decidimos gorrearle la cena, así que le expliqué que iría con mis amigas. Y ya cuando llegó le dijimos que a ese restorán porque nos desbielaban el paté, el pan francés que daban, la plebe y el decorado, tú, porque los manteles eran rojos y las sillas muy blandas y muy acogedoras ¿verdad? Tibias también… como amantes.

Entonces que se acerca el capitán de meseros. Que viene el capitán de meseros y nos dice ¿una copita? Preguntó si queríamos una copa o no. Y una de Las Tapatías, con las manos sobre el pecho trinó queremos cenar. Y no, gracias, nada, nada, nada, soy abstemio dijo El Monje. Y la carta, tú, que gruñe la otra de Guadalajara. Y el capitán ofreciendo un vermut, un oporto. Se lo acaban rapidito. Una ginebra. Y no, no gracias, nada, en dúo, en trío, un cuarteto. Y su voz decía oporto, vermut, ginebra, y como que en realidad quería decir otra cosa. Su voz se resbalaba por nuestros cuerpos como una cosa absurda y tierna que despertaba escalofríos sensuales… Al mismo tiempo su mirada era tan fuerte que podía hacer saltar todos tus botones… Y ¿qué crees? Fíjate que fue por la carta, la trajo y que se queda parado allí, junto a nosotras ¿no? Al Monje le sonaban las tripas, algo como el ruido de la calefacción. Junto a él, La Vestida de Hombre, idéntica a Mercedes, pasaba los dedos por la carta como si estuviera escribiendo en máquina. Y Las Tapatías asentían y movían las manos y proponían cosas ¿no? El capitán allí, accesible e insensato… Entonces vimos lo que queríamos, ordenamos todo, no recuerdo qué, aunque en esa época me fascinaba la ensalada césar, acabábamos de descubrir la ensalada césar. Entonces el tipo apuntó y vino otro mesero y se llevó la nota y él siguió parado allí, junto a nosotros, junto a mí y La Tapatía Chica, con los brazos colgados como sin fuerzas, la cara áspera, inocente y vulgar. Eso que yo lo veía ¿no? Y decía qué raro, pues éste, aquí parado, así nomás, parado. Y tomé un cigarro y se precipitó a encenderlo, tú. Bueno, eso era normal, pero seguía allí. Entonces empezamos a comer con las canciones alegrando el ambiente. Trajeron los entremeses y todos nos afanamos en despedazarlos, como si estuviéramos desarmando relojes, metidísimos con las aceitunas. La Tapatía Grande repasaba la carta como si hojeara parsimoniosamente un gran misal en una boda de lujo en la Basílica de Guadalupe…

Entonces entraron muchos galanes corriendo, una bola de muchachos corriendo. Eran como nueve o diez muchachos y entraron como tromba y atraparon a otro que estaba cenando, sentado, de espaldas a nosotros. Pensamos que era una broma o algo así, una venganza, algún pleito, algo por el estilo, pero el capitán nos dijo no es nada con un guiño maloso, todos son mis amigos… Mientras tanto, al tipo lo pusieron junto a un pilar ¿se dice pilar? Junto a una columna ¿no? Era muy guapo y lo empezaron a besar en la boca, a desvestir… Eran hombres ¿no? Todos hombres y lo besaban y se atacaban de risa… Las Tapatías se inclinaban sobre sus platos picoteando como gallinas y El Monje y La Vestida de Hombre se me borraron por completo, a pesar de que La Reina de las Pomadas se masajeaba ya por doquier ¿verdad? Y empezaron a llegar unas tipas… ¡Clásicas golfas! Y que me agacho para seguir con la sopa y que el capitán me la quita. ¡Habrase visto! La sopa se toma caliente, afirma con tersa voz de mandolina rasgando órdenes e insinuaciones, se la voy a calentar… Y por estar viendo a las golfas —una faldota de algodón, un bolso escocés de pelos rojos, unos zapatos de tacón dorado—, ni pude protestar… La sopa se toma caliente… ¡Diablos circuncidados! Su voz era su mejor arma y tanteaba con ella fueran las que fueran las palabras que pronunciaba, los cuerpos que le gustaban, toqueteando, abalanzándose y acariciando…

Entonces al rato ¿no?, El Monje y yo plática y plática, pero yo nerviosísima porque el capitán trajo la sopa y se quedó parado allí, mirándonos fijo fijo, con la mirada muy fija y ándenle, tómense su sopita, como diciendo ¿les gustaría acostarse conmigo?, sí, todos juntos, El Monje inclusive. Su sopita… ¡Una enorme sonrisa ávida! Total, de repente que callan los cancioneros y sólo se oye el escrach de La Vestida de Hombre. Que lleno la cuchara de sopa, ¿no? Y de repente estamos rodeadas de mariachis, doce, trece, quince mariachis. ¿Dije que Las Tapatías comían como gallinas? Fíjate que vivían junto a mi casa y se creían Las Clásicas Muchachas Muy Vividas, tú, las que se las sabían de todas todas ¿no? Bueno, llegan los mariachis y preguntan que si queremos una pieza cerniéndose sobre nosotros. La Tapatía Grande aparta su libro de actas, digo, la carta, se vuelve muy despacio, como escudriñando su pasado, inmediatamente dueña de la situación y dice no, muchas gracias, no, gracias, deveras no… Entonces se van, fajándose las carrilleras, reajustándose los enormísimos sombreros, rayando las espuelas contra el piso de piedra, pero a los dos minutos vuelven a venir, más prietos que antes y sacando las panzas, las grandes panzas de pulqueros… Que si no queríamos que nos tocaran algo… Y volvimos a decir que no, que no queríamos nada, nada, aunque La Vestida de Hombre por lo bajo y con risitas nerviosas empezó a hacer chistes de esos sobadísimos como “tóquenme La Panchita”, y ya sabes. Pero se volvieron a ir. Entonces El Monje precipitó su nariz hacia mi regazo y propuso ¿deveras, deveras no quieren oír nada especial? ¿Deveras?

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