—¿Y mamá nunca sospechó que se tratase del hijo de Ela? ¿Ni siquiera el abuelo?
—Tu madre no supo nada hasta que se reunió con Bibolum. Fue a su regreso cuando empezamos a atar cabos. Pero tanto tu abuelo como ella pensaban que se trataba de otro guardián de la familia. Cuando Fitz se presentó a tu abuelo, lo hizo como un tío lejano que quería ayudarlos.
Valeria negó con la cabeza y volvió a enterrar su rostro entre las páginas escondidas que sus antepasados escribieron esperando que en algún momento sus aventuras fueran leídas, revelando así los secretos que un día decidieron callar. En cuanto sus manos se posaron sobre las letras redondeadas de su madre, su corazón palpitó y una punzada aguda atravesó su estómago, dejándola unos instantes petrificada ante el texto. Sus labios temblaban, y tuvo que humedecerlos para frenar en varias ocasiones su creciente ansiedad. La mano de Daniel se posó sobre la de ella, calmándola, invitándola a continuar, a resolver los intrincados enigmas que había ocultado su familia durante demasiados años. Estaba convencida de que su madre tenía la llave, la pieza fundamental para armar el puzle, y que podría arrojar respuestas para cerrar las brechas que habían rasgado su universo. Tragó saliva, y obviando las primeras páginas, que se centraban en cómo había hallado su objeto mágico, se detuvo en aquellas que relataban sus hazañas en Silbriar.
Comenzó a leer con el alma atragantada, en un silencio discreto, mientras sus amigos disfrutaban de un banquete improvisado por su padre. Estaban famélicos después de la larga travesía por el desierto y de la desesperada huida tras el infructuoso rescate de su hermana. Ella, en cambio, no tenía apetito, y a pesar de encontrarse debilitada, prefirió centrarse en el diario mágico de su familia.
La estancia en los Valles Infinitos, hogar de los magos más prestigiosos y lugar de nacimiento de mi querido maestro, llega a su fin. Zacarías me ha informado de que pronto partiremos hacia Tirme, morada de las grandes sacerdotisas y fuente indiscutible de sabiduría. Después de intensos meses conviviendo con los magos de esta comarca, se me hace difícil la despedida. De ellos he aprendido la eficacia de la disciplina y la concentración, pero también que hay que ser agradecido con los dones que se nos ofrecen. La magia del Valle está muy vinculada a la naturaleza, y por eso su adiestramiento consiste en dominar los elementos. Mi maestro es un reconocido mago del aire. Es capaz de crear torbellinos con su varita o de asestar golpes con el viento racheado. He disfrutado con las demostraciones que han realizado los pupilos de la escuela: la nueva generación de magos de Silbriar. La mayoría de estos prescinden de sus varitas y ejecutan sus hechizos a través del movimiento de las manos, algo que ha indignado a muchos maestros, ya que uno de los emblemas del Valle es la varita como extensión del cuerpo. Para mí ha sido un honor convivir con estos nuevos genios del aire, fuego, tierra y agua. ¡Quién sabe si algún día sus nombres se grabarán en la historia de este mundo! Jersen, Peval y Hanis, gracias por esas noches de campamento.
Valeria dio un respingo y se detuvo en los nombres de los magos que su madre había citado. Había uno que le resultaba familiar.
—¿Peval? ¿No era este el enemigo de Aldin? —soltó, concentrada en los golpecitos que su dedo profería sobre el nombre del mago oscuro.
—Sí, el maestro de los mellizos —precisó Daniel—. ¿Qué has encontrado?
—Nada que sea importante —puntualizó ella, dejando escapar un suspiro de resignación—. Mi madre conoció a ese brujo. Era de los Valles Infinitos, como su maestro Zacarías... ¡Peval! Un mago que dominaba el elemento de la tierra. Por eso me lanzó del tejado usando kilos de arena.
—¿Dice algo sobre el señor Moné? —le preguntó Daniel, clavando su mirada en la página que leía ella—. Aldin nos contó que antes de convertirse en un hechicero oscuro fue su amigo.
—No lo menciona. —Negó con la cabeza—. Puede que porque fuera un mestizo. Las leyes de la época prohibían que estos entrasen en academias de magos. Además, ni siquiera sabemos si el señor Moné es natural de los Valles Infinitos. Aldin no me parece un mago de los elementos.
—No lo es —intervino Nico, categórico—. ¿Acaso lo habéis visto conjurar al fuego o al agua? Es evidente que no nació en ese Valle, y más si las relaciones entre especies estaban prohibidas por aquella época. Pero lo que sí sabemos es que fue un protegido de Bibolum. Tuvo que entrar en una academia, pero quizá fuese en otra. —Bostezó, evidenciando su cansancio—. Lo siento, chicos, necesito dormir. Ahora mismo siento envidia de Érika.
—Sí, sí, descansa. —Valeria arrugó el entrecejo y miró de reojo el libro—. Esto no está llevándonos a nada.
—Val, deberías comer algo —le sugirió su padre—. Esta noche va a ser muy larga, y si no vas a dormir, al menos tendrías que reponer energías. ¿Te preparo un café con leche?
Ella asintió levemente y posó su mirada en los ojos cansados de Jonay. Este se había sentado frente a ella y había recostado la cabeza sobre los brazos, cruzados en la mesa.
—Por mí puedes seguir leyendo —dijo él mientras se acomodaba—. Puedo hacer dos cosas a la vez: descansar y escucharte.
Ella deslizó el dedo índice sobre el texto de su madre y, adelantándose varios párrafos, buscó hechos o nombres que pudieran llamar su atención. No disponían de mucho tiempo, y mantenía la esperanza puesta en algún dato que pudiera revelarle cómo detener a Lorius antes de que se adueñara también de la Tierra.
Junto a mis compañeros guardianes, Teo, Jon y Lía, estoy pasando unos días de ensueño en la gran biblioteca. Las sacerdotisas están siendo muy hospitalarias. Concretamente, Sybila está ayudándonos a comprender la labor que allí desempeñan. Ellas son las custodias de la magia, del conocimiento heredado a través de las distintas culturas. He mostrado interés por las Profecías Blancas, redactadas por las brujas ancestrales hace miles de años, y también por el Libro de los Guardianes , ya que cuenta parte de mi historia, de mi familia.
Sybila ha sido muy generosa al aclararme ciertas dudas. Las Profecías Blancas hablan de que la estirpe de Ela no se ha extinguido y que volverá a reinar algún día, ya que Silona no encontrará la paz mientras dure su gobierno. La sacerdotisa me ha explicado que existe una leyenda que cuenta que Ela, ante el temor de que su hijo fuera capturado durante la Gran Guerra, lo envió a otro mundo y que allí tuvo descendencia. Algunos aventuran que se trata de nuestra tierra, el hogar de los guardianes. Me he quedado sorprendida ante tal revelación.
Valeria leyó las siguientes frases con rapidez. No referían nada trascendental, tan solo continuaban con su observación del trabajo de las sacerdotisas y de su día a día en la biblioteca. Al atardecer, su madre se entrenaba en los vastos campos que rodeaban la ciudad junto con el resto de los guardianes y siempre bajo la atenta mirada de sus respectivos maestros. Soltó una sentida exhalación. Estaba agotada. Sus párpados comenzaban a ceder y cubrir cada vez más sus pupilas. Pero, entonces, algo llamó su atención.
Lía ha entrado a hurtadillas en mi habitación. Estaba asustada, y me ha contado una historia que todavía me cuesta creer. Me ha dicho que tenemos que irnos de Tirme inmediatamente, que las sacerdotisas no tratan de instruirnos en la historia de la magia ni en el cuidado de su legado, sino que pretenden averiguar qué guardián porta la sangre de Ela, que están colaborando con un grupo de hechiceros con ideas supremacistas y que quieren eliminar a todo el que sea diferente. Yo he tratado de calmarla, pero ella ha insistido en que estamos en peligro. Según Lía, llevan meses examinando a grupos diferentes de guardianes con el pretexto de indagar más sobre ellos en el Libro de los Descendientes y localizar la extirpe perdida de Ela con un único propósito: acabar con ella.
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