—¿Qué ocurrió luego? ¿Cómo acabaste creyendo la historia de mamá? ¿Has estado alguna vez en Silbriar?
—No, aunque me habría gustado. Como te dije antes, yo no podía siquiera conocer su existencia, y menos visitarlo. Está vetado para la mayoría de los humanos, y eso me incluye a mí —reconoció con cierto pesar—. Debo admitir que necesité pruebas para creer toda esa historia. Fue entonces cuando vuestro abuelo me mostró su cincel, el que perteneció a Gepetto, y algunos de los trucos que podía hacer con él. Después, mamá me presentó a su espada, a la que llamaba cariñosamente Silver. No me preguntes por qué, pero para ella era como su mejor amiga. —Rio, recordando la cara de asombro que había puesto al verificar ese nombre grabado sobre la exquisita empuñadura—. Y, bueno, viví con ella unos años maravillosos y llenos de intrigas. Me relataba sus aventuras cuando regresaba de sus viajes. Me describía los preciosos lugares que visitaba y a veces los dibujaba. Ya sabéis que a ella le apasionaba pintar. Así conocí las famosas cataratas del norte, Martel, Gnimiar y al prestigioso mago Bibolum Truafel.
—¿Bibolum era su maestro? —le preguntó Daniel con curiosidad.
—No, no, él era un miembro más del Consejo cuando Esther comenzó a reducir sus viajes y él empezaba a concentrar su energía en la búsqueda de los guardianes. Durante muchos años, fue un asunto al que no le dieron importancia. En Silbriar se vivía bien... Imagino que estaba adelantándose a los acontecimientos futuros. Su maestro se llamaba Zacarías Melling.
Tanto Valeria como Daniel negaron con sus cabezas. Ignoraban de quién podría tratarse.
—Pero cuando estuve delante de Silona, ella me mostró imágenes y vi a mamá junto Bibolum. —Confundida, Valeria se mordió el labio inferior—. Y también vi al abuelo con un gorro mágico. ¿Acaso esas escenas no eran reales? ¿Nunca sucedieron?
—Tu madre conoció a Bibolum mucho más tarde, cuando él, desde el Refugio, viendo el avance de las tropas enemigas, lanzó un hechizo para llamar a las descendientes. Según me contó tu madre, Bibolum recopiló datos durante años y, estudiando las Profecías Blancas, elaboró un complicado conjuro para que las tres libertadoras salieran a la luz. Fue ahí cuando tu madre, engullida por un torbellino, se presentó ante él. En ese momento, comprendió que sus orígenes y sus hijas serían las elegidas para salvar Silbriar. Por aquel entonces, estaba embarazada de Érika. Ella quería protegeros. Había descubierto algunas cosas y no... —Luis insufló aire y lo exhaló, reprimiendo unas lágrimas que comenzaban a bombardear sus ojos—. Antes de su encuentro con Bibolum, Esther ya estaba tratando de desenmascarar a una red de hechiceros que extendían su poder hasta nuestro mundo. Estos habían averiguado que el linaje de Ela no se había extinguido como pensaban y que podría haber descendientes aquí. Esther supo que estaban investigando a todos los guardianes, ya que, entre ellos, debería estar el que poseyese el gen portador de los elegidos. Me contó que estaba asustada porque habían asesinado a algunos guardianes antes incluso de que pisaran Silbriar por primera vez. Buscaban a alguien que tuviera tres hijos o los tuviese en el futuro. Ya sabéis, que poseyeran así los tres dones benditos: el mago, el artesano y el guerrero.
—Lorius estaba preparándose para su revuelta y él conocía las Profecías Blancas —continuó Daniel—. Es muy posible que quisiera acabar con el progenitor antes de que pudieran nacer incluso sus hijos. Sabía que algún día sería derrotado con la ayuda de las tres elegidas.
—Por eso habíamos decidido no aumentar la familia y quedarnos únicamente con nuestras dos niñas. Y cuando inesperadamente se quedó embarazada de Érika, decidió no regresar jamás, pero el hechizo de Bibolum hizo que volviera a Silbriar. El mago comprendió al momento que estaba ante una de las hijas de Ela y que no se trataba de una leyenda, pero también que se había anticipado a la llamada. Los tres dones todavía no coexistían en una misma generación. Alarmada por lo que el gran mago le contó, Esther se empeñó en cambiar vuestro destino. Se obsesionó con encontrar al guardián de la capa. Si él acudía y liberaba Silbriar, vosotras no tendríais que participar en una guerra. Pero todo fue en vano... Aun así, cambiamos de domicilio y ocultamos el nacimiento de Érika. Tu abuela fue la encargada de asistirla en el parto junto con varias vecinas de la sierra. No la inscribimos en ningún documento oficial hasta que llegó el momento de escolarizarla. —Entornó los párpados unos instantes y se deleitó con el rostro emergente de Esther, que asaltaba su mente y lo animaba a continuar—: Discutimos. Yo insistía en que deberíamos disfrutar de una vida normal, que Érika debía tener las mismas oportunidades. Y, bueno..., disfrutamos de casi dos años más de absoluta normalidad, hasta que descubrimos que estaban vigilándonos y...
—Papá, lo siento mucho. —Valeria se arrodilló junto a él mientras Érika sollozaba con la cabeza apoyada en su pecho.
—Usted no podía saber que eso sucedería. No es culpa suya —trató de confortarlo Daniel.
—Aquel día discutí con ella antes de que saliera de casa, ya que no estaba de acuerdo con su plan. Pero aun así cogió su espada y condujo lejos de aquí. Sabía que la seguían, y aprovechó esa ventaja para llevar a su asesino a la sierra. Allí se encaró con él. Le había tendido una trampa en un terreno que conocía al dedillo. —Su pulso se había acelerado. Sentía un ligero temblor en sus manos, por lo que las entrelazó con fuerza para que sus hijas no apreciaran su creciente nerviosismo—. Me llamó y me dijo que todo había acabado, que se había deshecho del mago que había estado acosándola y que iba a regresar a casa. Pero nunca llegó. —Se le quebró la voz y desvió la mirada hacia el patio, donde el pequeño sauce sacudía sus ramas agitado.
Érika abrazó aún más a su padre, queriendo mitigar su dolor. Valeria clavó la vista en la alfombra, comprendiendo su sufrimiento. El vacío que había dejado su madre era desgarrador; se había sacrificado por ellas. Y su padre se había visto abocado a continuar con su labor, sin poseer ningún conocimiento sobre la magia.
—Tenías razón. —Con una mueca contrariada pegada a su rostro, Nico entró de nuevo en la sala—. Dicen que eres una mala influencia y que me has llevado por el mal camino. He intentado convencerlos de que no era así, pero no me escuchaban. Querían sonsacarme dónde me encontraba. —Daniel abrió la boca, confundido—. Antes de que digas nada, he ocultado el número, así que no pueden rastrearnos. Además, no creo que les queden muchas ganas de venir a buscarnos.
—¿Qué quieres decir? —Daniel arrugó el entrecejo.
—Bueno, estaba por contarles que habíamos sido abducidos por extraterrestres y así aprovechar que el cielo sea ahora mismo una barbacoa, pero pensé que no se lo tragarían. Y aunque me moría de ganas de confesarles que soy un guardián y que vamos a solucionarlo todo, pues... Les he dicho que unos mafiosos nos persiguen porque fuimos testigos de un crimen y que, como hay policías implicados, hemos huido hasta que se aclare todo.
—¡¡¿Qué?!! ¡¿Y eso te ha parecido más lógico?! ¡¿Estás loco?!
—¡Oye, haberte puesto tú al teléfono! He tenido que aguantar los gritos de papá y los continuos «¿Qué he hecho yo para merecer estos hijos?» de mamá. —Molesto, lanzó un resoplido—. Y, para colmo, me han dicho que Ruth no para de llamarlos. Se le ha metido la estúpida idea en la cabeza de que yo... me he fugado con Lidia. ¡Con Lidia! ¿Lo entendéis? ¡Yo con Lidia! Estoy acabado. —Calmó sus nervios desatando una risa nerviosa—. Al menos no me han llamado idiota, como a Jonay. Su madre se huele algo porque le ha dicho que para qué le han servido tantos campamentos de verano, y le ha recalcado que viven en una isla volcánica. Lo he dejado cuando ha llamado a ese restaurante y se ha puesto a hablar en chino. Así que, si no te gusta mi idea, pues invéntate tú una excusa mejor.
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