Alek Popov - Kara y Yara en la tormenta de la historia

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Kara y Yara en la tormenta de la historia: краткое содержание, описание и аннотация

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Después de cometer un ridículo acto de sabotaje contra el gobierno, las gemelas Kara y Yara se unen a los partisanos búlgaros en su lucha contra el ocupante nazi. Pero su llegada pone patas arriba el campamento guerrillero.Los veteranos combatientes pierden la cabeza por las hermanas y el áspero comandante Medved se desespera ante la relajada disciplina de sus hombres. El que no abandona su fusil para ir a orinar, oculta estampitas de santos a los que venera o se masturba con la ropa interior de las voluntariosas pero cándidas jovencitas.Cuando al poco tiempo el campamento es atacado por fuerzas del gobierno, lideradas por el temible Capitán Noche, los pocos supervivientes han de refugiarse en el bosque de Dadán, plagado de bandidos y de terribles leyendas.

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—Me escapé del tren cuando me trasladaban a Sofía. Me escoltaban dos policías. Pasada la estación de Lakátnik conseguí distraerlos y quitarles las armas. Tiré del freno de emergencia y salté a los arbustos que bordeaban la vía. Hubo pánico. En el tren viajaban militares también, pero no se atrevieron a perseguirme. Hasta salió en los periódicos —concluyó modestamente.

—¡Entonces, siempre hay esperanza! —observó Gabriela con admiración.

—Siempre y cuando aguantes… —respondió pensativa Mónica.

Gabriela se apoyó en un codo y de pronto le plantó un beso a Nina en los labios.

—¡¿Qué haces?! —La comisaria política la apartó discretamente.

—¡Eres una auténtica revolucionaria!

Nina no contestó. Las chicas también se sumieron en el silencio, asaltadas por repentinas dudas y temores. ¿Serían ellas capaces de superar semejante prueba? Las dos intentaban ponerse en el lugar de Nina y sentir al menos parte del dolor que había experimentado. Pero por mucho que apretaban los ojos intentando imaginarse suspendidas del techo, desnudas, con el látigo hiriente castigando sus talones, nunca podrían alcanzar la esencia de aquel dolor y así descubrir los límites de su heroicidad.

Extra Nina apartó bruscamente la manta.

—¿Qué pasa? —susurró Mónica.

—¡Ssss!

Agarró la carabina y se deslizó ágilmente como un gato. Se agachó entre los altos helechos que bordeaban la pradera y miró a su alrededor. La noche ya clareaba, sobre el suelo flotaba una fina neblina. No vio a nadie, pero juraría que había oído un crujido de ramas secas. Los animales no solían pisar de esa manera. Notó un nuevo movimiento y apuntó con su arma en dirección al sonido. Entre los árboles se perfiló una silueta humana. Avanzaba de forma insegura y a tientas. Parecía que no iba acompañada. Extra Nina tomó la carabina por el cañón, esperó a que el tipo se acercara y le atizó con la culata con todas sus fuerzas. El hombre se desplomó en la hojarasca sin hacer ruido. Extra Nina lo volteó con el pie y escudriñó su cara.

Era el Tornillo.

14 Gueorgui Mílev Kasábov, conocido como Geo Mílev (1895-1925), fue un poeta, traductor y periodista búlgaro, máximo representante del expresionismo en su país.

15 «Versos sobre el pasaporte soviético», en V. Mayakovski, Poesía , trad. de Mauro Armiño, Madrid: Akal, 1982.

9. TÓRTOLA O AUTILLO

Un total de diecinueve personas bajo el mando de Medved alcanzaron el paraje de Byala Vapa a primera hora de la tarde del día siguiente. Después de caminar durante toda la noche, resultó que habían aparecido en Cherna Vapa y tuvieron que volver, rodeando los pastizales abiertos a los pies del monte. Los conducía un partisano del pueblo de Gubesh, un tal Galabinko Lesichkov (Coraje), también conocido como el Guardabosques. Como indicaba su nombre, el Guardabosques había trabajado muchos años en el Departamento de Silvicultura y se suponía que conocía los senderos de esta parte de Stara Planina como los dedos de su mano. Galabinko había pasado los dos últimos años en un estado de borrachera salvaje, tan salvaje y desesperada que su mujer, Dona, se vio obligada a mandarlo casi a la fuerza con los partisanos. El hermano de ella, el tío Metodi, era uno de los fundadores del destacamento Patarinska y presionó para que lo aceptasen. En el monte no hay tabernas, reina una disciplina férrea, se curará. O lo matarán. Curiosamente, el hombre se recompuso. Nadie sabe si fue por el aire limpio, por temor a Medved o por vergüenza ante sus compañeros. Sucedió, eso sí, que los caminos quedaron enmarañados en su memoria como un ovillo de lana. Por aquí, por allí, luego vuelta atrás. Después por ahí. No, por ahí tampoco, era por el otro lado. Чёртвозьми! 16 Pero por mucho que se enfadara, Medved no podía negar que, al fin y al cabo, Coraje siempre lograba llevarlos al lugar señalado. Por un camino u otro…

Byala Vapa era el punto de encuentro señalado para los partisanos en caso de que se invocara el código Zelenika y el destacamento tuviera que dividirse en grupos. Hacía dos meses que el Arbusto y otro camarada llamado el Bidón habían ido allí para organizar las provisiones alimenticias. Habían escondido dos sacos de harina, unos cien kilos de patatas y una lata de aceite. No era mucho, pero valdría para un primer momento. Allí se encontraron con otro grupo de ocho personas liderado por Lenin. Habían llegado hacía dos horas. Lenin era un montañero experimentado y no dejaba pasar la oportunidad de demostrar su superioridad en términos de orientación. Lo acompañaban Tijón y Lozán, herido este último en el hombro. Por el camino Tijón se había comido una seta y ahora se quejaba del vientre. El Arbusto intentó determinar qué clase de seta era, pero solo pudo saber que era amarilla.

—Si tienes suerte, camarada padre, va a ser solo una cagalera —concluyó el Arbusto.

—¡Siempre y cuando haya qué cagar, jo, jo! —retumbó la voz de Tijón.

La ordinariez indisimulada del camarada-padre echaba atrás a algunos espíritus más delicados, pero no podía asustar a Medved. Consideraba que su energía y su humor primitivo tenían un efecto vigorizante para el destacamento, sobre todo en momentos como este. De todos modos, nada podía compensar la falta de camaradas guerrilleros como Extra Nina y el Tornillo. Las gemelas tampoco aparecían. Teniendo en cuenta que todos los problemas empezaron con su llegada, Medved no tenía razones especiales para estar triste. No suponían más que quebraderos de cabeza. Pero la idea de que no las iba a volver a ver, quién sabe por qué, le provocaba un continuo pesar. Un pesar que no tenía tiempo de analizar porque tocaba tomar decisiones importantes.

Por cuestiones de seguridad Medved ordenó al grupo principal acampar unos cuatrocientos metros más arriba. Solo un círculo reducido de camaradas conocían el punto de encuentro, pero faltaban algunos, entre ellos el apodado Bidón. Nadie sabía con certeza si habían caído muertos o capturados, en cuyo caso era posible que la tortura hubiera llevado a alguno a desvelar el punto de encuentro. No debían quedarse mucho tiempo allí. Medved mandó al Arbusto y al Clavo a buscar la comida escondida. Abajo se quedaron de guardia el Enterrador y el tío Metodi: para recibir a los restantes camaradas y enseñarles el punto de encuentro o para avisar si aparecía el enemigo. Debatieron cuál debía ser la señal de aviso precisa, algo que siempre desembocaba en prolongadas discusiones. El comandante tenía preferencia por la llamada de la tórtola: tal vez porque era la única que sabía imitar. Sin embargo, el tío Metodi objetó:

—La tórtola —dijo con aire competente— vive en las llanuras. En los huertos, junto a los ríos, en el campo, allí es donde hay que buscarla. Si oyes a una tórtola por encima de mil doscientos metros, seguro que es un partisano. ¡Es como cantar La Internacional ! Se reirán de nosotros, camarada kombrig.

Desde que llegó al destacamento, Medved intentaba elaborar e imponer un clasificador único de las señales de aviso, tal y como le habían enseñado en la escuela. Por ejemplo: para el enemigo, la tórtola; para un viajero cualquiera, la curruca; para los amigos, la alondra; y así en adelante. Pero los partisanos de la zona se empeñaban en no aceptar este método integral. ¿Cómo vas a imitar una curruca en los hayedos en octubre? Cualquiera que te oiga irá a denunciarlo a la policía. Porque hasta los niños saben que la curruca anida en los abedules y los tilos y en septiembre migra al sur. Es mejor imitar al chochín. Y si estás cerca de un claro puedes cantar como un guion de codornices… ¿Codornices? ¿¡Pero qué dices!? Y se desataba la disputa. Junto al claro anida el bisbita arbóreo. ¡Tii-tii-tidoi! No, ¡así hace el agateador! Vive en los pinares. Pero al otro lado del monte. En este lado se puede oír el cascanueces común o el carbonero: ¡tsip-tsip-tsip!

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