En el Nuevo Testamento se trata insistentemente el tema de la oración haciendo uso de ejemplos (Fil 1.3–11; Hch 12.5), parábolas (Lc 18.1–8) o demandas específicas relacionadas con la responsabilidad de orar siempre (1Ti 2.8; Stg 5.16).
Todos estos ejemplos de oración indican que, mediante la práctica de la oración, los discípulos confiesan la soberanía de Dios, afirmando así que únicamente Él controla todo el universo, y que Él tiene la última palabra en la historia. Confiesan su fe en Dios como Creador de todo lo que existe y dueño de todo el universo. Confiesan que Él es el Señor de la Historia, afirmando de esa manera que las autoridades temporales tienen solamente un poder conferido o delegado, ya que el poder último lo tiene únicamente Dios. Confiesan que Él se comunica con los seres humanos y actúa en el terreno de la historia.
Así se puntualiza en la oración comunitaria de la primera generación de discípulos que Lucas registra en Hechos de los Apóstoles, una oración relacionada o conectada con una amenaza concreta que ponía en riesgo su vida y su testimonio público:
… alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo […] Y ahora Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de su santo Hijo Jesús (Hch 4.24–26, 29–30).
Los discípulos tienen, entonces, en la oración el combustible espiritual que necesitan para caminar con confianza en medio de las adversidades de la jornada cotidiana. La oración es para ellos una fuerza espiritual que los poderosos de este mundo no pueden secuestrar ni manipular a su antojo, y que los impulsa a proclamar en todas las realidades sociales, culturales, políticas y religiosas, su fe inquebrantable en Jesús de Nazaret encarnado, crucificado y resucitado. Una fe que nunca debe depender ni depende de las circunstancias materiales en las que se encuentren ni tiene que ser frenada por las intimidaciones veladas o abiertas del poder político, religioso, económico o militar.
Los discípulos deben comprender, entonces, que una oración conectada con los problemas concretos de la realidad histórica, tiene que ser una oración inteligente y comprometida, antes que un monólogo sobre las necesidades materiales de los discípulos o la expresión de una fe religiosa confinada a la esfera privada de la vida y, por lo tanto, incapaz de afectar las estructuras de poder que oprimen a los seres humanos.
La oración del Señor
El padrenuestro
La oración modelo de Jesús, conocida como el Padrenuestro, “ofrece una aplicación de sus instrucciones sobre la oración […] y su autenticidad nunca ha sido discutida en serio” (Cullmann 1999: 75–76). En esta oración o plegaria “escuchamos palabras de Jesús mismo” (Cullmann 1999: 76) 1 1 De acuerdo con Oscar Cullmann: “Es opinión casi unánime que la lengua original del padrenuestro fue el arameo” (Cullmann 1999: 79). Joachim Jeremias añade: “… la lengua madre de Jesús fue una variedad galilea del arameo occidental, debido a que las analogías lingüísticas más cercanas con las palabras de Jesús las encontramos en los fragmentos arameos populares del Talmud y de los midrashim palestinenses, que son oriundos de Galilea. Aunque su fijación por escrito no tuvo lugar hasta los tiempos del siglo iv al siglo vi d. C., toda la probabilidad habla en favor de que, ya en los días de Jesús, el arameo galilaico hablado en la vida cotidiana se diferenciaba del arameo (judeo) de Palestina meridional por la pronunciación, las divergencias lexicográficas, las diferencias gramaticales, y por haber experimentado menos la influencia del lenguaje culto de las escuelas rabínicas. El pasaje de Mt 26, 73 presupone que a un galileo se le podía reconocer en Jerusalén por su dialecto” (Jeremías 2009: 16). Pierre Grelot, por su parte, sostiene que “este formulario estaba en arameo, la lengua corriente, y no en la lengua sagrada del culto judío” (Grelot 1988: 304). 2 Oscar Cullmanm, citando a E. Lohmeyer, acota lo siguiente sobre este asunto: “… la una, utilizada por Mateo, procede de Galilea, y la otra, utilizada por Lucas, de Jerusalén. La versión de Lucas fue escrita para los miembros de la comunidad primitiva a los que este evangelista califica de helenistas (Hech 6, 1ss), por los que él estaba claramente interesado” (Cullmann 1999: 78, nota al pie 62). 3 Joachim Jeremías precisa, además: “con respecto a la longitud, el texto —más breve— de Lucas debe considerarse como más primitivo; con respecto a los elementos comunes, el texto de Mateo es el que debe considerarse como más primitivo” (Jeremías 2009: 231). Y Pierre Grelot afirma que “la recensión de Lucas cuenta con mayores posibilidades de ser la versión original” (Grelot 1988: 302).
y, por esa razón especial, está considerada como “la quintaesencia de [la] intención y misión” de Jesús (Boff 1986: 30).
Del Padrenuestro se afirma lo siguiente:
Entre las oraciones de Cristo, el Padrenuestro ocupa un puesto privilegiado. Se lo ha llamado “Oración del Señor”, no en el sentido de una oración para uso del Señor, sino enseñada a los hombres por Jesús mismo como modelo de toda oración cristiana. La tradición ha visto en ella un tratado práctico de oración. Tertuliano llega a llamarla breviarium totius evangelii. Ningún texto evangélico ha sido tan frecuentemente comentado (Hamman 1967: 102).
En el Padrenuestro tenemos, entonces, con seguridad, una tradición muy antigua, la ipsissima vox de Jesús:
Jesús, por medio de su oración, no sólo ofreció a sus discípulos un modelo de cómo debían orar, sino que les dio también una nueva oración, que tanto por razones lingüísticas como objetivas pertenece a la veta original de la tradición: el padrenuestro (Jeremias 2009: 227–228).
Las primeras comunidades de discípulos tenían al Padrenuestro como un insumo clave para la catequesis, discipulado o formación cristiana de los nuevos conversos y para todos los creyentes:
… el padrenuestro constituía, hacia el año 75 d. C., parte integrante de las instrucciones sobre la oración que se daban en toda la iglesia y, por cierto, como nos lo hace sospechar la ordenación de la materia que hallamos en la Didaché (1–6 dos caminos, 7 el bautismo, 8 el ayuno y el padrenuestro, 9s la cena), era parte integrante de la instrucción que seguía al bautismo. La iglesia judeocristiana y la iglesia paganacristiana [sic] están de acuerdo con esto: se enseña a orar con el padrenuestro (Jeremías 2009: 229).
En cuanto a las versiones del Padrenuestro registradas en los evangelios de Mateo y Lucas, particularmente sobre las diferencias entre ambas versiones, y con respecto al público al cual fueron dirigidos estos documentos del Nuevo Testamento, se afirma que:
No hay duda: Mateo nos transmite una instrucción sobre la materia, destinada a los cristianos de origen judío; Lucas, por su parte, expone una catequesis para cristianos procedentes de la gentilidad […] Por tanto, hacia el año 75 d. C., el padrenuestro era un ingrediente básico de la instrucción oracional de la iglesia primitiva; tanto en la judeo-cristiana como en la constituida por los paganos convertidos. Unos y otros, por muy distinta que fuese su situación original, concordaban en una cosa; era un mismo Cristo el que les había enseñado a rezar a nuestro Padre […]. Cada evangelista nos transmite el texto del padrenuestro tal como se rezaba en su tiempo y en su iglesia (Jeremías 2005: 220).
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