Peter H. Wilson - El Sacro Imperio Romano Germánico

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Desde su fundación con
Carlomagno hasta su destrucción, un milenio más tarde, a manos de Napoleón, el
Sacro Imperio Romano Germánico, una entidad vasta y en constante expansión, tan antigua como única, formó el corazón de Europa. Motor de invenciones e ideas, estuvo en el origen de muchos de los Estados modernos europeos, desde Alemania a la República Checa, y sus relaciones con Italia, Francia y Polonia dictaron el curso de incontables guerras. La historia europea no tendría sentido sin él. En este sorprendentemente ambicioso libro,
Peter H. Wilson aborda la tarea ingente de explicar el funcionamiento del Imperio no desde un punto de vista cronológico, sino en un titánico ejercicio expositivo en el que demuestra su trascendental importancia, y cómo el Imperio mutó a lo largo del tiempo. El resultado es un
tour de force, un libro que eleva innumerables cuestiones sobre la naturaleza de su poder político y militar, sobre la diplomacia y la esencia de la civilización europea y sobre el legado del
Sacro Imperio Romano Germánico, que durante generaciones ha perseguido y obsesionado a sus vástagos, desde la Alemania imperial y nacionalsocialista hasta la Unión Europea. Ganador Libro del año en 2016 en
Sunday Times Ganador Libro del año en 2016 en
The Economist

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La emperatriz bizantina Irene propuso una alianza matrimonial e incluso se cree que se ofreció a sí misma a Carlomagno tras su coronación. Este plan no llegó a ninguna parte, pero la idea de una novia bizantina siguió siendo atractiva para los emperadores occidentales hasta bien entrada la Alta Edad Media, pues veían en ello una forma de imponerse a su recalcitrante nobleza mediante un matrimonio con alguien por encima de su círculo. Las riquezas bizantinas de la dote y la posibilidad de ganar precedencia sobre el Imperio de Oriente eran atractivos añadidos. Otón I, tras hacerse coronar emperador, obtuvo en 972 a la princesa bizantina Teófano para su hijo, tal vez con la idea de que esto consolidaría su dominio del sur de Italia. Otón ignoró las presiones de sus señores para que enviase a Teófano de vuelta a Bizancio cuando se reveló que era la sobrina, no la hija, del emperador de Bizancio. Otón III –que era medio bizantino– envió dos embajadas a oriente para cortejar una esposa. La princesa Zoe partió hacia el oeste con idea de ser su prometida, pero dio media vuelta al conocer la noticia del fallecimiento del emperador, en 1002. Conrado II hizo un intento similar en nombre de su hijo, Enrique III, y Conrado III fue el primer emperador en visitar Constantinopla cuando pasó por allí camino de la segunda cruzada en 1147. Su cuñada Berta se casó con el emperador bizantino Manuel I en 1146 y adoptó el nombre griego de Irene. El hermano de Enrique VI, Felipe de Suabia, se casó en 1198, un año antes de convertirse en rey germano, con otra Irene, hija del emperador bizantino Isaac II Ángelo. 9

La influencia occidental alcanzó su punto álgido entre 1195 y 1197, momento en que Bizancio pagó tributo al emperador Enrique VI, que también había obtenido sumisión formal de los regentes de Inglaterra, Chipre, Armenia, Siria, Túnez y Trípoli. El tributo siguió siendo simbólico. Los emperadores bizantinos pagaban a menudo a sus enemigos, pues veían en esto un recurso temporal similar al danegeld que los reyes occidentales tributaban a los vikingos. Los otónidas hicieron lo mismo con los magiares a principios del siglo X. La ambigüedad deliberada de tales acuerdos permitía a cada una de las partes presentarlos a sus seguidores de forma más favorable.

Los cambios de actitud de los bizantinos reflejaban las vicisitudes cambiantes de su imperio. En 812, el reconocimiento tácito de la dignidad imperial de Carlomagno por parte del emperador Miguel I llegó tras la derrota de su predecesor, Nicéforo, a manos del kan búlgaro, el cual empleó el cráneo de su víctima como copa. Pero, después de lograr cristianizar a los búlgaros en la década de 860, Bizancio se tornó menos receptivo a los avances occidentales. Bulgaria reclamó en 914 estatus de imperio en imitación directa de Bizancio, lo cual provocó una prolongada guerra de desgaste que culminó en una victoria decisiva bizantina en 1014. El emperador Basilio II mandó cegar a 14 000 prisioneros búlgaros, lo cual le hizo ganarse el título de «mata búlgaros». En el momento de su muerte, en 1025, Bizancio duplicaba el territorio que había tenido en el siglo VIII. Esta expansión resultó insostenible y fue revertida por la grave derrota sufrida a manos de los turcos selyúcidas en Manzikert (1071). Las cruzadas, emprendidas, en teoría, para auxiliar a Bizancio, infligieron daños adicionales. 10 Los normandos participaron en el saqueo de Constantinopla de 1204 y establecieron reinos en Tierra Santa, donde tuvieron un emperador latino hasta 1261. La familia de los Paleólogos recuperó Constantinopla, pero Bizancio había quedado reducido a una estrecha franja a lo largo del Bósforo, junto con un puesto avanzado en Trebisonda, en el noroeste de Anatolia. Los bizantinos se apoyaron en los turcos, los cuales derrotaron en 1393 al resurgente imperio búlgaro, y, en 1389, aplastaron el Imperio serbio (establecido en 1346) en Kosovo Polje. Pero hacia 1391 los turcos rodeaban por completo Bizancio, ahora reducido a una décima parte de su tamaño anterior. 11

Los emperadores bizantinos ofrecieron dos veces la reunificación con la Iglesia latina (en 1274 y en 1439) y viajaron en persona para solicitar ayuda en tres ocasiones, entre 1400 y 1423. Tales medidas agitaron a la oposición interna y no obtuvieron los resultados deseados. La última cruzada occidental se saldó con un desastre en Varna (Bulgaria oriental) en 1444. Nueve años más tarde, Constantinopla se enfrentó al decimotercer asedio musulmán desde 650. Aunque la población de la ciudad había quedado reducida a 50 000 habitantes, la pérdida de Constantinopla en 1453 fue considerada un enorme desastre por todos los cristianos. En 1461, la caída del imperio de Trebisonda (nordeste de Anatolia y sur de Crimea) eliminó el último reducto. 12

El declive bizantino tuvo lugar durante un periodo de debilidad del Imperio occidental. Ninguno de los reyes germanos del momento, 1251-1311, fue coronado emperador y los que siguieron se vieron empeñados en nuevas disputas con el papado hasta entrada la década de 1340. El Gran Cisma subsiguiente dificultó toda respuesta coordinada hasta que fue demasiado tarde. De este modo, la cuestión de los dos emperadores se resolvió por omisión. Su significado a largo plazo radica en la lenta secularización de los títulos imperiales que acaban por convertirse en rangos monárquicos superiores y no en un título singular, vinculado de forma exclusiva a una misión cristiana universal. 13

La existencia prolongada de dos emperadores cristianos también contribuyó a consolidar la distinción este-oeste. Los geógrafos de la Antigüedad y del Medievo diferenciaban los continentes de Europa, Asia y África, pero esto significaba poco en términos políticos o ideológicos, pues Roma se había expandido por los tres. En Bizancio persistió el punto de vista de la Antigüedad: el Bósforo fluía a través del corazón de su imperio y «Europa» no era más que el distrito eclesiástico y administrativo de Tracia, inmediatamente al oeste de la ciudad. Tal cosa era inaceptable desde la perspectiva política en occidente, donde la fundación del imperio requería una línea de demarcación clara con el este. Cualquier otra cosa hubiera implicado reconocer la existencia de dos emperadores, o que uno de ellos no era un emperador completo. «Europa» pasó así a significar civilización occidental, delimitada al este por los confines de la cristiandad latina y del imperio. El lugar del imperio en tales ideas lo expresaron con claridad meridiana los primeros hagiógrafos medievales de Carlomagno, al cual ensalzaban con el título de Padre de Europa. 14

El sultán

La toma de Constantinopla en 1453 asignó a los turcos otomanos el papel del «otro» musulmán en la mentalidad occidental, a pesar del comercio constante y otros puntos de contacto entre este y oeste. 15 Con el posterior asentamiento de los otomanos en Hungría y en la costa adriática, el imperio pasó a definirse a sí mismo como el bastión de la cristiandad contra el islam. La coincidencia del avance otomano con la invención de la imprenta favoreció la rápida difusión de estos prejuicios. La hostilidad occidental hacia los otomanos se superpuso y reforzó su anterior resentimiento hacia los bizantinos. Llegó a ser mucho más profunda que la que pudieran albergar hacia ningún otro pueblo occidental y creó un sentimiento de amenaza existencial que persistió hasta finales del siglo XVIII. Pero los otomanos no eran más que otra de las muchas potencias imperiales musulmanas que habían sucedido a los califatos que estructuraron el mundo musulmán entre la expansión del siglo VII y el choque de las invasiones mongolas del XIII. Hacia 1501, la familia chií de los safávidas forjó un nuevo Imperio persa. Los mamelucos, esclavos-soldados túrquicos que se hicieron con el poder en Egipto alrededor de 1250, fueron la única potencia que logró infligir una derrota militar de importancia a los mongoles, a los que expulsaron de Siria en 1260. El Imperio mameluco sobrevivió hasta 1517, cuando fue conquistado por los otomanos. Los mongoles derribaron el último califato, con sede en Bagdad, en 1268, pero poco después se convirtió al islam. Aunque el vasto Imperio mongol no tardó en fragmentarse, un grupo resurgió en 1526: los mogoles de la India. Así, el ascenso de España al estatus de potencia imperial global, con Carlos V, coincidió con la consolidación de los imperios otomano, safávida y mogol, que, en conjunto, gobernaban sobre 130-160 millones de personas en el Mediterráneo, Anatolia, Irán y el sur de Asia. 16

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