Viviana Berger - Contribuciones a la criminología

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Llevar adelante una Acción Lacaniana implica el compromiso so­cial de cada psicoanalista que, en tanto tal, se espera esté a la altura del malestar de la cultura de su época. No siempre es fácil conversar con otros discursos y mucho menos causar interés y con­fianza, pero cuando un psicoanalista desea saber, se suscitan nue­vos lazos y surgen este tipo de elaboraciones que sirven de bisagra para algunos puntos de formalización teórica. ¿Cómo una institución carcelaria abriría sus puertas al psicoaná­lisis? La llave viene desde adentro. En un manojo de llaves que pretende despertar al lector de los textos que hacen a este libro asumiendo un riesgo, el de esclarecer algunos conceptos psicoa­nalíticos a partir de una experiencia institucional. Las páginas de este libro recogen elaboraciones analíticas sobre crímenes, sobre psicosis, sobre la crueldad, sobre el miedo, sobre el abuso, final­mente sobre la responsabilidad y lo que a la libertad, resta… Leer este libro abrirá una diversidad de casos que operan sobre lo real del goce y lo que en psicoanálisis conocemos como la pulsión de muerte, que cuando va a la deriva encalla en lo peor. Asimismo, leeremos inquietantes situaciones de lo que pasa en un sujeto ins­titucionalizado cuando lo que hay es una ausencia de mediación sintomática cuyos efectos se convierten en un desafío para el psi­coanalista concernido en esta Poleana con la que se las ingeniará para encontrar alguna salida. (Del Prólogo, por Raquel Cors Ulloa).

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Pero, aún en el lugar de Ideal para algunos, la paradoja resulta en que, por otro lado, el criminal desde el punto de vista de los síntomas de la contemporaneidad parece, más bien, un chivo expiatorio del real social que se asegura en ellos. ¿De quién es esa voz? Tengamos presente que, para Lacan, la voz es siempre la voz del Otro, la voz viene del Otro, es la parte imposible de asumir por el sujeto como je y que es, por lo tanto, subjetivamente asignada al Otro; en ese sentido, la voz es exactamente el imposible de decir del campo del Otro.

Nada es más humano que el crimen instala así un punto de partida clave para el analista. De la elucidación de los hechos, la justicia, los derechos y deberes se ocupan otras disciplinas; para el psicoanálisis, la brújula estará en lo real, constitutivo y constituyente del humano –asumiendo que, incluso, lo real mismo, cuando trata de decirse, miente. Quizás el analista hará emerger el decir del sujeto y localizar los puntos de real en su biografía, desde donde captar la lógica del pasaje al acto delictivo, el núcleo de lo que lo llevó a realizar el acto criminal. Quizás con el equipo tratante se pueda deducir la lógica de lo que eso quiere decir y escuchar las elaboraciones, o no, que el sujeto esboza al respecto. Quizás ello contribuya a despejar una vía de tratamiento posible para el real del sujeto en la institución. Quizás su escucha promueva un anudamiento posible que regule lo irrefrenable del goce delictivo. Quizás introduzca algún efecto de humanización. Quizás no.

Ahora bien, para funcionar desde ese lugar, el analista se ve exigido a desprenderse, él mismo, de la creencia en la verdad y los ideales morales –solo así podrá servirse correctamente de la palabra. En tanto lo real está en conflicto con el purismo, no es la lógica de “las violencias y las locuras en la cárcel, los correctos y normales en la sociedad”; confrontarse con lo imposible de soportar obliga a saber algo respecto del propio elemento pulsional que constituye el síntoma del analista, contar con alguna idea –por más incipiente que sea– de los fantasmas propios que consuenan con esas voces del encierro. Vale aquí la advertencia de Miller a los practicantes al inaugurar el primer servicio psiquiátrico bautizado Jacques Lacan: “Ante el loco, ante el delirante, no olvides que eres, o que fuiste, analizante, y que también tú hablabas de lo que no existe”. (6)

Nada es más humano que el crimen destituye, entonces, toda expectativa de aspirar a la adaptación del sujeto a una realidad sin conflictos. “Esto porque la realidad humana no solo se debe a la organización social, sino a una relación subjetiva que, por estar abierta a una dialéctica patética que debe someter lo particular a lo universal, adquiere su punto de partida en una alienación dolorosa del individuo en su semejante y encuentra sus caminos en las retorsiones de la agresividad”. (7)

A pesar del énfasis en el determinismo del sujeto, el psicoanálisis no promueve ninguna absolución –todo lo contrario, propone una ética de las consecuencias–. En su texto “Psicoanálisis y criminología”, Lacan señala que el psicoanálisis, en tanto considera la estructura cerrada de la subjetividad, contribuiría a la comprensión del sentido de algunos crímenes, y la propuesta para la cura se orienta hacia “la integración por el sujeto de su verdadera responsabilidad”, (8) reconociendo el valor curativo de la punición “que puede ser quizás más humano dejársela encontrar a él”. (9) Así resulta que, si bien por un lado el psicoanálisis no deja de reconocer el imperativo al que responde el sujeto, de ningún modo lo exime de su estatuto en relación al deseo, insistiendo en la posición subjetiva que, por supuesto, tampoco corresponde eliminar en la psicosis. Recordemos la fórmula de Lacan: siempre somos responsables de nuestra posición de sujetos – base prínceps del respeto por lo humano– . “La acción concreta del psicoanálisis es benéfica en un orden duro, las significaciones que revela en el sujeto culpable no lo excluyen de la comunidad humana. Hace posible una cura en la que el sujeto no está alienado de sí mismo y la responsabilidad que restaura en él responde a la esperanza que palpita en todo ser deshonrado, de integrarse en un sentido vívido”. (10)

Hubo un caso comentado durante una de las sesiones de trabajo en Tepepan, a propósito de una interna que se mostraba muy indiferente y apática durante el tiempo que llegó al Centro (posición que se mantuvo hasta el dictamen de su sentencia), negándose a participar de las rutinas alegando dolores en su brazo y otras razones. La sorpresa surgió cuando al momento de la última audiencia en la que el juez anunciaba el dictamen, ésta se pone de pie frente a todos los presentes y pide tomar la palabra para manifestar su gratitud por cómo fue llevado su caso durante el proceso, resaltando especialmente el trato “muy humano” brindado por el juez, y su conformidad con el veredicto, “si hizo algo malo, entonces, tratará de cambiar” –manifestó públicamente en la escena judicial, según nos refirieron.

A partir de entonces, el equipo técnico reconoce un cambio importante en la actitud de esta mujer en el Centro, una disposición diferente para realizar las tareas, y claras muestras de cooperación. Lacan dirá: “Solo el psicoanálisis, porque sabe cómo desviar las resistencias del yo (moi) , es capaz en estos casos de desprender la verdad del acto, comprometiendo en él la responsabilidad del criminal por una asunción lógica, que debe conducirlo a la aceptación de un justo castigo”. (11) En esta situación, se comprueba el poder de la sentencia judicial que operó localizando e introduciendo una posibilidad de regulación de goce para el sujeto –podríamos decir, a la luz de lo desplegado hasta ahora, humanizando al criminal– . Lo novedoso para el sujeto fue que este pasaje por el Otro que investigó los hechos, tomó pruebas, construyó un expediente y llegó a un veredicto, le permitió salir de su estado de descompensación; dar su consentimiento al proceso y aceptar que la condena trae aparejada para ella un apaciguamiento significativo de su goce.

La pacificación que se opera en la estructura por la aceptación del justo castigo, nos confronta también con los casos en los que se reduce la condena por buena conducta, y cómo muchas veces, esta contemplación de la ley funciona iatrogénicamente. Una mujer que asesinó a sus tres hijos dirá: “No alcanza el tiempo que he pasado aquí para pagar por esos hechos”. Su salida del reclusorio se dará prontamente, cuestión que genera inquietudes respecto de su pronóstico y de los ecos y consecuencias que su salida tendrá en la comunidad. “Usted no es nadie para juzgarme, yo ya he sido juzgada por un juez y estoy pagando mi condena y por eso estoy en la cárcel” –le dirá telefónicamente a un periodista que insistía en entrevistarla. A la fecha, el Centro le ha servido de refugio frente a la persecución social que su caso ha despertado; la preocupación es de qué modo podrá responder al juicio moral de la sociedad cuando ya no esté resguardada por los muros (luego de esa confrontación con el periodista, no volvió a recuperar la funcionalidad que había alcanzado hasta ese momento).

La institución frente a la desinserción

Los reclusorios alojan a esos sujetos en ruptura con el lazo social que, por causa de su acto delictivo, la ley ha determinado la privación de su libertad y detención en una institución cerrada que les provea un tratamiento apropiado. El discurso jurídico les da también una nominación: se trata de personas privadas de su libertad – “p.p.l.” , en su versión abreviada; a partir del delito cometido, adquieren así un estatuto simbólico y una estructura que los contiene.

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