En el México del siglo XXI, los límites siguen latentes y conforman la realidad de la mujer en el ámbito laboral, su acceso a puestos de Alta Dirección y toma de decisiones.
La tradición cultural de designar funciones específicas determinadas por sexo y género de las personas proviene de eras primitivas, cuando se pensaba que la fisionomía del ser humano lo condicionaba a ciertas actividades.
Durante muchos años se han atribuido rasgos estereotipados a cada uno de los sexos. Por mencionar un ejemplo, entre los rasgos masculinos se encuentra la agresividad, la fuerza lógica, la actividad, la decisión, la ambición y el dominio.
Así quedó consagrada la idea de que el hombre era, por naturaleza, proveedor, protector y cazador, mientras que la mujer poseía un instinto maternal y vulnerable que la confinaba a labores domésticas, de crianza, educación y cuidado de dependientes (Aparisi, 2011).
A la mujer, por su parte, se le asignan atributos como ternura, compasión, dependencia, emotividad, sumisión e indecisión. Con el conjunto de estos rasgos se construyó el icono de lo masculino y lo femenino, que se transmitió de generación en generación, estableciendo una diferencia artificial entre el varón y la mujer (Llanes, 2010).
Estos estereotipos limitan y reducen la acción de toda persona en la vida familiar, política, social, económica y cultural; y poco a poco se convierten en paradigmas: en papeles o modelos a seguir.
La relación hombre-mujer ha evolucionado a la par del mundo. El surgimiento de nuevas corrientes filosóficas que analizan la evolución de este binomio en el ámbito económico, político y social, permiten una mayor comprensión de los arquetipos y paradigmas arraigados los últimos 50 años en la cultura mexicana y en sus empresas, tanto en México como en Latinoamérica.
NOTAS
[1]El IPADE, a través de su misión de formar líderes con perspectiva global, promueve los programas de Alta Dirección, AD-2, AD y D1, que ofrecen a los participantes la posibilidad de perfeccionar sus habilidades directivas a través del Método de Caso que, mediante su práctica intensiva, los motiva a desarrollar sus cualidades para tomar decisiones atinadas, ejercitar su flexibilidad y amplitud de criterio, así como constituir la firmeza de carácter que debe acompañar a toda acción directiva ( www.ipade.mx).
Asimismo, el IPADE tiene dos programas de maestrías, el full-time MBA, máster en Dirección de Empresas (MEDE), dirigido a jóvenes con alto potencial, que ofrece formación académica y humana orientada a aumentar sus habilidades para lograr posiciones de liderazgo a corto plazo y el executive MBA, máster en Dirección de Empresas para Ejecutivos con Experiencia (Medex), es un catalizador de la carrera directiva que reafirma la confianza en las habilidades para la toma de decisiones y perfecciona las competencias que se requieren para asumir responsabilidades de mayor rango ( www.ipade.mx).
[2]Nueva Zelanda fue uno de los primeros países en aceptar el voto de mujeres en 1893. Arabia Saudita fue el último país en otorgar el voto a las mujeres, en 2011.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Aparisi Miralles, A. (2011). Persona y género. Universidad de Navarra: Thompson Reuters.
Llanes, I. (2010). Del sexo al género. La nueva revolución social. Universidad de Navarra: EUNSA.
Trejo Delarbre, R. (2003). “Cuando el mujerío ganó el sufragio”. Crónica. Recuperado el 14 de septiembre de 2016, de: http://www.cronica.com.mx/notas/2003/89964.html
Mi mamá trabajó en casa, ellos (mis
padres) estudiaron solo la primaria y mi
papá siempre dijo que fue un error no
seguir estudiando. Eso y la necesidad
de un trabajo me llevaron a crecer
profesional y personalmente
GUADALUPE CASTAÑEDA
Socia líder de mercados en crecimiento Ernst & Young
Generación: D1 2004-2005
Un discurso adquiere sentido cuando su interpretación se hace presente en la sociedad, en la política, la economía y todos los ámbitos que tocan al ser humano. Para comprender mejor los paradigmas que sustentan las relaciones entre mujeres y hombres es necesario dejar claros la definición y el sentido de los términos “sexo” y “género”.
El sexo está determinado de manera natural, no es elegible; el género es una construcción cultural que cada sociedad le otorga a los sexos como resultado de estereotipos. Mientras que el sexo se explica desde una visión meramente biológica, el género es producto de relaciones culturales, educación, arquetipos y comportamientos elegidos. Dentro del género se encuentra un margen muy amplio de libertad, que está ligada a los paradigmas que se explicarán en este capítulo.
La catedrática Ángela Aparisi (2011), de la Universidad de Navarra, estudia tres modelos filosóficos sobre la relación entre sexo y género que ayudan a entender el surgimiento de corrientes como el machismo, el feminismo radical y la complementariedad entre hombres y mujeres, o posfeminismo.
DIFERENCIA SIN IGUALDAD: MACHISMO O SEXISMO
Este modelo sostiene que a cada sexo le corresponden ciertas funciones sociales, imposibles de ser transferidas o transformadas a lo largo de la historia. Procede de un vínculo inalterable entre el sexo biológico (hombre y mujer) y los papeles que la sociedad les impone.
Puesto que la biología determinaba la función social en la relación hombre-mujer, la complexión del hombre le otorgaba superioridad sobre la mujer. Se resaltaba la diferencia entre mujeres y hom-bres, pero sin igualdad. Esta distinción determinaba la inferioridad y la subordinación de la mujer al hombre; la primera dependía económica, política, afectiva y sexualmente del segundo.
En este modelo, las diferencias biológicas determinan la participación cultural de ambos, y dichas actividades eran intransferibles al sexo contrario. Lo anterior llevó, inevitablemente, a que las labores diferenciadas no tuvieran el mismo valor social: los hombres representaban la vida política, pública y económica de la sociedad, mientras que a la mujer se le asignaban labores de la vida privada, como la educación, la reproducción y las ocupaciones domésticas.
La genética impide que estos papeles puedan intercambiarse o transferirse entre sexos; es decir, el hombre no concibe que la mujer forme parte de la vida pública de la sociedad porque su sexo no lo permite, y viceversa.
La diferencia sin igualdad entre sexos hizo radical la noción de superioridad de los hombres sobre las mujeres. La mayoría de las sociedades ha superado científica y legalmente este modelo, pero persiste en pleno siglo XXI. Al respecto, Badinter (1993) comenta:
El mundo se halla sujeto a la razón masculina, y en su lucha por la igualdad de derechos, la mujer renuncia casi siempre a su feminidad para hacer valer mejor sus cualidades masculinas. Ha habido tal asimilación de sexos que ambos se han fundido en el mundo masculino.
A pesar de ser evidentemente injusto y atentar contra los derechos humanos, suele pasar desapercibido en sociedades primer mundistas: el macho progresista se declara a favor de la inclusión de la mujer en el mundo laboral, pero sin que esta abandone las labores domésticas que le son encomendadas.
Algunos ejecutivos de empresas globales, por ejemplo, se declaran a favor de la inclusión de la mujer en los negocios, pero no están de acuerdo en que sus propias esposas trabajen y “abandonen” el hogar.
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