En Gilles Deleuze también vemos este esfuerzo por pensar en qué consiste el trabajo de la crítica23, intensificando la línea de sus contemporáneos, afirmando que se trata de una labor que que abre acontecimientos, traza líneas de fuga y fuerza. No ya de un sujeto que juzga, sino de la creación en la inmanencia. Desde luego ninguno de estos pensadores propone una definición cerrada de la noción de crítica, ni mucho menos el establecimiento de un sistema, como podemos identificar en Kant. Como mucho, intentan delinear características estructurales y desde ciertas derivas van agrietando los paradigmas de comprensión que se han transformado en estructuras poderosas que nos impiden abrir el campo de los posibles.
Por eso, cuando en nombre del espíritu crítico se nos insta con insistencia a separar lo verdadero de lo falso, lo real de lo aparente, la vida de las imágenes, o a conocer la verdad que esconden, no puedo dejar de preguntarme en qué sentidos es crítica esa interpelación. Es cierto que durante mucho tiempo la crítica ha sido entendida como una toma de distancia que permitía una mirada externa de los acontecimientos y también como el límite que nos podría acercar al conocimiento. Sin embargo, lo que hoy nos interesa, o al menos a mí me parece pertinente, es valorar la crítica como fuerza material de creación: su capacidad para generar excesos, cuerpos desorganizados que sobrepasen los límites establecidos y redibujen su configuración. La crítica no en tanto pensamiento abstracto sino como pensamiento que se hace lugar, que forja formas de vida distintas. Así, la cuestión no es tanto preguntarse cuál es el tipo de crítica que debemos hacer, sino sobre todo reflexionar acerca de los modos que tenemos de interrogar nuestro presente o –como decía Foucault– preguntarnos por los modos de cómo no ser gobernados.
No somos una especie de maquinarias pasivas –ni las máquinas mismas lo son– a las que les son indiferentes los datos, como si solo realizáramos procedimientos. Es en nuestra capacidad de singularización en donde se juegan todas las individuaciones de cómo se significa nuestro mundo. Por ello, el presente exige trazar complicidades, habitar lugares contradictorios, proponer estorbos, generar tropiezos e interferir aquellas zonas que se presentan como infranqueables. Perforar el muro sólido de la creencia que se ha sedimentado en aquello que tan bien describe Fredric Jameson: «nos es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo»24. Errancias, encuentros entre elementos que nunca habrían tenido ocasión de tocarse.
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