Juanjo Álvarez Carro - Cruz del Eje

Здесь есть возможность читать онлайн «Juanjo Álvarez Carro - Cruz del Eje» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Cruz del Eje: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cruz del Eje»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El capitán español Fulgencio Colinas, tabaquero en la Cuba de 1898, muere a manos de un mercenario francés, en plena guerra con los americanos.Años después, en el verano de 1917, España está sumida en los disturbios que enfrentaban al pueblo y a la monarquía. Curiosamente, las Juntas Militares de Defensa apoyaban ahora reformas que coincidían con las que la sociedad deseaba. Algunos de esos militares rebeldes huyeron del país en busca de otra vida. Pero Alfonso XIII decide mandar a Gorgonio Colinas, del servicio secreto, a Argentina a buscarles.Se habían vuelto necesarios en la conciliación que el rey pretendía. Dos meses después, el capitán Gorgonio Colinas acaba encontrando en la ciudad de Cruz del Eje al militar que buscaba, pero tambíén a una verdad reveladora e inesperada.

Cruz del Eje — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cruz del Eje», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—¿Esmeralda? ¿Dónde estás, cielo?—llamó Fulgencio a su mujer desde abajo. Al no obtener respuesta subió a la planta alta con pesadez por las anchas escaleras de la casa.

—¿Esmeralda?

Los ventanales enormes de la habitación estaban abiertos de par en par y las cortinas blancas y suaves se paseaban desde el techo hasta el suelo, bailando con la brisa. Supo que su mujer debía haber estado esperando despierta ya que había luz en la espaciosa alcoba y tal vez no contestaba por haber caído dormida. El aroma a tabaco quemado le llegaba desde la distancia y se respiraba por toda la casa. Buscó a Esmeralda y vio que se hallaba dentro de la bañera, con la mirada perdida. Tanto que ella ni siquiera re­paró en la llegada de su marido. Se frotaba con insistencia para lavar una sucie­dad inexistente en la piel. Y cantaba Esmeralda con apenas un hilito de voz:

Eres la flor que me inspira

Reina de mis ilusiones

Por ti mi alma suspira

Oh, rosa de mis amores*

Era una vieja copla criolla que su marido solía cantarle en los momentos que ambos hacían el amor y le provocaba la risa, abandonándose al placer. Cuando Fulgencio se acercó hasta la bañera, el agua estaba completamente roja. Esmeralda se iba de este mundo despacito, con las venas abiertas y sin dar una sola voz de queja. Era una mujer de honor y creía que debía dejar que su vida se fuera por los dos pequeños cortes que había hecho, sin un solo atisbo de derrota.

Apenas le quedaban fuerzas, pero con los últimos suspiros pudo acopiar el aliento necesario para contarle a su marido la amargura y el horror de aquella noche, que se habían iniciado exactamente cuando Coli­nas y los otros dos hombres salieron en persecución del oscuro jinete. Para ella habían pasado seis ho­ras de humillación aberrante, en la que los cuatro hombres hicieron con ella uno tras otro lo que quisieron. Esmeralda indicó con la mirada el men­saje que los atacantes dejaron para él. Sobre el escritorio que Colinas tenía en su habitación habían de­jado un papel con un mensaje escrito con mano agitada. Las manos de Colinas mancharon el papel con sangre y agua:

“El tiempo todo lo cura” J.L.

Fulgencio levantó a Esmeralda de la bañera y la llevó hasta la cama. Gritó desesperado llamando a la criada. María y Tomasa, las dos criadas de confianza, hicieron lo posible por interrumpir el desangrado, pero ya había perdido gran cantidad. No había nada que hacer. Apenas tardó unos minutos más en morir. En ese instante, Fulgencio comprendió que tan sólo restaba una cosa. Dio unos pasos firmes y seguros. Fueron cuatro pasos exactamente los que marcaban la distancia que separaba el lecho de muerte de Esmeralda del sable de oficial del ejército español, colgado todavía en la pared de su habitación privada.

Abrió el cajón grande del escritorio y sacó dos revólveres. Se colgó el sa­ble junto a los revólveres y corrió a las cuadras a buscar su caballo. Sin siquiera ensillarlo, un suspiro más tarde ya cabalgaba hacia la salida de la finca.

La noche era clara, y Colinas sabía que no tardaría mucho en encontrar a LeBarón. Que ni si­quiera tendría que ir a buscarle a Santiago. Sabía que le estaría esperando. Se conocían bien el uno al otro. Cabalgó como llevado por el viento durante apenas tres minutos para recorrer los dos kilómetros desde la casa hasta el camino de Santiago.

Fulgencio divisó a LeBarón apoyado en la tranquera de la finca desde muy lejos. A medida que se acercaba, Colinas sabía que había llegado el final. Con la luna llena, en po­cos segundos, la camisa blanca del francés le serviría para apuntar con los revólveres. No deseaba ni mirarle a la cara. Lo haría desde lejos y sin dudar. Todavía al galope, con la derecha comenzó a apuntar. Cuando iba a apretar el disparador, tres lazos le rodearon desde partes diferentes de la arboleda que rodeaba el camino y le derribaron del caballo.

Los primeros golpes que recibió fueron a la cara, aunque no causaron sangre. LeBarón quería la cara y el cuello para él. El dolor de las patadas en el pecho se clavaba en los pulmones y le impedía respirar. Colinas no soltaba el arma a pesar del dolor punzante mientras los cinco que le pateaban gritaban cosas sobre los momentos en que habían estado con Esmeralda. Le iban gritando comentarios sobre cómo ella se revolvía en vano para evitar el ultraje.

Por fin, uno de ellos le arrancó uno de los revólveres y decidió dispararlo sobre Colinas. El que hablaba con acento americano le quitó el sable.

—Nunca he tenido un arma tan bonita. Ni una mujer como la tuya, gachupín— dijo poniendo el sable en alto como los héroes que triunfan en combate.

—Ese sable es mío— dijo LeBarón.

—Dejadle ya. Vámonos— añadió mientras montaba.

Cuando todos hubieron montado, Fulgencio se concentró dejando de respirar, para levantar su cabeza con la escasa ayuda de los músculos entumecidos por la paliza. Tuvo que hacer toda la fuerza del mundo para sacar el brazo de debajo de su cuerpo roto y conseguir ponerse boca arriba. No podía amartillar con la mano derecha, rota e inútil. Aproximó el revólver hacia la cadera y oyó el clic del perrillo, colocándose en su posición de disparo, al mismo tiempo que el hueso de la pierna le anunciaba parte de su pronóstico médico, que recibió con un alarido ahogado. Levantó la mano, hizo tres disparos hacia la única camisa blanca en medio de aquella noche de luna llena y abrió un gran boquete en la pierna izquierda del jinete que ya cabalgaba a galope. Después de la última detonación, el capitán Fulgencio Colinas y Gaboto cerró sus ojos. Y su vista se oscureció para siempre. En la guerra de Cuba.

Buenos Aires

(República Argentina)

Diecinueve años después.

5 de Septiembre de 1917

—Tenemos que desembarcar ya, mi coronel— musitó el joven capitán, utilizando la voz queda de quien sabe que viene a interrumpir.

El coronel Lezama llevaba más de media hora acodado sobre la borda en la cubierta, con la mirada perdida entre el cartel enorme que anunciaba el puerto de Buenos Aires, a lo lejos, y las barcazas que transportaban a los viajeros hasta el muelle. Los barcos grandes no podían atracar en la dársena, así que entonces el desembarco de los pasajeros se debía hacer de aquella manera, dado el escaso calado del puerto, por la enorme cantidad de arenas que el Río de la Plata arrastraba desde la mesopotamia argentina.

—Sí—contestó el coronel lacónicamente, pensando que aún le quedaba media milla por recorrer en una de aquellas barcazas, hasta tocar tierra argentina definitivamente, como tomando tiempo para dar media vuelta, buscar otra vez la puerta del camarote en el que había habitado durante los últimos doce días y pasar a considerar finalizada la fuga. Pero, en lugar de eso, miró hacia la exigua maleta que descansaba junto a sus botas, y seguidamente al billete que le habían extendido en las oficinas de Tenerife, las Compañías Hamburguesas. Se leía con claridad y en letras mayúsculas hechas a pluma: “Buenos Aires”.

Decidió que el nombre Buenos Aires hab ía desuponer un buen augurio para él y los hombres que le acompañaban en la aventura. Pero también Lezama sonrió —casi divertido— al recordar a otros que ya se habían dejado llevar por la irreflexión: tal como lo había estudiado en la academia, para los ingleses en sus dos aventuras argentinas con intento de invasión, aquellos aires deberían haberlo sido y no lo fueron, porque fracasaron.

Los dos tenientes que acompañaban a Lezama eran personas de juventud bisoña, y por eso no sabía si sentir alegría por ellos o miedo por sus futuros. Los cuatro capitanes, sin embargo, al haber ejercido su mando en cajas de reclutamiento, debían estar más convencidos. Ellos habían sufrido día a día la ineficacia y la lentitud de aquella estructura oxidada que el ejército español era por aquel entonces. Un ejército con un sistema de leva que permitía excepciones injustificadas, dando permisos y exenciones a señoritos y pisaverdes, quienes a cambio de dinero, compraban la voluntad de gañanes majaderos. Éstos acudirían al servicio militar en su lugar, con su valor supuesto, y con la esperanza de algún medro, por otra parte, totalmente imposible entonces en sus aldeas de procedencia.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Cruz del Eje»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cruz del Eje» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Cruz del Eje»

Обсуждение, отзывы о книге «Cruz del Eje» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x