Es el esprit de finesse, propuesto por Blaise Pascal (16231662), que se distingue del esprit de géometrie. El espíritu de finura representa, en los hombres y en las mujeres, la dimensión de lo femenino, con las características indicadas arriba. Se completa con la dimensión de lo masculino, en las mujeres y en los hombres, que es el espíritu de geometría, la capacidad de ordenar, de racionalizar, de abrir caminos, de superar dificultades y de construir un proyecto de vida o de civilización. Ese espíritu de geometría creció en los últimos siglos mediante la aventura técnico-científica de la humanidad, reprimiendo lo femenino, en detrimento de una experiencia más global e integradora del ser humano.
Es importante, en esta ocasión de la historia, que recuperemos la dimensión de lo femenino, que nos abre a lo sagrado y a la veneración tan necesarios para que inauguremos una civilización de la re-ligación, del reencantamiento de la naturaleza y de la veneración del universo. Será seguramente la experiencia de lo sagrado y de lo numinoso lo que funcionará como eslabón articulador y como experiencia original de la nueva civilización naciente.
Cabe enfatizar: esta experiencia es antropológica. Está unida a la estructura básica del ser humano. Re-liga al ser humano constantemente con la Fuente original. No es monopolio de las religiones. De la re-ligación proviene la re-ligión.
Función primordial de la religión es re-ligar la persona a su Centro, donde mora la divinidad con su brillo. A partir de la recuperación de lo sagrado, entrevisto en todas las cosas, los seres humanos darán un nuevo aliento a las religiones históricas y a las diversas tradiciones espirituales o reinventarán otras religiones o caminos espirituales.
Esta espiritualidad, fundada en la re-ligación, en la experiencia del anima y de lo sagrado, deja atrás las religiones de cuño patriarcal. El mismo cristianismo asumió las características patriarcales, ausentes en la experiencia de Jesús, que es más bien femenina. Él presenta al Abba (papacito) celestial con características de madre, llena de misericordia y reconciliación. Pero fue traducida (y en parte traicionada) en el marco de dominación de los hombres, que se creen los únicos representantes de Dios y de Cristo (jerarquía, clericalismo, celibatarismo). Esta forma patriarcal de religión introdujo profundos dualismos: entre Dios y mundo, espíritu y materia, vida terrena y vida eterna, religión natural y religión revelada, religión verdadera y religiones falsas. La nueva religión que integra lo masculino y lo femenino (animus y anima) enfatiza la unión entre fe y vida. Identifica la profunda unidad de la experiencia espiritual, expresada en los muchos caminos y religiones. Subraya el panenteísmo, que se afirma: Dios está en todas las cosas y todas las cosas están en Dios. Existe comunión y no separación entre Dios y criatura. Dios no habita sólo en los cielos, sino en todas partes, especialmente en la profundidad del ser humano.
A causa de todos estos valores, la civilización de la re-ligación dará importancia a la religión y a la espiritualidad, como instancia que se propone re-ligar todas las cosas entre sí, con el ser humano y con el Supremo, porque las ve todas re-ligadas umbilicalmente con su Creador. Esta civilización que emerge será religiosa o no lo será. Poco importa el tipo de religión –occidental, oriental, antigua, moderna– con tal que que vincule y alimente continuamente la experiencia radical de re-ligación, expresada en mil caminos religiosos y espirituales, experiencia que consiga re-ligar, efectivamente, todas las cosas y gestar un sentido de totalidad y de integración. Entonces podrá surgir la civilización de la etapa planetaria, de la sociedad terrenal, la primera civilización de la humanidad como humanidad.
Nos sentiremos todos implicados en una misma conciencia colectiva, en una misma responsabilidad común, dentro de una misma y única arca de Noé que es la nave espacial azul-blanca, la Tierra. En ella y con ella nos salvamos o nos perdemos todos.
6. LA APARICIÓN DE UNA CIVILIZACIÓN PLANETARIA
Esta nueva civilización no es sólo un deseo y un sueño alegre. Está surgiendo. Viene, ante todo, bajo el nombre de mundialización y de globalización. Se trata de un proceso irreversible. Representa indiscutiblemente una etapa nueva en la historia de la Tierra y del ser humano. Estamos superando los límites de los estados-naciones y dirigiéndonos hacia la constitución de una única sociedad mundial que demanda más y más una dirección central para las cuestiones concernientes a todos los humanos, como la alimentación, el agua, la atmósfera, la salud, la vivienda, la educación, la comunicación y la protección de la tierra.
Es verdad que estamos todavía en la fase de la globalización competitiva, opuesta a la globalización cooperativa, que supone una economía diferente, estructurada alrededor de la producción de lo necesario para todos, seres humanos y demás seres vivos de la creación. Pero ella cumple una condición fundamental: crear las bases materiales para otras formas de mundialización, más importantes y necesarias.
Efectivamente, lo queramos o no, ya se está anunciando también una mundialización bajo el signo de la ética, del sentido de la compasión universal, del descubrimiento de la familia humana y de las personas de los más diferentes pueblos, como sujetos de derechos que no dependen del poder económico y político de los pueblos o del dinero de su bolso, ni del color de su piel, ni de la religión que profesan. Estamos todos bajo el mismo arco-iris de la solidaridad, del respeto y de la valorización de las diferencias y movidos por el amor que nos hace a todos hermanos y hermanas.
La mundialización se hará también en la esfera de la política que deberá reconstruir las relaciones del poder, ya no en la forma de dominación/explotación de las personas y de la naturaleza, sino en la forma de la mutualidad biofílica (= reciprocidad entre los seres vivos) y de la colaboración entre todos los pueblos, base de la convivencia colectiva en la justicia, en la paz y en la alianza fraternal/sororal con la naturaleza. Ésta deberá organizarse alrededor de una meta común: garantizar el futuro del sistema Tierra y las condiciones para que el ser humano pueda continuar viviendo y desarrollándose, como lo ha venido haciendo desde hace cerca de 10 millones de años.
Por fin habrá, seguramente, una mundialización de la experiencia del Espíritu en el desarrollo de las energías espirituales que se extienden por todo el universo, trabajan la profundidad humana y las culturas y refuerzan la sinergia, la solidaridad, el amor a la vida a partir de los más amenazados y la veneración del Misterio que penetra en todo y en todo resplandece, misterio al que se da culto en la oración, en la contemplación y caminando bajo su luz.
Estamos ante un experimento sin precedentes en la historia de la humanidad. O creamos una nueva luz, o vamos al encuentro de las tinieblas. O seguimos el camino de Emaús del compartir y de la hospitalidad, o experimentaremos el camino del Calvario, el descenso solitario al infierno en cuyo portal Dante Alighieri escribió: «Dejad toda esperanza, vosotros los que entráis”
7. LA HORA Y EL TURNO DEL ÁGUILA
La construcción de la nueva civilización en el tercer milenio pasa por un gesto de valor extremo. El valor de hacer camino donde no hay camino. Ya y ahora. En los momentos cruciales de la prueba mayor, ¿dónde encontraremos inspiración? ¿De dónde vamos a sacar los materiales para la nueva construcción?
Debemos imbuirnos de la esperanza de que el caos actual pronostica un nuevo orden, más rico y prometedor de vida para todos. Bien lo expresaba en verso Camões (1524-1580):
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