Es importante reconocer, sin embargo, que asistimos al surgimiento de lo femenino, que desenmascara la presencia del poder masculino en todos los campos de la vida familiar y social, en las expresiones del lenguaje, en la formulación del saber y en la institución de ritos y tradiciones, y denuncia el patriarcado como poder opresor de la mujer y del mismo hombre. El ecofeminismo de manera especial, ha obligado a lo masculino y a toda la cultura a una redefinición que busca más equilibrio y relaciones más inclusivas y participativas.
Hay que reconocer que todas estas revoluciones, nacidas en el cambio del neolítico, transformaron, sin duda, la faz de la Tierra. Acortaron distancias y aceleraron el tiempo. Trajeron comodidades para la vida cotidiana, llenando, por ejemplo, nuestras casas de electrodomésticos y de otros instrumentos de comunicación. Cambiaron los paisajes. Donde ayer había mar, hoy hay una ciudad. Donde había una montaña, hoy funciona una fábrica. La misma composición físico-químico-biológica del Planeta es otra. El ser humano acumuló un poder inmenso pero peligroso.
Este proceso conquistó, en mayor o menor escala, los cuatro puntos cardinales de la Tierra. Penetró en todas las culturas, hasta en las más recónditas del corazón de la selva amazónica o del interior del Sudeste Asiático. Allí puede faltar comida en la mesa, pero no falta un aparato de radio o un televisor que permite a sus moradores el estar unidos al mundo y soñar. Hoy, todo está pensado, proyectado y producido en función de la aldea global planetaria en que se está transformando nuestro planeta Tierra.
Simultáneamente, este proceso es responsable de la devastación del sistema-Tierra, por la monocultura tecnológica y material, por el patriarcado todavía dominante, por la deshumanización y falta de compasión en las relaciones sociales. La Tierra y los humanos han pagado un precio demasiado alto por el tipo de desarrollo que proyectaron. La continuidad de este proceso puede destruirnos.
3. EL ADÁN DOMINADOR Y EL PROMETEO CONQUISTADOR
Para superarlo, es importante identificar las causas que lo generaron. No basta, por consiguiente, señalar las fechas de su desarrollo histórico, como lo hicimos rápidamente. Urge denunciar al motor que empujó esta historia al punto dramático en que se encuentra en la actualidad. ¿Qué propósito se esconde detrás de este inmenso proceso técnico-científico-cultural, que es al mismo tiempo benefactor y perverso?
Respondemos: se esconde la figura del Adán bíblico que, conforme al texto sagrado, siente el llamado de dominar la Tierra y todo lo que ella contiene: las aves del cielo y los peces del mar. Se oculta la figura mitológica de Prometeo, divinidad que robó el fuego del cielo y se lo entregó a los humanos, haciéndose así inspirador del proceso civilizador, asentado sobre el poder-dominación.
La voluntad del poder y de dominación es el proyecto antropológico en vigor desde el neolítico. Su expresión clásica es el antropocentrismo, que ha marcado toda la trayectoria cultural a partir de entonces. Someter la Tierra, aprovecharse de sus recursos, ignorar la autonomía de los demás seres vivos e inertes, conquistar otros pueblos y someterlos para construir la prosperidad: he aquí el sueño más grande que ha movilizado siempre a esa porción de la humanidad, depositaria de los medios del poder, del tener y del saber.
El proyecto de poder-dominación alcanzó su expresión máxima a partir del siglo XVII. En esa época se comenzó a montar la máquina industrial. Ya se habían construido las bases filosóficas para tal empresa. Lo había hecho René Descartes (1596-1650), que enseñaba que el ser humano debe ser “el maestro y el dueño de la naturaleza”; y también Francis Bacon (1561-1626), el padre del método científico, que veía el laboratorio como una cámara de torturas de inquisidor. Se debe forzar, coaccionar, torturar a la naturaleza, escribía, hasta que entregue todos sus secretos. Fue el autor de la expresión: saber es poder. Y el poder era entendido como capacidad de dominar, esto es, hacer con los demás lo que él más fuerte quiere.
Con esa postura se radicalizó el antropocentrismo: la dominación total de la naturaleza por el ser humano. Se reafirmó de este modo el patriarcalismo, pues el proyecto de dominación fue pensado e implantado por el hombre-macho, marginando a la mujer e identificándola con la naturaleza. Naturaleza y mujer, según ese proyecto, deben ser sometidas por el hombre-macho.
Como consecuencia, se perdió el sentido de la unicidad de la vida y de la diversidad de sus manifestaciones, la percepción espiritual del universo y el esprit de finesse (espíritu de finura) ante el misterio de la vida y del universo. Todas estas características son atribuciones que lo femenino (la dimensión del anima, en el hombre y en la mujer, pero principalmente en la mujer) podría haber dado a la humanidad. Pero, al contrario, imperó el esprit de géometrie (el animus, el espíritu de cálculo y de control), expresión máxima de lo masculino.
A esta base filosófica se añadió la base científica. Galileo Galilei (1564-1642), Copérnico (1473-1543) y Newton (1643-1727) proporcionaron la nueva imagen del mundo fundada en las matemáticas, en la física y en la astronomía heliocéntrica. El matrimonio de la teoría con la práctica originó la cosmología 1, llamada moderna.
Esta cosmología posee las siguientes características: es materialista y mecanicista; es lineal y determinista; es dualista y reducionista; es atomista y compartimentada. Expliquemos estos términos.
El universo, en esta percepción del mundo (cosmología), está compuesto de materia, esencialmente estática e inerte. Funciona como una máquina que ha existido siempre. Las leyes son deterministas y permiten una descripción matemática exacta de todos los fenómenos. La lógica es lineal, pues para cada efecto existe la causa correspondiente. Toda la complejidad de la realidad se reduce a sus elementos más simples.
Es reduccionista, porque reduce la capacidad de conocimiento de los seres humanos solamente al enfoque científico. Sometiéndola a la manipulación técnica, se reduce la capacidad de la naturaleza de regenerarse creativamente. Considera todas las realidades, desde las estrellas hasta el cuerpo humano, compuestas por los mismos elementos básicos (los átomos indivisibles e inertes), discretos, yuxtapuestos, sin ninguna relación entre sí, cuyos procesos son mecánicos.
Es dualista, porque separa materia y espíritu, hombre y mujer, religión y vida, economía y política, Dios y mundo. El espíritu es ignorado o reducido a la esfera de lo privado. Lo que cuenta es la materia, mensurable, matematizable, manipulable y destituida de cualquier tipo de irradiación y propósito. Es entregada, sin consideración alguna ética o espiritual previa, al proyecto de desarrollo material diseñado por el ser humano.
Ya se dijo que los efectos de esta visión reduccionista y dividida sobre la mente humana constituyen una verdadera lobotomía: nos han hecho obtusos ante las maravillas de la naturaleza e insensibles frente a la reverencia que el universo naturalmente provoca. Nos hemos quedado desencantados. ¿Hay cosa peor que perder la magia, el brillo, la irradiación de la vida, de las personas, de las cosas y del universo?
En cuanto a lo social, la voluntad de poder se ha convertido en voluntad obsesiva y desmesurada de concentrar poder, de enriquecerse, de conquistar nuevas tierras y de subyugar a otros pueblos. Tal propósito ha sido la gran obsesión a partir del siglo XVI, en la alborada de la modernidad; se manifestó en el colonialismo, en el imperialismo y en la imposición de la monocultura material, cultural y religiosa, donde quiera que llegaron los comerciantes y los misioneros europeos. Se aplicó a la sociedad lo que Darwin (1809-1882) enseñó acerca de la evolución de las especies y de la selección natural: sólo sobrevive el más fuerte. Esto significa que los pueblos considerados menos desarrollados y las clases consideradas más débiles deben estar subordinados a los que se consideran a sí mismos como los más fuertes; en este caso, a los europeos blancos y cristianos, que asumieran, efectivamente, la función de mostrar a aquellos su lugar de subordinados, y de conducirlos hacia él utilizando generalmente la violencia, mucha violencia.
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