Jacinta trataba de consolar, a sabiendas de que parecía imposible llevar la paz a un corazón destrozado por el sufrimiento. Desde que su pobre hermana murió, el único consuelo que encontraba era el precioso niño que mantenía acurrucado contra su pecho. Si a él le ocurriera algo, su vida no tendría ningún sentido.
—¡No te martirices más Catalina! Eres demasiado joven para vivir con esa pena que parece ahogarte. Ahora, céntrate en esta preciosidad de criatura, que Dios te ha dejado para que lo cuides. Seguro que en el futuro te dará muchos momentos de felicidad. También tienes a tu prima Paca, que sufre cuando te ve tan triste y deprimida. Ya sé que en este pueblo hay mucha gente que os desprecia, pero todo eso no es más que pura envidia. Por otra parte también hay personas que sienten un gran aprecio por vosotras y lo hacen de corazón. Te aseguro Catalina, que llegarán momentos mejores y que seréis dichosos.
Jacinta se despidió de Catalina, ya algo más tranquila. Besó al niño en la frente y acarició a Taíta, que la acompañó hasta la puerta, sin dejar de mover el rabo.
Aquella tarde cuando llegó Paca se quedó algo desconcertada. Encontró al niño jugando en la puerta, junto a su perrita, en vez de estar como siempre en el corral. El niño, al verla corrió a sus brazos y le dio un montón de besos. Taíta daba saltos, buscando como siempre una caricia. Luego, Juanito y la perrita seguían con sus juegos, cargando y descargando de tierra la carroza que Jacinta le regaló.
Cuando entró en la casa encontró a Catalina cantando una de aquellas canciones que los juglares le enseñaron a su hermana María. La comida a punto para ser servida y la casa limpia como los chorros del oro.
Paca le dio un fuerte abrazo al verla tan contenta, ese no era el recibimiento habitual de los últimos tiempos. Enseguida le preguntó por qué se encontraba cerrada la puerta del corral. Catalina le comentó lo ocurrido con el vecino, y explicó que no tuvo más remedio que cerrar la puerta para evitar, en parte, el mal olor del estiércol.
—¡Has hecho muy bien!
—Algún día se cansarán de fastidiar y a ese viejo, como dice Jacinta, lo encontrarán cualquier día tieso en esos barrancos.
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