—¡Anda mujer!, puedes elegir la que quieras. Si además necesitas que te aconseje, llévate este, cuando lo abras, te darás cuenta de por qué te lo recomiendo.
Catalina, con mucho cuidado, tomó entre sus manos aquel bonito envase, que contenía un tesoro, y ella quería para su hermana.
Cuando ya se marchaba, Pilar Galindo que sentía un aprecio especial por las tres jovencitas, llamó a Catalina diciéndole que se le olvidaba algo. Sin decir nada más, Pilar le abrió la mano y depositó en ella el importe de su trabajo.
—¡Que disfrutéis mucho preciosas! —le decía mientras Catalina se marchaba escaleras abajo.
En esos días todas las chicas del pueblo lucían sus mejores vestidos y la que podía, se perfumaba. Pilar, adivinó las intenciones de Catalina y le proporcionó algo que nadie en el pueblo tenía.
Catalina, con los dos vestidos bajo el brazo y la colonia en el bolsillo, corrió hacia su casa loca de contenta. Nada más entrar, abrazó a su hermana pequeña y casi llorando le dijo que sería la más bonita del baile. Paca acudió de inmediato y tomó los vestidos, muerta de risa, mientras María no entendía nada de lo que estaba pasando.
—El domingo iremos las tres al baile, le dijo a María. Ahora no tengo tiempo que perder, he de hacer unos arreglos para tu nuevo vestido y hoy es viernes.
Hasta altas horas de la noche estuvo Catalina acompañada de Paca, a la luz de dos candiles, que iluminaban lo suficiente para que las dos mujeres pudieran hacer los arreglos al vestido que iba a ser lucido en el cuerpo de María.
Uno de esos vestidos, el más nuevo y bonito, era de lunares rosas sobre un fondo blanco y finalizado con un encaje también rosa. Catalina le quitó con mucho cuidado el encaje y luego, le hizo unos picos dejando esa parte del vestido algo más corta.
También le quitó la parte de arriba, para hacer un bonito juego con parte del otro vestido. De esa manera se perdería uno de ellos, pero de ambos saldría uno nuevo y precioso, que nadie en el pueblo se podría imaginar y además, no lo podrían relacionar con los modelos de la señora Pilar Galindo.
Esa noche se acostaron cansadas, pero muy satisfechas de su trabajo. Al día siguiente y una vez realizado su trabajo, le harían la prueba a María para dejarlo totalmente acabado y listo para el domingo.
María, cuando se vio probando aquel precioso vestido, que le hicieron entre su hermana y su prima, estaba ansiosa por lucirse con él y sobre todo presentarse con aquel modelo en el baile que la tenía sin dormir. Sin embargo, no le dijeron nada sobre el perfume, eso, sería una sorpresa.
El domingo, después de finalizar la misa, los jóvenes se reunieron en la plazoleta de la iglesia e hicieron comentarios sobre los días de baile y el deseo de seguir esa misma tarde hasta cansarse.
María, su hermana Catalina y Paca, salieron casi las últimas de la iglesia ya que se quedaron un rato rezando delante del altar, por el alma de sus madres, como era costumbre en ellas. Frente a la puerta de la iglesia, había un altillo, donde una parra empezaba a señalar los nuevos y vigorosos brotes que pronto cubrirían el lugar de una buena sombra en los calurosos días del verano, espacio que en esos momentos se encontraba bastante concurrido por un grupo de muchachos entre los que se encontraba Cristobilla el Pellejero. Era así llamado por ser su padre el carnicero del pueblo, donde solo se vendía carne de cabrito y de cordero. Cuando lograba reunir un buen fardo de pieles, las cargaba en sus mulos y eran transportadas a la cercana población de Ronda, donde obtenía un excelente precio. Debido a esa tarea, le quedó el mote de Pellejero a toda la familia.
Cristobilla, como todos le llamaban, era alto, delgado y guapetón, aunque casi un niño pues solo tenía diecisiete años y ni un solo pelo en la barba. Desde su posición, no le quitaba a María ojo de encima. Según su hermana Isabel, estaba locamente enamorado de María. Sin embargo, no tenía el valor de acercarse a ella para entablar una posible relación.
En este caso, no era su familia quien lo impedía, pues él no atendía en absoluto los consejos y advertencias de sus padres y familiares. Su gran temor era el ser rechazado por aquella preciosidad que lo estaba volviendo loco.
María, inteligente y suspicaz, conocía de sobra esos sentimientos y además, eran de su agrado. Solo que a ella, Cristobilla, le parecía demasiado niño.
En el mismo momento que María, agarrada del brazo de su hermana y de su prima, iniciaron la marcha hacia casa, volvió la cabeza y le dedicó una sonrisa que hizo estremecer al muchacho.
Llegó la tarde y por consiguiente la hora del baile. María, arreglada, se miraba al espejo y luego se colocó una flor en el pelo que su prima había cortado para ella en una maceta del corral. Fue entonces cuando su hermana se le acercó y mostrándole aquel coqueto frasco de cristal, derramó sobre el cuello de María una buena dosis de perfume, dejando un delicioso aroma en toda la casa. Luego, tanto Catalina como Paca, también se perfumaron aunque en menor medida que María.
Iniciaron el camino hacia el local donde se encontraba la cruz, muy cerca de su casa. Mientras se acercaban, se oían las canciones y las palmas, y con ello el ajetreo del baile.
Cuando ya se disponían a entrar, empezaron a entonar la canción que dos días antes escuchaba desde su ventana y que cada noche, era repetida varias veces.
Eres más tonto que aquel
que llevó la burra al agua
y la dejó sin beber…
Cuando las tres se incorporaron al grupo, algunas de las muchachas dejaron de cantar para hacer algún comentario sobre la inesperada llegada. Casi todas se morían de envidia al ver sobre todo a María con aquel bonito vestido y despidiendo un olor que sorprendió a todos.
Cristobilla, que se encontraba en una esquina, se quedó con la boca abierta al ver a María, quien a su llegada le miró a los ojos. Seguía la canción y dos parejas se movían de un lado para otro al son de las palmas y la melodía. María cantaba y se movía disfrutando con aquel momento. Estaba deseando que alguien la invitara a bailar y en su deseo, miraba a Cristobilla que parecía haberse quedado congelado.
De pronto, Isabel, la hermana de Cristobilla que detectó el deseo de María y sobre todo el de su tímido hermano, entonó la canción preferida de María.
Te creíste niño tonto
que yo por ti me moría
si no me he muerto por otro
que más cuenta me tenía.
Morenito ven aquí (estribillo)
morenito ven acá
morenito ven aquí
que te quiero de verdad (bis)
que te quiero de mentira
morenito ven aquí
morenito de mi vida.
Nada más empezar la canción, María no se pudo contener y se lanzó en pos de Cristobilla, lo tomó de la mano, lo sacó a la pista y empezaron a bailar. Cristobilla, al sentir las manos de María fuertemente apretadas, cálidas y finas, casi sufre un desmayo. Él parecía no estar en el baile, sino en una nube, hasta que terminó la canción que fue repetida varias veces, por iniciativa de Isabel. Al dejar al muchacho en el lugar donde en un principio se encontraba, María le dijo al oído que estaba muy guapo. El pobre casi se muere de la emoción con el piropo que le dedicó la mujer de sus sueños. Su hermana Isabel sonreía al ver la cara de felicidad de su Cristobilla, que aún no se había repuesto de aquella agradable sorpresa.
María no paró de bailar en toda la noche con unos y otros, aunque repetía una y otra vez con Cristobilla, que recibía constantes guiños de sus amigos, que ya daban por hecho que pronto habría un nuevo noviazgo que celebrar en el pueblo.
El baile era siempre iniciado y terminado por la persona encargada ese año de la organización. A veces, había hasta tres cruces repartidas por el pueblo, pero ese año, debido a las lluvias, solo quedó la de Josefa Flores, pero daba gusto contemplar lo bien organizado que estaba.
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