Hablaron de plantas, raíces y flores con notables aplicaciones terapéuticas y que tanto interesaban al científico.
Poco después, María le mostró los cinco libros, algunos de los cuales le eran conocidos. Los fue repasando lleno de curiosidad y mucho cuidado. Eran ejemplares muy antiguos, pero en perfecto estado de conservación.
Una vez formalizado el acuerdo y aceptado por ambas partes, el médico inglés se despidió de las mujeres, que no dejaban de observarlo. El médico les comentó que en unos diez días volverían al pueblo para iniciar la meticulosa búsqueda que llevaría a cabo sobre las múltiples plantas medicinales del lugar. Él y su equipo volvían a Ronda para hacer unas compras, especialmente equipo de montaña para la larga temporada que les esperaba por las empinadas sierras y los numerosos arroyos de una tierra repleta de esa enorme riqueza de plantas con propiedades medicinales, ansiosos por estudiar.
El equipo había fijado su residencia en la Ventilla, una buena posada justo en la carretera que llegaba hasta la costa, camino de Málaga, y lugar céntrico para sus necesidades.
Finalmente se marchaba habiendo quedado citados a su regreso en la sede del ayuntamiento.
Cuando por fin el médico se disponía a salir, llegaba Paca quejándose de un pie, había tropezado y presentaba una fuerte hinchazón, fruto de la inoportuna torcedura. Catalina se precipitó a su encuentro, asustada con el llanto y los quejidos de su prima.
—¿Qué te ocurre Paca! —preguntó nerviosa.
—¡Ay prima!, ¡ha sido al salir del horno!, el perro de Mariana se ha cruzado y tuve que dar un salto para no caer, pero al apoyar el pie en el suelo se me ha torcido y mira cómo se me ha puesto.
Lo que no podía esperar Paca era que sería atendida en su casa por un médico inglés.
El doctor Thomas Wilson mandó sentarla en el mismo escalón de entrada a casa. María ya tenía en la mano un tarro con un ungüento, que puso sobre la parte dolorida.
—Esto le bajará la hinchazón y aliviará el dolor, le dijo al doctor haciendo uso de sus conocimientos.
Thomas Wilson sonreía con la decisión y seguridad mostrada por aquella bella jovencita. Luego, él vendó el tobillo de Paca con un trapo limpio que Catalina extrajo de la vieja alacena.
Mientras el médico terminaba el vendaje del pie, Catalina preparaba una tila, ya que Paca se encontraba demasiado nerviosa entre su accidente y la presencia de aquel médico desconocido, y sin saber por qué se encontraba allí.
—A partir de ahora, solo necesitas descansar y no apoyar el pie en el suelo. Dentro de unos días volveré y te protegeré el tobillo con una venda elástica, es un producto que traigo de Inglaterra y muy necesario para la tarea que nos espera. Un caso como este nos puede ocurrir a uno de nosotros en cualquier momento y por ese motivo hay que estar prevenido.
Una vez estuvo la accidentada bien atendida, el médico decidió marcharse. Se despidió de Paca y de Catalina, a la que agradeció su estimable colaboración. Al hacerlo de la joven María, el inglés clavó sus grandes ojos azules sobre ella, de la que quedó prendado sin que hubiera ningún tipo de rechazo por su parte.
Una vez las mujeres estuvieron solas, comentaban si no era peligroso haber aceptado el trabajo ofrecido por el extraño médico, era un completo desconocido, y además extranjero. Sin embargo, María se mostró encantada con aquel inesperado ofrecimiento, que era de su total agrado. No pensaba dejar pasar una oportunidad como esa.
María con su vehemencia, logró apaciguar y convencer tanto a su hermana como a Paca, quien parecía estar menos de acuerdo con la aventura tan peligrosa a la que se exponía con aquel desconocido.
María loca de contenta, dejó bien claro que no renunciaría a la oferta recibida, que el médico era muy simpático y guapísimo.
—¡Ten mucho cuidado María!, aunque te parezca simpático, educado y lo que tu veas, solo queremos lo mejor para ti —le comentaba su prima Paca entre quejidos por el dolor del tobillo.
Diez días después y cuando menos lo esperaban, se presentó en la puerta el médico inglés acompañado de sus dos colaboradores, dispuesto a mirar el tobillo de Paca y a colocarle la venda elástica que le prometió.
Fue Catalina quien abrió la puerta quedando sorprendida por la visita.
—¡Hola señorita Catalina! Tal como prometí, aquí estoy para mirar el tobillo de la señorita Paca y anunciar a su hermana que mañana mismo queremos iniciar el trabajo y nuestro deseo es que nos acompañe, como acordamos.
Catalina muy amablemente los hizo pasar. Enseguida el médico saludó a Paca, que se encontraba sentada, pero que en cuanto lo vio, se levantó de la silla para corresponder al cordial saludo.
María, que se encontraba en el corral atareada con unas macetas, al oírlos se apresuró a reunirse con ellos.
Thomas Wilson en cuanto vio a María, tomó su mano y la besó para mostrarle sus respetos y de paso comunicarle que esperaba su incorporación al equipo, a partir del día siguiente.
María no dudó en dar su aprobación y manifestar estar dispuesta y además muy contenta con la tarea que le esperaba.
Antes de la despedida, Thomas Wilson se atrevió a invitarlas a comer en la posada, pero Catalina rechazó la oferta con una sonrisa.
—¡Tal vez en otra ocasión! —le dijo anticipándose a María, que con toda seguridad habría aceptado muy gustosa la invitación.
—Mañana sobre las doce pasaremos a recoger a la señorita María —dijo el inglés—. Más adelante, nos adaptaremos a horarios distintos y un lugar de encuentro, ya que nuestra residencia, está algo alejada de Igualeja.
Catalina seguía sumida en sus sueños, Jacinta la contemplaba, sin querer interrumpir los acontecimientos que desfilaban por su mente. Juanito con su juguete y Taíta echada en el suelo, moviendo las orejas para espantar a unas moscas que no dejaban de darle la lata.
De pronto la perrita empezó a ladrar con todas sus fuerzas e hizo el intento de saltar la valla del corral y llegar hasta el huerto.
Catalina dio un salto de la silla, sobresaltada al ser despertada de forma tan violenta mientras dormitaba.
Cuando se dio cuenta de la presencia de Jacinta, se asustó.
—¿Qué ocurre Jacinta? —preguntó un tanto alterada.
—¿Por qué ladra tanto la perra?
Jacinta intentó tranquilizarla, sugiriéndole que continuara sentada.
—La perra —le dijo—, ladra porque alguien se está acercando al huerto y no es de su agrado, aunque Taíta no pueda ver, su olfato detecta esa presencia. —Juanito había dejado de jugar y cogió a la perrita entre sus brazos, que le lamía la cara mientras él la acariciaba.
Instantes después, apareció en esa parte del huerto el Cerrojo acompañado de su hijo mayor Cristóbal, que siempre se comportaba exactamente igual que su padre, llevando a un mulo por el cabestro y cargado de sacos de estiércol. El Cerrojo intentó acercarse al corral, donde se encontraba Catalina, para seguir con sus insultos y amenazas, pero al darse cuenta de la presencia de Jacinta, huyó todo lo rápido que pudo del lugar.
El hijo sin mediar palabra alguna con la vecina, descargó el mulo y vació los sacos de estiércol muy cerca de la valla, de forma intencionada, dejando el mal olor que despedía la mercancía con tanto descaro para incordiar.
Catalina cogió al niño y lo introdujo en la casa, tras ella Jacinta y la perrita. Una vez dentro, cerró la puerta del corral para evitar que tan mal olor se colara en el interior de la casa.
Catalina no pudo evitar que su rostro se llenara de lágrimas. Entre lo soñado, que siempre le recordaba a su hermana María, a la que quiso como a una hija, a pesar de ser tan solo poco más de dos años mayor que ella, y para colmo, el maldito despertar con la presencia de dos personas que solo sabían odiar y hacer daño.
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