Irene Recio Honrado - Alma

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Lor es una joven de dieciocho años obsesionada con la desaparición de su hermano. Tras tres años de escasas respuestas y prohibiciones extrañas, consigue regresar a su pueblo natal, lugar donde sucedió. 
Alma le enseñará a nuestra protagonista que toda leyenda tiene una parte de realidad, y que las viejas historias están más relacionadas con ella de lo que creía.

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—No la he visto llorar —dije en un momento dado—. Sé que lo hace, pero se esconde de mí para que yo no me sienta mal y, eso me hace sentir culpable de que no pueda desahogarse todo lo que necesita. A decir verdad, yo no he vuelto a llorar delante de ella desde la semana siguiente a la desaparición de Tom.

—Tú no tienes que esconderle tus sentimientos a tu madre, Lor —objetó.

—Claro que sí. Si me derrumbo, y ella me ve, será como si no hubiese valido la pena contenerse tanto. Sé que le cuesta una barbaridad, lo mínimo que puedo hacer por ella es ser fuerte, como lo es conmigo. He podido desahogarme un poco cuando he llorado contigo en la cocina. Pero creo que, aunque suene a locura, me hubiese gustado llorar abrazada a mamá, y que ella lo hubiese hecho también.

Mi tía dejó su plato en una pequeña cómoda situada al lado de nuestro minúsculo sofá de jardín.

—Te entiendo perfectamente. Pero debes comprender que tú eres la única cosa en el mundo que le queda, aparte de mí. Si todo va como tiene que ir, yo moriré antes. Después de todo soy la mayor. Es normal que no quiera entristecerte, y se obliga a sí misma a actuar de un modo relativamente normal para intentar que tú seas feliz. No digo que sea la manera correcta. Pero a veces, es el único modo de mantener la cordura.

Sopesé sus palabras entristecida con la mención de su muerte, aunque era algo normal y natural. Tenía razón como siempre. Ella conocía bien a mamá, después de todo eran hermanas. Aunque su relación ahora resultara algo tirante.

—Es tarde —dijo tía May sacándome de mis pensamientos—. Deberías acostarte, estarás cansada del viaje.

Lo cierto era que sí. Estaba cansada del viaje pero sobre todo de llorar. Tenía la sensación de que me había pasado los dos últimos días llorando sin parar. Me levanté del sofá de mimbre y me estiré bostezando.

—Es pronto —me excusé—. Pero sí, tengo ganas de acostarme.

Sobre todo porque esa noche me quedaría dormida junto a la camiseta de Tom. Mi tía me besó en la frente para despedirme y me fui a dormir.

CAPÍTULO 2

Alma

Me desperté con la sensación de haber dormido cien años. Hacía mucho tiempo que no descansaba de aquella manera. Estiré los músculos desperezándome sin salir de la cama. Las vigas del techo me saludaron silenciosas. Giré la cabeza para coger mi móvil de la mesita de noche y me topé con la camiseta de mi hermano. Sonreí. La olisqueé de nuevo y me infundió fuerzas.

Salí de la cama y me asomé a la ventana. Todo el terreno de la finca se veía desde allí. Suspiré, realmente hacía falta mucho trabajo para devolverle a aquel sitio el aspecto que tenía antes. Miré la pantalla del móvil. Las diez de la mañana. Tenía una hora para prepararme antes de que llegase Cyrus. Me puse manos a la obra de inmediato.

Tardé poco más de quince minutos en estar lista, me puse un short y una vieja camiseta con el logo de Nirvana y bajé a desayunar. Tía May ya estaba en la cocina y había preparado tortitas. El olor era delicioso.

—Buenos días, Lor —saludó.

—Buenos días, tía May.

Rodeé la pequeña mesa que nos separaba y le di un beso en la mejilla.

—Echaba de menos tus tortitas —dije frotándome las manos y sentándome a la mesa.

Mi tía sonrió y se sentó junto a mí, mientras servía café.

—Parece que has descansado bien hoy —dijo riendo.

—Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien, créeme.

—La magia del campo —cerró los ojos y cogió aire—. El paraíso, no sé cómo puedes dormir en la ciudad.

Mi tía no soportaba vivir rodeada de gente, disfrutaba de la soledad de la montaña como un niño disfruta un caramelo. Lo que me recordó algo que dijo Cyrus el día anterior.

—Tía May, ¿es que ya no bajas nunca al pueblo?

—Ya —resopló y alzó una ceja—. No, si puedo evitarlo. Para eso tengo a Cyrus.

—¿Por qué?

Sabía que mi tía visitaba el pueblo lo mínimo, pero por lo que veía ahora, lo mínimo se había convertido en nunca.

—¿Quieres convertirte en una ermitaña huraña? —pregunté.

Tía May tomó un sorbo de su café y me miró pensativa.

—No me gusta y, no veo nada de malo en convertirme en una ermitaña. Además, ¿Sabes la de encargos que me trae Cyrus del pueblo? Si bajase a menudo a Alma tendría el triple de trabajo y, eso, lo quiero evitar a toda costa.

—Pues no aceptes tantos encargos.

—No puedo hacer eso. Tener un Don es tener una responsabilidad para con los demás. Si me piden un favor he de hacerlo, porque sé que nadie más podrá. Solo es para que la gente valor si es importante recurrir a mí, mediante Cyrus o venir hasta aquí. Si yo estuviese allí, no habría ningún filtro ¿Entiendes? Querrían usarme para cualquier tontería.

—Ya veo. ¿Y cómo funciona exactamente tía May? ¿Que clase de cosas te piden?

—Bueno, está el remedio para la gota como viste ayer. Soluciones de fertilidad para algunas muchachas a las que les cuesta quedarse embarazadas, lociones para la alopecia, jabones para pieles sensibles, aceites para el dolor de pies, ese tipo de cosas.

—¿Así consigues el dinero para sobrevivir? —pregunté.

Años atrás en el terreno de la finca había un huerto que actualmente había desaparecido. Tía May cultivaba allí verduras que luego vendía en Alma. Como vivía sola conseguía suficiente dinero como para mantenerse. Aunque los encargos especiales los había fabricado siempre.

—Tu abuela dejó suficiente dinero como para que ni tu madre ni yo tuviésemos que trabajar.

Aquello me sorprendió, mamá nunca lo había mencionado. Lo único que sabía de mi abuela, era que, como tía May, tenía grandes Dones. Y que poseía conocimientos que transmitió a sus hijas. Pero murió a los pocos años de enviudar. Consumida por la pena de la pérdida.

—Pero sí—continuó mi tía—, con mis remedios es como consigo el dinero suficiente para vivir. A pesar de que no lo pido. Son donaciones. No tengo un precio fijo, incluso los preparo gratis. La gente me da lo que considera o lo que puede. A veces me dan objetos, o mermeladas —rió—, pero lo cierto es que si hay una urgencia y me llaman, voy a Alma.

—¿Una urgencia, cómo cuál?

No pudo responder, un claxon sonó fuera, Cyrus acababa de llegar. Me terminé la última tortita de un bocado y le di un gran trago al café para hacerla bajar por el gaznate. Tía May me miraba reprobatoriamente.

—Pero qué bruta eres —dijo más para sí que para mí, mientras recogía los platos de la mesa y salía al porche para saludar a Cyrus.

Salí detrás de ella, la Pick-Up estaba aparcada en la puerta y el cowboy ya estaba fuera del vehículo apoyado en la puerta del conductor.

—Buenos días señoritas —saludó mascando una raíz.

Me recordó a las viejas películas del oeste con esa pose.

—Buenos días, Cyrus —saludó tía May —. ¿Te apetece un café? Aún está caliente —esto último lo dijo mirándome de reojo. Aunque hice ver que no me daba cuenta.

—La verdad es que no, May, pero gracias —me miró y me hizo un gesto con la cabeza—. ¿Estás lista, preciosa?

Me sentía un poco rara cada vez que aquel hombre me trataba de esa manera, pero dicho por él, no sonaba mal. Sino todo lo contrario.

—Preparada —asentí y cogí mi mochila de piel, allí llevaba dinero para comprar, mi documentación y la lista de todo lo que necesitaba.

—Espera, Lor —dijo tía May. Entró un momento en la casa y salió con varios folios en la mano—. Pega esto en algunas farolas o en algunos locales.

Tomé los folletos que me tendía. Allí estaba escrito: se precisan carpinteros para trabajo de campo en la finca Blake. Pagamos al día. Leí la propaganda y asentí.

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