Irene Recio Honrado - Alma

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Lor es una joven de dieciocho años obsesionada con la desaparición de su hermano. Tras tres años de escasas respuestas y prohibiciones extrañas, consigue regresar a su pueblo natal, lugar donde sucedió. 
Alma le enseñará a nuestra protagonista que toda leyenda tiene una parte de realidad, y que las viejas historias están más relacionadas con ella de lo que creía.

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—Muy bien —contesté—, así lo haré.

Cyrus me abrió la puerta del copiloto cuando me acerqué, subí y cerró después. Tocó su sombrero a modo de despedida cuando miró a mi tía, y ella nos despidió con la mano.

Nos pusimos en marcha rumbo a Alma enseguida. Vi empequeñecer la casa por el retrovisor. Un escalofrío me recorrió la espalda.

—Podrías haberte tomado un café, Cyrus —dije para sacar algún tema de conversación.

—No, niña, el café no me sienta bien —respondió con su habitual tono afable—. ¿Qué tal has dormido hoy?

Recordé mi noche de sueño reparador y sonreí.

—Maravillosamente.

Me devolvió la sonrisa y asintió.

—Supongo que anoche hablarías con tu tía de tu hermano ¿No es así?

El corazón me dio un vuelco. La pregunta me había pillado con la guardia baja.

—¿Tú conocías a Tom?

—Sí —dijo en tono serio—. Lo conocí la última vez que…el año en que…

—Desapareció— terminé por él—. ¿Por qué no me lo dijiste ayer?

El vaquero frunció el ceño.

—Bueno, no lo preguntaste y no quise sacarte ese tema recién llegada. Me pareció descortés.

La noche anterior mi tía se había negado a contarme nada de Tom, pero claro, no había dicho que no podía preguntar a otra persona. Me sentí un poco mal por este pensamiento, pero estaba ávida de información.

—¿Cómo conociste a mi hermano? — no hay nada de malo en esa pr egunta .

—Pues verás, yo nací en Alma y me crie aquí. A los treinta años me marché por motivos de negocios y volví hace cuatro años. Alquilé una casita en el centro del pueblo y me instalé. Meses más tarde enfermé, y los médicos no sabían que tenía. Yo jamás había estado tan enfermo, soy un hombre de campo y no me lo puedo permitir —carraspeó como si estuviese contando algo vergonzoso—. Pero el caso es que la enfermedad estaba acabando conmigo. Me costaba respirar y llegó el día en que no podía salir de la cama a causa de la fiebre. Entonces recordé a May. Nos conocíamos desde jóvenes, pero hacía mucho que no sabía de ella. Me arrastré como pude hasta el teléfono y la llamé. Le expliqué lo que me ocurría y que los médicos eran unos inútiles. Cuando terminé de hablar con ella volví a acostarme y, debí de perder la conciencia. Cuando abrí los ojos allí estaba tu hermano. Se había colado por la ventana de mi casa porque yo no abría la puerta. Me contó que me había dado de beber una solución que había fabricado tu tía y, se quedó dos horas conmigo dándome de beber el brebaje de May cada quince minutos, hasta que empecé a encontrarme algo mejor, por lo menos para salir de la cama. El chico me hizo preguntas sobre mi enfermedad. Luego deambuló por mi casa buscando algo. Cuando volvió a mi dormitorio me dijo que la instalación del gas era defectuosa y que las tuberías eran de plomo. Estaba intoxicado por la maldita casa.

Sonreí, típico de Tom. Siempre encontraba lo que los demás no conseguían ver. En más de una ocasión le dije que ese podría ser su Don. Pero él siempre negaba con la cabeza y me decía que simplemente había que prestar atención. Que la gente estaba demasiado preocupada por sus propios asuntos y pasaban cosas importantes por alto.

—Sentí mucho su desaparición, chica —continuó Cyrus, estaba algo afectado por lo que acababa de contarme—. Si hay algo que pueda hacer por ti, tú solo pídemelo.

—Te lo agradezco, Cyrus —pensé en hacerle unas cuantas preguntas, pero decidí que sería mejor hacerlo poco a poco. Tampoco quería que le dijese a Tía May que le había bombardeado preguntando por mi hermano.

Llegamos al pueblo y nos detuvimos en los viveros a comprar tierra y herramientas de jardinería. Le expliqué a Cyrus el problema que creía que tenía la furgoneta de tía May, pero que aún no estaba segura del todo.

—¿Me has dicho que tenemos que comprar herramientas, verdad? —preguntó.

—Pues sí, y madera también. Seguramente tengamos que reconstruir el cobertizo y el granero porque se caen a pedazos.

—Pues entonces iremos a ver a Bill Tyler, él tendrá todo lo que necesitas, y tal vez te aclare algo sobre la furgoneta de tu tía. Creo que uno de sus hijos es mecánico.

Aquello sonaba bien. Tal vez matara dos pájaros de un tiro. Terminamos de cargar la Pick-Up con unos sacos de arena y nos encaminamos a la tienda de los Tyler. Vi que era el último edificio del pueblo, el más cercano a la montaña.

Al llegar comprobé que se trataba de dos locales fusionados. El lado derecho del edificio era una ferretería, mientras que el izquierdo una carpintería, genial, allí encontraría el resto de cosas que me faltaban. Entramos al local y fuimos directos al mostrador. Detrás de la pantalla de un viejo ordenador, se encontraba un hombre de medida desproporcionada, algo fofo y de rostro simpático. Tenía una calva incipiente rodeada de pelo en la coronilla y las sienes.

—¿Pero qué ven mis ojos?—dijo apartando la vista de la pantalla y posándola en el cowboy — ¡El viejo Cyrus Wolf viene a visitarnos! ¿Qué tal viejo amigo?

—No tan viejo como tú, Bill, recuérdalo siempre.

Se echaron a reír y se estrecharon las manos como buenos amigos. Cuando hubieron terminado de saludarse el señor Tyler reparó en mí.

—¿Y esta jovencísima muchacha? No me digas que es tu novia viejo lobo, demasiado joven para ti.

Me ruboricé, sabía que era una broma. El humor de Texas. Aun así no estaba acostumbrada a que se tomasen esas licencias conmigo.

—No seas malo, amigo mío —le amonestó Cyrus—. Ésta es Lor Blake, la sobrina de May. El hombre enarcó las cejas y me miró como si no lo hubiese hecho antes.

—La hermana de Thomas —dijo abriendo mucho los ojos—. Sentí lo de tu hermano, por favor, discúlpame.

Aquello me sentó como un jarro de agua fría. ¿Es que Tom había conocido a todo el pueblo aquel último verano? ¿Todo el mundo tenía más información sobre los últimos días en Alma de Tom que yo? No tuve que abrir la boca porque Bill Tyler debió ver la sorpresa en mi rostro y se explicó.

—Tu hermano hizo amistad con mis hijos la última vez que estuvo aquí.

—Qué bien —dije sonriendo débilmente.

Lo de Cyrus me había pillado de sopetón, pero aquello había sido peor, no porque mi hermano entablase amistad con unos chicos del pueblo, sino porque aquella gente había estado con él antes de que ocurriese todo. Yo habría dado cualquier cosa por estar junto a Tom durante aquel verano.

Cyrus vino en mi rescate, pasó su brazo por mi hombro y me estrechó contra sí.

—Bueno, Bill —dijo para suavizar el ambiente—, en realidad hemos venido a verte porque necesitamos unas cuantas cosas de tu arsenal. May ha decidido rehabilitar la finca y vamos a necesitar material.

El señor Tyler asintió agradecido. Se había dado cuenta de mi reacción. Así que le vino muy bien volver a su zona de confort, detrás del mostrador.

—Pues vosotros diréis.

Saqué la lista de cosas de mi bolsa y se la tendí, algo más aliviada, gracias al apoyo de Cyrus. El señor Tyler leyó y asintió para sí.

—Tengo todo lo que necesitáis —dijo cuándo hubo acabada de leer la lista—. ¿La madera también la querréis hoy?

—No —se adelantó Cyrus—, pero pronto. Primero tendremos que desmantelar algunas cosas.

—Entiendo, pues entonces os prepararé todo lo demás y haré cortar a los chicos los tablones con las medidas exactas. No tardarán mucho, en dos o tres días estarán listas.

—Perfecto —asintió Cyrus.

En menos de diez minutos tuvimos todo listo. Pagué al señor Tyler y cargamos la furgoneta de Cyrus. Antes de marcharme, sin embargo, le di algunos de los folletos que me había dado tía May para buscar personal. Bill sonrió y me aseguró que preguntaría por si le interesaba a alguien.

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