Alma
Irene Recio Honrado
ISBN: 978-84-18587-32-0
1ª edición, febrero de 2020.
Editorial Autografía
Carrer d’Aragó, 472, 5º – 08013 Barcelona
www.autografia.es
Reservados todos los derechos.
Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.
A mi madre, Me rcedes.
—¡Vamos Lor! ¿En serio quieres volver ya? Ahora empieza lo bueno… solo un ratito más por favor —suplicó mi amiga haciéndome una plegaria con las manos.
—No Bibi, de verdad. Tengo que irme a casa. No estoy tranquila y, tampoco me siento cómoda metiéndome en una discoteca rodeada de gente, con esa música reventándome los tímpanos. Ya te dije que no era buena idea salir, que para estas cosas no soy la mejor de las compañías. Ya me conoces.
Bibianne me miraba con la mueca de siempre, poniéndome morritos, arrugando la nariz y cruzándose de brazos como una niña pequeña, mientras caminaba a mi lado por la calle. Era tan mona y, vestía siempre tan elegante, que incluso haciendo un mohín estaba adorable y, ella lo sabía. Era el mejor ejemplo de que las apariencias engañan. Bibi estaba lejos de ser la snob que aparentaba, en realidad era tremendamente alocada y podía llegar a ser más ruda que un camionero de la ruta sesenta y seis.
Éramos amigas desde que dejamos mi pueblo natal, Alma, situado al norte de Texas y nos mudamos a Rhode Island. Mi madre decidió que necesitaba un cambio cuando mi padre nos abandonó, apenas recordaba nada de él. Bibi, vivía a dos manzanas de mi casa y además de ser una grandísima entrometida era especialista en hacerte olvidar las penas. Era espectacularmente hermosa, esbelta, rubia, tez bronceada, pómulos marcados, labios carnosos, ojos verdes… Una belleza. Yo por el contrario era morena, altura media, ojos marrones…del montón como diría Bibianne, aunque eso a mí no me lo hubiese dicho nunca.
—Está bien —concedió dejando de hacer pucheros—, volvemos. Pero la semana que viene saldremos hasta el amanecer.
—Sabes que eso no pasará nunca mientras yo viva— canturreé mientras levantaba la mano para parar un taxi que se aproximaba.
El vehículo se detuvo de inmediato a nuestro lado y nos apresuramos a entrar, eran casi las dos de la madrugada. Arrugué la nariz en cuanto me senté en el asiento trasero del coche. Olía a rancio y la piel del muslo se me pegaba desagradablemente al cuero del asiento. Tenía que haberme puesto unos legging y no el maldito short. Maldije para mis adentros. Bibi a mi lado no tenía ese problema, llevaba un pantalón largo de línea diplomática y una blusa rosa que realzaba su bronceado. Siempre igual, éramos el ying y el yang. Bibi le dio la dirección al taxista y se cruzó de piernas, me di cuenta de que no apoyaba la espalda en el respaldo del asiento.
Vaya, después de todo tienes un problema similar al mío . Sonreí en silencio y, me distraje viendo nuestro avance por la ventanilla. Quería llegar a casa ya, sentía que tenía una losa sobre los hombros desde lo de Tom.
—Lor —llamó Bibi tras cinco minutos en silencio.
—¿Mmm?
—Tienes que empezar a hacer tu vida ya. Han pasado tres años.
Volví la vista hacia ella. Me miraba preocupada.
—Ya hago mi vida, mírame —dije a la defensiva señalándome a mí misma—. Hoy he salido de fiesta. Me he tomado dos cervezas y, hasta he hablado con un chico.
—Mandar a tomar viento a un tío no es hablar, Lor —amonestó alzando una de sus perfectas cejas.
Cogí aire y traté de serenarme.
—Si me dices esto porque no tengo más ganas de salir y me quiero ir a casa, me parece fatal. ¿Es que no puedo estar cansada? Sabes de sobra que no me gusta salir de noche.
—Pero tenemos dieciocho años, Lor. Salir de noche, bailar y conocer gente debería ser nuestra única preocupación.
—Desde luego, la mía no —solté taciturna volviéndome de nuevo hacia la ventanilla.
—Lor —continuó—, estoy preocupada por ti, mírate. Te digo que salgamos a tomar algo y te presentas con esas pintas de chica de campo. La verdad, no me importa, estas guapa pongas lo que te pongas, incluso con esa camisa vieja y esos, esas, no sé cómo llamar a esas cosas que llevas en los pies —dijo a punto de perder la paciencia a causa de mis Panamá Jack y mi inapropiada indumentaria para salir—. El caso es que hace tres años, soñábamos con tener edad suficiente para beber, salir, etc.
—Aún no tenemos edad suficiente para beber —interrumpí sin mirarla—. De hecho es ilegal, lo que te convierte en una mala compañía para mí, Bibianne.
—Lo que digas no me afecta y lo sabes —respondió y volvió a la carga—. Ya no te ríes como lo hacías antes. No desde lo de Tom. A lo mejor…
Me volví ipso facto.
—No digas eso.
Bibi se mordió el labio inferior y bajó la vista.
—Lor, lo siento, pero deberías hacerte a la idea.
—No me haré a la idea mientras no tenga pruebas.
El taxi frenó y el hindú que lo conducía se giró en su asiento para cobrar la carrera. Bibianne sacó su monedero de Channel y pagó con tarjeta de crédito. Salí del coche dando un portazo y el taxista me gritó en su idioma algo que no sonaba muy bien.
—¡Pues tú más! —le grité en respuesta a pesar de que no sabía que significaban sus palabras.
Se alejó de nosotras aullando improperios en su lengua.
Bibianne se quedó mirando como el taxi se perdía de vista en el horizonte y sonrió de medio lado negando con la cabeza.
—¿Entonces qué piensas hacer? —preguntó.
—¿Qué quieres decir?
—Si lo que quieres son pruebas, tendrás que ir y buscarlas por ti misma. Desde luego quedarte aquí y dejar que el tiempo siga pasando no sirve de nada. Mírate, no eres ni la sombra de lo que fuiste.
Tenía razón. Cómo me molestaba que la tuviese. Pero desde hacía tres años no había vuelto a casa de tía May. Mamá me lo impidió todas las veces que se lo pedí. Cuando Tom desapareció, me obligó a quedarme en casa de Bibi durante casi un mes, mientras ella buscaba a mi hermano. No hubo suerte. Regresó a casa envejecida y cansada. Tía May continuó la búsqueda y, sabía que a día de hoy, seguía con ello sin resultado alguno. Parecía que a Tom se lo había tragado la tierra.
—Estoy cansada —fue mi respuesta, a pesar de que quería explotar allí mismo y decirle que algo en mi interior tiraba de mí hacia Alma, el hogar de mi infancia inexplicablemente. Pero que a la vez temía tanto a lo que pudiese encontrar que me acobardaba. Por no hablar de mi madre, que no quería ni oír hablar del tema. No quería que ni me acercase a casa de mi tía.
—Nos vemos mañana si quieres, Bibi. No me apetece hablar del tema —me despedí.
—Pero Lor…
—No, Bibi —corté—. Mañana.
Di media vuelta y la dejé allí. Ni siquiera esperé a que llamase a James, su mayordomo, para que viniese a recogerla. No le pasaría nada, era más peligrosa de lo que aparentaba.
Enseguida llegué al portal de casa, subí las escaleras a la carrera como de costumbre y llegué al rellano del segundo piso en un santiamén. Esa era una de mis virtudes. Era rápida y no me costaba nada hacer un poco de ejercicio. Saqué las llaves sin hacer ruido y las introduje en la cerradura. La puerta se abrió con un chasquido que me pareció ensordecedor en comparación con el silencio nocturno. No quería despertar a mi madre, que apenas dormía desde que sucedió todo. Entré en el oscuro recibidor de puntillas.
Читать дальше