Irene Recio Honrado - Alma

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Lor es una joven de dieciocho años obsesionada con la desaparición de su hermano. Tras tres años de escasas respuestas y prohibiciones extrañas, consigue regresar a su pueblo natal, lugar donde sucedió. 
Alma le enseñará a nuestra protagonista que toda leyenda tiene una parte de realidad, y que las viejas historias están más relacionadas con ella de lo que creía.

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—No me malinterpretes —comencé, no quería herir los sentimientos de mi tía, apoyé la espalda en la barandilla del porche y me crucé de brazos—, pero no esperaba encontrar a un cowboy esperándome, con mi nombre escrito en un cartel como si yo fuese una extraña. Aunque desde luego para él lo era.

Mi tía se echó a reír ante el comentario.

—¿Con un cartel? —repitió colocándose a mi lado—. No se fiaría de la descripción que le di.

—¿No fue idea tuya?

—¿Mía? —negó con la cabeza—. Cielos, desde luego que no. Sé que te gusta pasar desapercibida, en eso eres como yo y, como yo, por una cosa o por otra no lo conseguirás querida. Recuerda mis palabras.

Me pasó un brazo por la espalda y me estrechó contra si.

—Lor —dijo dejando la risa de lado—, es hora de entrar en casa.

No dije nada, tragué saliva y asentí. Juntas dejamos el porche atrás y traspasamos el umbral.

—Tómate tu tiempo —me dijo mientras me soltaba para desaparecer por la cocina.

Me dejó sola en el vestíbulo. Una vez más comprobé que nada había cambiado; el amplio recibidor, el tocador repleto de fotos familiares, las tablas de madera del suelo, las escaleras que conducían a las habitaciones del piso de arriba. Una puerta a cada lado de mí, a la izquierda la cocina, a la derecha el salón con la gran chimenea al fondo y una gran mesa de madera de roble en el centro. No entré en la estancia . Poco a poco, me decía a mí misma. Tom no está muerto, no hagas como si fueses a ver su fantasma en cualquier momento. Algo encontrarás. Para eso has venido. Aun así decidí que no tenía por qué entrar en el salón en ese momento. Así que giré a la izquierda y entré en la cocina. Era amplia, todos los muebles de madera y una mesita en el centro para sentarse a comer o a preparar platos. Al final de la sala había una puerta que conducía a lo que habría sido la alacena, pero que mi tía usaba para sus preparados especiales.

Tía May estaba poniendo una tetera en el fuego en ese momento. Se había quitado el sombrero de cowboy y lo había dejado en la encimera. Abrió un armario y sacó unas galletitas para acompañar el té.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó.

—Estoy bien —mentí—. He venido mentalizándome

Bueno, al menos eso es verdad, pensé.

Tía May asintió y me dedicó una de sus miradas. Estaba evaluándome. Dios, como se parecía a mi madre a veces. Entonces caí en la cuenta.

—¡Mamá! ¡Tengo que llamarla!

Eché mano al bolsillo trasero de mis pantalones. Entonces recordé que mi teléfono móvil estaba en mi maleta y, mi maleta la tenía Cyrus en la parte trasera de su Pick-Up. Y menos mal, porque ni siquiera había pensado en él cuando monté a JB, ahora estaría destrozado en algún lugar de la montaña. Mi tía echó cuenta de mi gesto y me señaló el teléfono de la pared. Corrí a descolgar el auricular y marqué lo más rápido que me permitió la ruedecilla de los números.

—¿Has pensado en comprar un teléfono un poco menos arcaico? —pregunté a mi tía mientras esperaba a que mi madre contestara. Tía May no tuvo tiempo de responder, pues mamá contestó al segundo timbrazo.

—¿Sí?

—Mamá, soy yo.

Oí un suspiro de alivio.

—Estaba a punto de llamar a tu tía para ver si habías llegado.

—Tranquila mamá, he llegado y estoy bien —confirmé.

Le conté que tal había ido el vuelo, que Cyrus (al que ella ya, para mi sorpresa, ya conocía) me había traído a casa, omitiendo mi carrera a caballo por supuesto. Le dije que ahora iba a tomar té con tía May. Le volví a asegurar que tendría cuidado, que no rompería la norma y que la llamaría todos los días para que no se preocupase y, me despedí.

Mi tía ya había servido el té y se había sentado en la pequeña mesa de la cocina. Hice otro tanto y me senté junto a ella.

—Pues aquí estamos —pensé en voz alta.

—Aquí estamos, por fin —puntualizó tía May.

Guardamos silencio durante unos instantes, mi tía esperaba a que le preguntase, pero yo no sabía por dónde empezar. Al final me armé de valor y decidí empezar por el principio.

—Quiero que me cuentes con detalle, qué hizo mi hermano el día que desapareció.

Mi tía alzó la mirada de la taza de té y posó sus ojos cansados en mí.

—Lo sé. Y créeme, no tendría ningún problema en hacerlo si no fuese por un pequeño detalle.

—¿Cuál?

—Tú.

Aquello me dejó perpleja.

—¿Yo? —repetí como si fuese sorda.

Mi tía asintió y corrió la silla hacia atrás para retirarse un poco de la mesa. Y volvió a mirarme como si acabase de llegar.

—Sí, Lor, tú— se levantó y se aproximó a la ventana del fregadero, echó un vistazo fuera y luego se volvió de nuevo hacia mí—. Quiero contarte como fueron los últimos días de Tom aquí. Especialmente el último día, por el mismo motivo por el que quieres escucharlo. Por si he pasado algo por alto. Por si tú puedes descifrar algo que yo no he visto. Pero el caso es que tu situación anímica no es la más adecuada para la labor.

—¿Mi situación anímica?—interrumpí a la defensiva, desde luego no esperaba eso—. Mi hermano lleva desaparecido tres años, ¿Es qué queréis que lo olvide y esté dando saltos de alegría todo el tiempo?

—Por supuesto que no.

—Pero no me lo contarás hasta que yo vuelva a ser la que era antes. Pues te recuerdo que mi felicidad se debía a que tenía el hermano mayor más maravilloso del mundo —empecé a sentir como mi voz se quebraba presa de la angustia y como las lágrimas, que había estado conteniendo desde mi llegada empezaban a brotar de mis ojos irremediablemente—. Que estábamos siempre juntos y que jamás se habría marchado sin decirme nada.

Mi tía tomó asiento de nuevo frente a mí y me cogió las manos. Me dejó llorar durante diez minutos, hasta que conseguí controlarme y serenarme. No podía ponerme así el primer día, tenía que aguantar y ser fuerte.

—No quiero que te derrumbes Lor. Por eso no quiero contártelo hasta que estés preparada y, creo que aún no lo estás.

—Pero tía May, necesito saber…

—Necesitas volver a ser —me cortó—. Para poder encontrar las cosas, necesitamos tener perspectiva. Tienes que volver a ser tú misma. No te pido que seas tan feliz como antes porque no lo conseguiremos ninguna de nosotras hasta saber qué ocurrió, pero sí te pido que busques las cosas que te hacen feliz. Quiero que aprendas a disfrutar de nuevo. Para que tengas la mente despejada.

—Entiendo —me resigné—. No sé si lo conseguiré, voy a tener que mantener la mente ocupada o me volveré loca.

—No digas eso —amonestó—. Si es por mantenerte ocupada no te preocupes, necesito que te encargues de rehabilitar este sitio. Eso te gustará y te mantendrá distraída. Cuando desapareció tu hermano despedí a todo el mundo. No debí haberlo hecho, pero estaba furiosa. Y luego quise hacerlo todo yo sola, algo imposible. Contrataré a más gente para que te ayude. De esa forma estarás activa. Y cuando crea que estás lista te contaré todo cuanto quieras saber.

Suspiré y me terminé el té de un trago. Me puse en pie y me lavé la cara en el fregadero. Eché un vistazo por la ventana imitando a mi tía momentos antes. Me di cuenta de que a mi llegada no había prestado la suficiente atención al paraje. Las hierbas estaban altísimas, el cobertizo se caía a pedazos, y las cuadras estaban destartaladas. Busqué a JB con la mirada, estaba en una pista contigua a la caballeriza comiendo paja directamente de una bala.

—¿Qué ha pasado aquí? —susurré horrorizada.

—Lo mismo que a nosotras —contestó tía May—, la pena lo consume todo.

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