Irene Recio Honrado - Alma

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Lor es una joven de dieciocho años obsesionada con la desaparición de su hermano. Tras tres años de escasas respuestas y prohibiciones extrañas, consigue regresar a su pueblo natal, lugar donde sucedió. 
Alma le enseñará a nuestra protagonista que toda leyenda tiene una parte de realidad, y que las viejas historias están más relacionadas con ella de lo que creía.

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Suspiré.

—Estoy bien, tía May. Ya me explicarás exactamente en qué consiste eso de que se te caiga la sal.

Bajó el rostro hacia el mío y alzó una ceja.

—Y tú lo de trepar a los árboles —contraatacó.

—Touché —me limité a decir.

Los chicos bajaron del coche en ese momento y mi tía se los quedó mirando, luego su mirada pasó a Cyrus, que ya estaba dando la vuelta por delante del capó para reunirse con nosotras.

—May, estos dos jóvenes son Wis y Alex —dijo el cowboy—. Por lo visto se dirigían aquí, cuando esta jovencita se les echó encima.

Ante aquel comentario, mi tía, volvió a mirarme. Esta vez con ambas cejas levantadas.

—Interesante —dijo.

Puse los ojos en blanco. Tía May lo ignoró y le tendió una mano a Alex. Me puse en guardia pensando que le soltaría alguna insolencia, y eso sí que no lo pensaba tolerar. Pero sonrió afablemente a mi tía, y le apretó la mano. Wis hizo otro tanto para saludarla.

—Es un placer, muchachos. Soy May —se presentó— ¿Puedo saber por qué veníais hacia aquí?

—Son nuevos en el pueblo —se adelantó Cyrus, situándose al lado de los dos chicos—. Necesitan trabajo y les dijeron que estabas de obras, May.

—Entiendo —dijo mi tía—, pero ya tenemos a los Tyler, aunque no sé dónde se han metido hoy, ya deberían estar aquí.

—En realidad —interrumpió Cyrus—, hoy es posible que no vengan, anoche se metieron en un lío. Nada grave —se apresuró a explicar al ver la expresión de sorpresa de nuestras caras—, pero el caso es que el sheriff los detuvo. Ethan y Jack están en comisaria todavía. El pequeño Sam, naturalmente, está con sus padres.

—¿Que están en comisaria? —casi grité— ¿Tan grave fue lo que hicieron?

Cyrus se quitó el sombrero para rascarse la nuca y negó con la cabeza.

—No lo sé, preciosa, pero seguro que no es nada grave.

—Está bien —dijo tía May volviendo a los dos recién llegados—, dos pares de brazos más no nos vendrán mal. ¿Cuándo podéis empezar, chicos?

—Cuando lo mande usted, patrona —entonó Wis exultante—. Si quiere podemos quedarnos ya.

—Está bien, entonces —concedió tía May—. Cyrus, acompáñalos atrás y explícales lo que los chicos pretendían hacer con el cobertizo. A ver si pueden seguir con eso mientras el sheriff entra en razón y suelta a los Tyler.

Cyrus accedió solícito a los deseos de tía May y enseguida se alejó de nosotros con Wis y Alex detrás de él.

La mención del encarcelamiento de los chicos, me había desembotado la cabeza del influjo encantador de Wis. Por más que me gustase ese muchacho, los Tyler se habían convertido en mis amigos, y no podía imaginar qué podían haber hecho para obligar al sheriff a detenerlos.

—Tengo que ir a ver a los chicos —dije pensando en voz alta.

Tía May estaba observando cómo Cyrus señalaba el perímetro que Ethan había marcado para levantar el nuevo cobertizo señalando de un lado a otro dándoles explicaciones a los recién llegados. Wis y Alex lo seguían de cerca observando atentos y asintiendo de vez en cuando a las directrices del cowboy.

—Ya me imaginaba que dirías eso —contestó mi tía sin apartar los ojos de los chicos—, pero, ¿qué piensas hacer? Dudo que los suelten por más que se lo supliques al sheriff.

—Tengo que saber qué ha pasado. Sin duda el Sheriff se ha excedido.

—No sé yo —suspiró pensativa— no me desagradan, pero tienen fama de meterse en líos, Lor.

—Soy su amiga, por lo menos me dejarán verlos, ¿no?

Tía May frunció los labios mientras lo meditaba.

—Tal vez —dijo por fin—. Pero no te sorprendas si no es así. De todas formas ya has oído a Cyrus, debe de tratarse de una falta leve, los soltarán esta tarde a no más tardar. Podrías esperar a mañana, sin duda te contarán lo que ha pasado.

—Tom no esperaría —solté sin pensar—. También eran amigos suyos.

Mi tía volvió el rostro hacia mí y sonrió.

—Sí, en eso estoy de acuerdo, vete entonces, pero nada de trepar por la comisaría ni cosas así.

Sonreí mientras daba media vuelta para ir a buscar las llaves de la camioneta, agradecí que Jack la hubiese arreglado el día anterior. Las cogí y salí corriendo de la casa hacia donde estaba aparcada, justo al lado de la obra del cobertizo. Me sorprendió un poco ver a Wis y Alex trabajando codo con codo continuando el trabajo de Ethan, bajo la atenta mirada de Cyrus.

—Voy a averiguar qué delito han cometido los Tyler —expliqué antes de que al cowboy le diese tiempo a formular la pregunta.

Wis y Alex alzaron la vista una fracción de segundo al oírme, pero continuaron con su labor. Cyrus se acercó a mí mientras me subía en la camioneta y cerraba la puerta, apoyó las manos en mi ventanilla, y se inclinó para mirarme a los ojos.

—Puedes decirle al Sheriff de mi parte, que es un tarugo acabado. Detener a esos chicos ha sido una estupidez.

—Mmm… no creo que sea buena idea que le diga eso Cyrus —sonreí—. Quiero que me deje verlos, no que me prohíba el paso o que me encierre con ellos.

El cowboy asintió serio, pero luego me guiñó un ojo y sonrió.

—Pues díselo después.

Me eché a reír y arranqué la furgoneta mientras se retiraba del vehículo. El rugido del motor fue ensordecedor, y sentí una punzada de vergüenza. ¿Qué pensaría Wis de mi bólido? Miré de reojo hacia los chicos, el guapísimo rubio me miraba con disimulo sonriendo levemente. Aparté la vista ruborizada y aceleré para salir de la casa. Lo último que necesitaba eran distracciones.

En menos de media hora ya estaba atravesando la valla de entrada al pueblo. Pensé en pasar por la tienda de Bill Tyler para saludar a Sam, pero vacilé. Sería mejor que fuese directamente a comisaría. Si Sam me veía en la tienda seguramente querría acompañarme para ver a sus hermanos, y no me pareció bien que un niño de su edad guardase el recuerdo de sus hermanos encarcelados. Seguí las señales informativas para llegar a las dependencias policiales, pues no conocía el camino, gracias a Dios nunca antes me había ocurrido nada grave que desembocase en comisaría. Llegué en poco menos de cinco minutos. Alma era un pueblo pequeño de poco más de trescientos habitantes. Aparqué en el otro extremo de la carretera y observé el edificio. Era relativamente pequeño, de dos plantas, rectangular y de color gris. Había tres ventanas en la parte frontal y dos escalones daban el acceso a la puerta de entrada. En ella grabado en el cristal, estaba el escudo de la policía de Alma.

Crucé la calle y subí los escalones a la carrera. Di un tirón a la puerta y ésta cedió con un chirrido. Entré y me detuve en el umbral. Por dentro el edificio era todavía más deprimente. Una sala amplia con tres mesas cubiertas de carpetas polvorientas con unos ordenadores muy antiguos y renqueantes, al final de la estancia unas escaleras subían al piso de arriba. Las paredes tenían una horrenda pintura marrón desvaída y desconchada en algunas zonas. Una máquina de café que había visto tiempos mejores, descansaba en la esquina derecha del fondo y un policía con una barriga descomunal estaba parado frente a ella con un vaso en la mano, dándole vueltas a su contenido absorto.

—Querida, ¿te encuentras bien? —dijo una voz estridente a mi izquierda.

Me giré de golpe y me encontré con una mujer de unos sesenta años, sentada en una mesa de color verde pálido. Me miraba por encima de sus gafas de media luna, éstas descansaban tranquilamente en el puente de su larga nariz. Tenía el pelo corto, rizado y pelirrojo, claramente teñido. Podía verle las raíces blancas que pedían a gritos una visita a la peluquería. Su rostro no denotaba amabilidad alguna, sin duda porque mi entrada había interrumpido su labor, se estaba pintando las uñas de un escandaloso rojo.

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