Irene Recio Honrado - Alma

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Lor es una joven de dieciocho años obsesionada con la desaparición de su hermano. Tras tres años de escasas respuestas y prohibiciones extrañas, consigue regresar a su pueblo natal, lugar donde sucedió. 
Alma le enseñará a nuestra protagonista que toda leyenda tiene una parte de realidad, y que las viejas historias están más relacionadas con ella de lo que creía.

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—Por supuesto que no —escupió Bibi casi escandalizada—, esta gente de pueblo se cree que puede hacerte creer cualquier cosa, incluso en el chupa cabras.

—No creo que sea eso, supongo que son celosos con sus cosas, puede que teman hacer el ridículo.

—No veo cómo.

—Ya sabes, que me ría de sus historias y cosas así. A mi tía por ejemplo le fastidia mucho cuando me refiero a esas historias como folclore popular.

—Tal vez cuando llegues a la casa del árbol encuentres algo que haga referencia a ello.

—Bueno…—vacilé—, ayer no vi nada.

—Tampoco sabías qué estabas buscando —puntualizó.

Me eché a reír.

—Ahora tampoco, sigo sin saber de qué tratan las leyendas.

—Bueno, tú mantén la mente abierta. Oye, ahora soy yo la que tiene que colgar, tengo hora para la pedicura y me tengo que marchar.

—Está bien, Bib, si encuentro algo te llamaré.

—Y si no lo haces, también por favor. No me mantengas en el olvido.

Colgué el teléfono con la sonrisa dibujada en el rostro y lo volví a guardar en la bandolera. Habíamos estado hablando un buen rato y a lo lejos pude ver el lago. Espoleé a JB y galopamos directos hacia la orilla.

Llegamos en pocos segundos a la pequeña zona de arena que solía frecuentar. Intenté ver desde allí la casa del árbol que debía estar situada en el extremo opuesto a nosotros, pero fue imposible. Las hojas de los árboles la mantenían perfectamente camuflada. Aun así recordaba la visión que había desde lo alto y con eso me sobraba para encontrarla. Tiré de las riendas a la derecha y empezamos a vadear el lago.

Apenas llevábamos diez minutos caminando cuando sentí nuevamente que no estábamos solos. Volví la vista hacia atrás, pero no vi nada. Apenas dos días antes, había tenido la misma sensación cuando había estado nadando. JB respondió inmediatamente a mi inquietud moviendo las orejas hacia delante y hacia atrás con nerviosismo. Le acaricié el cuello para calmarlo, y me obligué a mí misma a relajarme. Allí no había nadie, estábamos solos. No había peligro alguno. Como una broma cruel del destino, una ráfaga de aire recorrió el bosque en aquel instante, haciendo que los helechos y las ramas de los arboles ululasen violentamente. JB se encabritó y se puso a dos patas, preso del pánico. Me agarré con todas mis fuerzas a las crines y apreté las piernas contra su cuerpo para evitar la caída. Y entonces el viento cesó, y todo volvió a estar en calma. JB recuperó la compostura y bufó moviendo la cabeza en lo que me pareció un gesto negativo. Le palmeé el cuello, y emprendió de nuevo la marcha.

Aquella mañana estaba resultando algo insólita. Primero una pesadilla, luego tía May enferma, de nuevo me sentía observada. Y aunque no quería reconocerlo, en mi fuero interno sabía que aquella ráfaga de aire no había sido normal. Cada vez me sentía más intranquila pero me negué a volver a la finca asustada y corriendo como la última vez. No, eres una Blake, compórtate co mo tal.

Tras reprenderme a mí misma, todo volvió a la normalidad. Seguía sintiéndome observada, pero el pánico había remitido. Si realmente algo o alguien me estaba vigilando, contaba con las veloces patas de JB para darme a la fuga, y con eso debía sobrarme. Mientras trazaba planes de huida como si mi vida fuese una película de acción, llegamos al claro donde habíamos aparcado la Pick-Up con los chicos el día anterior. Estupendo, ya estamos cerca . Recorrimos los últimos metros a trote y me detuve para mirar arriba. Allí estaba, flotando en el aire con la ayuda de las ramas del árbol. Parecía incluso que estaba más alta que un día antes.

—Está bien —le dije al caballo sin apartar la vista de la casita—. Voy a subir, tendrás que esperarme aquí.

JB relinchó a modo de protesta. No obstante, antes de bajarme volví a mirar en todas direcciones para asegurarme. El resultado fue el mismo. Así que bajé de un salto y até a JB a un árbol cercano al de la casa.

—Así podré vigilarte desde arriba —le dije acariciándole el hocico—. No tardaré mucho, no te preocupes.

Di la vuelta y fui hacia el árbol de la casa, agarré el primer tablón y empecé a subir. Enseguida sentí el cansancio en las piernas, la casa era maravillosa, eso estaba claro. Pero seguía sin entender por qué diantres alguien construye una casita del árbol tan alto. Se supone que son construcciones para niños, que debían ser seguras. Y desde luego aquella altura no era segura para un adulto, mucho menos para un crio. Poco a poco, peldaño a peldaño, llegué arriba y entré por la pequeña trampilla. Me senté allí un momento para recuperar el aliento antes de ponerme en pie.

Cuando mis pulmones volvieron a respirar con normalidad, me levanté con una mueca. Tenía agujetas del día anterior, y la subida de hoy me pasaría factura mañana. Lo sabía. Lo que no esperaba, a esas alturas, era que el sentimiento de angustia que había sentido un día antes volviese hoy pero con más virulencia. Casi no podía respirar mientras agarraba temblando el pomo de la puerta. ¿Qué me estaba pasando? Recordé que había sentido lo mismo la primera vez que había subido a la casa. Solo se había esfumado cuando los Tyler se unieron a mí allí arriba. ¿Por qué?

Me empujé a mí misma a girar el pomo y entrar. La estancia se encontraba exactamente igual. Inhalé despacio para calmarme y volví a recorrer toda la circunferencia. Fui hacia la pequeña mesita redonda del centro y acaricié la superficie para reconfortarme con el tacto de la madera. Entonces fue cuando lo noté. Bajo las yemas de mis dedos, en el borde de la mesa. Bajé la vista hacia mi mano y la aparté. Tres muescas en el tablón, no era un desperfecto. Estaban talladas, echas a propósito. Recorrí con la vista toda la superficie de la tabla en busca de algo más. Pero estaba completamente lisa, aparte de aquellas tres marcas, nada más. Tuve una corazonada, por llamarlo de alguna forma, sentí el mismo tirón que me embargaba cada vez que pasaba por delante del estudio de pintura de tía May. Me puse de rodillas y busqué en la parte inferior de la tabla, ayudándome también con las manos. Enseguida encontré algo, agarré el pie de la mesa y le di la vuelta, de modo que el tablón tocase el suelo para poder examinar con más detenimiento la parte inferior de la misma. Tres letras estaban grabadas en la tabla. L—A—R. Estaban inscritas verticalmente. Intenté buscarles algún significado, pero no me decían nada. Habría esperado una T de Tom o incluso unas E, J, S, de los Tyler. ¿Pero L—A—R? tal vez no fuesen iniciales.

Pensando en el sentido de aquellas letras, no me había dado cuenta de que estaba forzando la vista hasta que tuve que frotarme los ojos para ver con claridad. Alcé el rostro al ser consciente de que estaba algo oscuro. ¿Cómo podía ser? apenas debían ser las diez de la mañana. Escuché el relincho inquieto de JB desde abajo y corrí afuera. Cuando salí miré hacia el cielo en busca de la posición del sol. Enseguida se despejaron mis dudas al ver al gran astro siendo invadido por la luna. Hoy era el día que había mencionado el viejo Johnson en su bar. El día del eclipse. JB volvió a llamar mi atención y me asomé a la barandilla. El animal se estaba poniendo verdaderamente nervioso, y empezaba a tirar de las riendas hacia atrás para soltarse.

—¡Ya bajo! —grité— ¡No te preocupes chico, es solo un eclipse!

Como vi que mi voz no conseguía calmarlo, cerré la puerta de la casita y me deslicé lo más rápido que pude por la trampilla. Empecé a bajar con la mayor celeridad posible, echando de vez en cuando un vistazo a JB para cerciorarme de que seguía allí. El muy bestia casi había conseguido deshacer el nudo y seguía tirando frenético.

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