Hilary Jacobs Hendel - No siempre es depresión

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No siempre es depresión ha ganado el 2018 Best Book Award Winner, y el Nautilus Book Award.
Mientras que la terapia convencional anima a los pacientes a hablar de los acontecimientos del pasado que pueden desencadenar la ansiedad y la depresión, la psicoterapia dinámica experiencial acelerada (AEDP), el método practicado por Jacobs Hendel y creado por la doctora en psicología Diana Fosha, nos enseña a identificar las defensas y las emociones inhibidoras (vergüenza, culpa y ansiedad) que bloquean las emociones fundamentales (ira, tristeza, miedo, asco, alegría y excitación). Experimentar plenamente las emociones fundamentales nos permite entrar en un estado de corazón abierto en el que nos sentimos tranquilos, curiosos, conectados, compasivos, seguros, valientes y claros.
En No siempre es depresión, Jacobs Hendel comparte una herramienta única y pragmática llamada el triángulo del cambio, una guía para llevarte desde un lugar de desconexión hasta tu verdadero Yo. En este libro, se enseña a los lectores legos y a los profesionales de ayuda por igual:
Por qué todas las emociones, incluso las más dolorosas, tienen valor.
Cómo identificar las emociones y las defensas que ponemos contra ellas.
Cómo llegar a la raíz de la ansiedad, la enfermedad mental más común de nuestro tiempo.
Cómo tener compasión por el niño que fuiste y el adulto que eres.
Jacobs Hendel proporciona herramientas, ejercicios corporales y mentales, anécdotas personales y profundos conocimientos recogidos de los notables avances de sus pacientes. Nos muestra cómo trabajar el triángulo del cambio en nuestra vida cotidiana y trazar un curso profundamente personal, poderoso y esperanzador hacia el bienestar psicológico y el compromiso emocional.
El triángulo del cambio es un mapa para superar nuestra angustia para poder pasar más tiempo en unos estados del Self más tranquilos y más vitales. El triángulo del cambio se basa en la investigación científica más reciente sobre las emociones y sobre el cerebro. A pesar de sus complicadas raíces científicas, intuitivamente encaja y es un recurso para manejar las emociones del que ninguno de nosotros deberíamos prescindir.
Para Hilary:
Todo el mundo se beneficia de entender las emociones. Pero esto no es un simple «nombrarlas y describirlas» sino que es comprender cómo se mueven las emociones en el cuerpo y en la mente las hace menos misteriosas y aterradoras, especialmente en los momentos en que son grandes y dolorosas.
Las emociones son respuestas físicas que deben ser experimentadas para ser procesadas para obtener alivio.
Las emociones bloqueadas causan estrés en la mente y el cuerpo. Este estrés conduce a síntomas como la depresión, la ansiedad, los trastornos alimenticios, el daño a sí mismo, las adicciones, los trastornos de personalidad y más.
Cuando Hilary conoció la herramienta «triángulo del conflicto» creada por David Malan en los 70 y ampliada (triángulo de la experiencia) por Diana Fosha (2000) le pareció tan fascinante, útil y necesaria que decidió divulgarla (como «triángulo del cambio») para todos los públicos en el libro No siempre es depresión.
El triángulo del cambio es un mapa de la mente. Una guía para llevar a las personas de un lugar de desconexión a su verdadero Yo. Es un proceso paso a paso para sentirse mejor. Funciona haciendo que te vuelvas a familiarizar con las emociones fundamentales como la alegría, la ira, la tristeza, el miedo y la excitación. Hilary quiere ayudar a todo el mundo a reconectarse con su Ser vital, más conectado y auténtico.

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Aunque la primera vez que oí hablar acerca del triángulo del cambio fue en un congreso para profesionales, es un mapa que todos nosotros podemos aprender fácilmente y empezar a aplicar inmediatamente. Cuando llegues al final de este libro te entenderás a ti mismo, a tus seres queridos, amigos y compañeros de una manera nueva y podrás poner en práctica estos conocimientos. Como todos somos iguales en lo que respecta al funcionamiento de las emociones, el triángulo del cambio tiene sentido para todo el mundo. Aprenderás a mejorar las relaciones tanto contigo mismo como con los demás. Te sentirás mejor y tu vida será más fácil.

Mi historia

Nací en una familia de freudianos y en una cultura cuyo mantra era «la mente por encima de la materia». Mi madre había sido orientadora académica y mi padre era psiquiatra. Creían que yo podía y debía controlar mis sentimientos con mi parte racional. Raramente se hablaba de las emociones en casa, y si se hablaba de ellas, el objetivo era dominarlas o «arreglarlas».

Mis recuerdos nítidos empiezan alrededor de mi cuarto curso, cuando empezaba a sentirme cohibida. Mi madre siempre me decía que era bonita y lista, pero yo no me sentía así. Me sentía estúpida y fea. Cuando me miraba al espejo, sentía que no llegaba al nivel. No sufría acoso y tenía amigos populares, pero siempre me sentía aislada e insegura. Ya de adulta, comprendí que lo que sentía entonces era ansiedad y vergüenza.

En secundaria, sobresalía académicamente. Con cada buena calificación o cada mención de una sociedad honorífica, mi confianza crecía. Desarrollé la creencia de que si trabajaba duro, triunfaría y sería reconocida. Con cada éxito y cada reconocimiento, mi inseguridad se calmaba.

Más o menos en aquella época, mi profesora de inglés de séptimo curso nos hizo leer a Freud y me obsesioné con el psicoanálisis. Visto en retrospectiva, seguramente me ayudaba a comprenderme de un modo que me permitía sentirme bajo control. Mi pasión por el psicoanálisis siguió creciendo durante la universidad, hasta el punto de que mis amigos me rogaban que dejara a analizar a todo el mundo. Así pues, reprimí mi hobby de psicoanalizar a los demás gratuitamente (y sin que me lo pidieran) y, en lugar de eso, empecé a leer vorazmente sobre el tema.

En esa época, había decidido que sería médico como mi padre. Me encantaba y se me daba bien la ciencia, y recibí una gran cantidad de atención positiva por haber tomado esa decisión. Hasta mi penúltimo año en la universidad no cuestioné nunca mi camino, pero tampoco había considerado nunca cómo era el día a día de un médico.

En la universidad, me inscribí en un curso llamado «Psicoanálisis Contemporáneo». Muy a mi pesar, me di cuenta de que en realidad era un curso antifreudiano sobre feminismo. Pasé la primera mitad del semestre debidamente sentada en la pequeña sala del seminario, yo contra diez feministas radicales. Férrea en mi postura, argumentaba fervientemente sobre por qué Freud era brillante y sus teorías válidas. Al cabo de cinco clases, me di cuenta de que mis argumentos estaban cayendo en saco roto. En realidad, mis compañeras de clase habían aportado contraargumentos e investigaciones que me parecían realmente convincentes. Se me ocurrió entonces que quizás podría aprender algo si dejaba de estar tan ocupada argumentando.

Al final de curso, había empezado a cuestionarlo todo, incluyendo los valores y las creencias de mis padres, de mi sociedad y de mi cultura. Empecé a considerar por qué había decidido ser médico. Por muy incómodo que fuera para mí admitirlo entonces, me di cuenta de que mi fantasía de ser médico estaba relacionada con lograr un determinado estilo de vida, y no tenía nada que ver con tratar la enfermedad física. Cuando me imaginaba tratando a personas muy enfermas y teniendo que dar terribles diagnósticos a sus allegados, me pareció un panorama demasiado difícil, demasiado angustiante. Esa responsabilidad me ponía los pelos de punta. No quería tener que tratar a diario con cuestiones tan duras como la pérdida y la muerte, temas que siempre habíamos evitado en mi familia.

Tenía demasiado miedo de abandonar la vía médica y necesitaba un plan inmediato si no quería encontrarme perdida, sin control.

EL TRIÁNGULO DE HILARY

En ese momento mis defensas seguían funcionando bien en el sentido de que no - фото 3

En ese momento, mis defensas seguían funcionando bien, en el sentido de que no tenía síntomas de ansiedad ni de depresión. Pero no era consciente de mis emociones subyacentes o no estaba en contacto con ellas.

Desde mi infancia hasta ese momento, me había movido el deseo de reducir mi ansiedad. Tomaba decisiones, grandes y pequeñas, con el objetivo de tener un plan de vida a largo plazo para asegurarme de que sería feliz. Tenía muchos miedos enconados bajo la superficie que creía que podía evitar simplemente manteniéndome centrada en lograr una buena carrera y encontrar a un buen marido. Así que decidí ser dentista.

En la Facultad de Odontología, conocí a mi primer marido y pensaba que todo iba a la perfección. Tenía una pareja increíble, estaba preparada para empezar una familia y mi lucrativa carrera iba por buen camino. Después, poco a poco, todo se derrumbó. Me convertí en dentista, pero lo odiaba, y dejé de ejercer un año después de licenciarme. Mi decisión de abandonar la odontología enfadó a mi marido, a mi familia política y a mi padre terriblemente; perdí su aprobación y su estima. Tras seis años de matrimonio, mi marido y yo éramos incapaces de gestionar los conflictos que habían surgido entre nosotros. Estaba perdida, sola y asustada. La terapia de pareja no ayudó. No había forma de resolver nuestros problemas y nuestro matrimonio terminó.

Volvía a estar soltera, con dos niños pequeños y sin carrera. Todo lo que pensé que sabía y en lo que confiaba me salió mal. Quería a mis hijos, pero me sentía perdida y sin rumbo. Por primera vez en mi vida, había descarrilado y no tenía ningún plan.

Para sobrevivir, fui haciendo varios trabajos insatisfactorios. Subí por la escalera corporativa hasta una posición directiva en Maybelline Cosmetics, trabajé en el Distrito de la Moda de Nueva York, empecé un negocio desde casa vendiendo vitaminas y fui responsable de ventas para una nueva compañía de software médico. Nada me parecía bien; nada parecía ser para mí.

En ese momento, me sentía orgullosa y satisfecha con mi estoicismo, mi determinación, mi actitud de «la mente por encima de la materia». Cuando las cosas no iban bien, yo hacía cambios. Pensaba que controlaba lo que quería sentir. Con orgullo, dejaba a un lado miedos, deseos y cualquier otra emoción que considerara inútil o contraproducente. Entonces, mi exmarido me comunicó que volvía a casarse. Aunque me alegraba por él, tuve una reacción emocional que me cegó. Caí en una depresión. Mi vida me sobrepasaba. Su boda de repente simbolizó y selló mi más profunda soledad en este mundo. Tenía miedo y también vergüenza de tener miedo. El miedo dio lugar a la vergüenza, a la ansiedad y, a su vez, a la depresión.

Nunca se me había ocurrido que exigirme tanto, sacarme una carrera, tener hijos y buscar a una nueva pareja acabaría quebrándome y quemándome. Pensaba que estaría bien, al fin y al cabo, siempre lo había estado. Pero mi mente emocional tenía otros planes. Estaba desbordada y quedé fuera de servicio. Mi letargo fue creciendo hasta no poder salir de la cama. Encontré refugio bajo mis sábanas, permaneciendo a oscuras, escondida de la gente y de las exigencias diarias de mi vida. Era el único lugar en el que me sentía segura.

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