Susan Mallery
Siempre te Esperaré
Siempre te Esperaré (19.01.2005)
Título Original: ¡Expecting! (2004)
Serie Multiautor: 1º Nuevas Vidas
– ¿ ME darás un plus si es una compradora joven y guapa? -preguntó Jeanne. Eric Mendoza intentó mantener una expresión severa, pero le resultó imposible cuando su asistente cincuentona arqueó las cejas y le guiñó un ojo.
– Creo que unas piernas bonitas también deben sumar puntos para el plus -continuó ella, desde el otro lado del escritorio. El alzó la mano para detenerla.
– Conseguirás un plus si se efectúa la venta. El aspecto y el sexo del comprador no tienen nada que ver.
– Dices eso porque no has visto a la compradora.
– Si hubiera sugerido basar tu plus en otra cosa, me llamarías cerdo sexista -dijo él con un suspiro.
– O algo peor -corroboró Jeanne sonriente-. Me encanta el doble juego. Soy mayor y mujer, así que puedo decir lo que quiera. Tú eres un ejecutivo joven y guapo que busca triunfar, tienes que tener cuidado.
– Ahora mismo tengo que trabajar -señaló los papeles que había en el escritorio.
– Una indirecta muy directa -Jeanne se puso en pie-. ¿Cuánto tiempo?
Él echó un vistazo a la pantalla del ordenador. Su apretado horario no le dejaba tiempo para una reunión inesperada con un posible comprador de la propiedad doce, pero quería solucionar el tema cuanto antes.
– Diez minutos deberían ser suficientes -contestó.
– De acuerdo. Le diré que entre y vendré a interrumpir dentro de diez minutos -sonrió-. ¿Debería llamar antes de entrar para no pillaros haciendo manitas en el sofá?
– Ignoraré ese comentario.
– Bueno, pero no te mataría pensar en tu vida social de vez en cuando. Eric, necesitas una mujer.
– Jeanne, necesitas dejar de intentar ser mi madre.
– Alguien tiene que serlo. Además, se me da bien -se dio la vuelta y salió del despacho.
Eric la observó. Su asistente era descarada, testaruda e insustituible. Por suerte, se la habían asignado tras su primer ascenso, tres años antes. Aunque deslenguada, era muy inteligente y leal. Mientras ascendía dentro de la directiva del Hospital Regional de Merlín County, ella había sido su apoyo y fuente de información. Todos sus colegas eran al menos una década mayores que él y eso creaba resentimientos que Jeanne controlaba.
– Hannah Wisham Bingham -anunció Jeanne unos minutos después, con voz respetuosa y cortés. La espabilada Jeanne sólo lo torturaba en privado.
Eric se puso en pie. Había cruzado media habitación cuando reconoció el nombre y la apariencia de la mujer.
– ¿Hannah?
Estudió a la rubia alta y delgada que había en el umbral, comparándola con la adolescente que recordaba de varios veranos pasados junto al lago. Seguía teniendo ojos verdes de gato y una sonrisa similar, pero todo lo demás había crecido… de la mejor manera.
– Eric. Me alegro de verte -su sonrisa se amplió… Entró en la habitación y miró a su alrededor-. Un despacho grande y con vistas. Estoy impresionada.
– Hannah, por favor, siéntate -dijo, señalando el sofá que había en la esquina. Jeanne levantó el pulgar con aire triunfal y se marchó.
– Esto es una sorpresa -dijo, cuando estuvieron sentados-. No sabía que habías regresado a la ciudad.
– Llegué hace un par de días. Estoy interesada en comprar una casa. Revisé los listados de propiedades y me sorprendió que el hospital vendiera una. ¿O es que te dedicas al negocio inmobiliario en tus ratos libres?
– Soy un hombre de muchos talentos.
– Eso no es nada nuevo. ¿De qué se trata? -preguntó, moviendo los dedos con elegancia. La chaqueta entallada y la falda estrecha le daban aspecto de lo que era en la actualidad: hija rica de una familia prominente. Había recorrido un largo camino desde sus inicios.
– El hospital proporciona alojamiento a los médicos que vienen de fuera y a sus familias -explicó él-. Es una forma de atraer a los mejores y más listos. La casa que está en venta es una de nuestras propiedades. Es un lugar fantástico, con vistas a las montañas y al lago, pero está un poco lejos de la ciudad para un médico de guardia. Sugerí que la vendiéramos y comprásemos otra más cerca. La junta directiva estuvo de acuerdo.
– Entiendo. Así que estás a cargo de librarte de la vieja y comprar la nueva, ¿correcto?
– Ya he comprado la nueva.
– ¿Por qué será que no me sorprende? -rió ella-. Alejada y con vistas es lo que busco. ¿Cuándo puedo verla?
– ¿Qué te parece esta tarde?
– Estoy completamente libre. Dime cuándo.
– A las tres.
– ¿Irás tú o delegas ese tipo de cosas? -ladeó la cabeza y la melena rubia le rozó los hombros.
– Iré yo -dijo él, aunque tendría que reorganizar varias citas.
– Estoy deseando ver la casa y seguir hablando contigo -ella se levantó-. Ha pasado mucho tiempo.
– Sí, por lo menos cinco años -dijo él.
– Seis. La facultad de Derecho me está enseñando a ser precisa -se despidió moviendo los dedos y fue hacia la puerta. Eric la observó marchar. Hannah siempre había sido una chica bonita y se había convertido en una bella mujer. No le extrañaba el comentario de Jeanne sobre el plus por las piernas bonitas; Hannah las tenía de impresión.
– Bien elegida, ¿no? -Jeanne entró como una tromba en el despacho-. No hay marido, se lo pregunté.
– Típico -se quejó él, con una mueca.
– Quería saberlo. Sabía que tú no lo preguntarías -dijo Jeanne sin ápice de vergüenza-. ¿O ya estabas al tanto de esa información? Parecéis conoceros.
– Es un par de años más joven que yo. Nos conocimos cuando éramos adolescentes. Yo trabajaba en el lago y ella pasaba los veranos allí. Su padre es Billy Bingham.
– ¿El hijo más joven y salvaje de los adinerados Bingham? -Jeanne alzó las cejas-. ¿No murió?
– Hace mucho tiempo.
Eric recordó que había muerto un año después de que Hannah se enterase de que era su hija bastarda. Ése fue el verano en que se conocieron. La abuela de Hannah la había apuntado a clases de vela y él había sido su profesor. Él tenía dieciséis años y se consideraba mucho mayor que ella, pero se hicieron amigos. En aquella época ella fue la única persona con la que podía hablar.
– Supongo que si es una Bingham no hará falta comprobar su crédito. Debe tener dinero -dijo Jeanne.
– He quedado con ella en la casa a las tres. Tendrás que reorganizar mis citas para dejarme la tarde libre.
– ¿Vas a salir de la oficina antes de las siete y media? -Jeanne agitó las pestañas con descaro.
– Vender la casa es responsabilidad mía.
– A mí no tienes que convencerme de que haces lo correcto. Estoy encantada. No recuerdo la última vez que tuviste una cita.
– Mi vida personal…
– Lo sé -cortó ella-, no es de mi incumbencia. Lo siento, Eric. Casi todas las mujeres entre veinte y cuarenta años en un radio de cincuenta kilómetros han intentado conquistarte; pero tú sólo sales con las que sólo quieren pasarlo bien. ¿No quieres casarte?
La miró fijamente, en silencio.
– De acuerdo, no contestes -ella apretó los labios-. No necesitas consejos maternales. Pero alguien debe dártelos -sin rastro de desánimo siguió hablando-. Te dejaré la tarde libre. Aunque sea una compradora, hasta tú debes haber notado que Hannah es una mujer muy atractiva. Antes te gustaba y puede que vuelva a gustarte. Sé amable, llévala a cenar. No te mataría involucrarte, ¿sabes? -con eso, se marchó y lo dejó solo.
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