Susan Mallery
Dulces Palabras
Hermanas Keyes, 1
Título original: Sweet Talk
Traducido por: María del Carmen Perea Peña
Claire Keyes saltó a responder el teléfono en cuanto sonó. Pensó que era mejor soportar una llamada de su representante que recoger la pila de ropa sucia que había en mitad de su salón.
– ¿Diga?
– Hola, eh… ¿Claire? Soy Jesse.
No era su representante, pensó aliviada.
– ¿Jesse qué más?
– Tu hermana.
Claire apartó una camisa de una patada y se sentó en el sofá.
– ¿Jesse? -susurró-. ¿De verdad eres tú?
– Sorpresa.
La palabra sorpresa no servía para describir aquello. Claire llevaba años sin hablar con su hermana pequeña. No la había visto desde el funeral de su padre, cuando había intentado ponerse en contacto con toda la familia que le quedaba. Entonces le habían dicho que no era bienvenida, que nunca sería bienvenida, y que si la atropellaba un autobús, ni Jesse ni Nicole, su hermana melliza, se molestarían en llamar para pedir ayuda.
Claire recordaba que se había quedado tan aturdida por aquel ataque verbal que se le había cortado la respiración. Se había sentido como si le hubieran dado una paliza y la hubieran dejado tirada en una cuneta. Jesse y Nicole eran su familia. ¿Cómo podían rechazarla así?
Sin saber qué hacer, se había marchado de su ciudad y no había vuelto nunca. Eso había sucedido siete años atrás.
– Bueno -dijo Jesse con una alegría que parecía forzada-, ¿qué tal estás?
Claire sacudió la cabeza, intentando aclarársela, y miró el apartamento desordenado. Había ropa sucia apilada en el salón, maletas abiertas junto al piano, un montón de cartas al que no quería enfrentarse, y una representante que estaba dispuesta a despellejarla viva para conseguir lo que quería de ella.
– Estoy muy bien -mintió-. ¿Y tú?
– De maravilla, pero ahí está la cosa: Nicole no.
Claire agarró con fuerza el auricular.
– ¿Qué le ocurre?
– Nada… todavía. Va a tener que operarse. La vesícula. Tiene algo raro en la colocación, o algo así. No me acuerdo. De todos modos, no pueden hacerle la operación fácil de las incisiones diminutas. La lapa…
– Laparoscopia -murmuró Claire distraídamente mirando el reloj. Faltaba media hora para su clase.
– Ésa. En vez de ésa, van a tener que abrirla como a una sandía, lo que significa que tardará en recuperarse. Y con la panadería y todo eso, hay un problema. La ayudaría yo, pero no puedo en este momento. Las cosas son… complicadas. Así que estuvimos hablando, y Nicole se preguntaba si te gustaría volver a casa y tomar las riendas. Te lo agradecería mucho.
«A casa», pensó Claire con melancolía. Podría ir a casa, de vuelta a la casa que apenas recordaba, pero que siempre estaba en sus sueños.
– Creía que Nicole y tú me odiabais -susurró, con miedo de tener esperanzas.
– Antes estábamos disgustadas. La muerte de papá fue un momento muy lleno de emociones. En serio, llevamos hablando de ponernos en contacto contigo desde hace tiempo. Nicole te habría… eh… llamado, pero no se encuentra bien, y tenía miedo de que le dijeras que no. No está en condiciones de enfrentarse a eso ahora.
Claire se puso en pie.
– Yo nunca diría que no. Claro que iré a casa. Sois mi familia, las dos.
– Muy bien. ¿Cuándo puedes estar aquí?
Claire miró a su alrededor, el desastre que era su vida, y pensó en las llamadas furiosas de Lisa, su representante. También estaba la clase a la que tenía que asistir, y las que tenía que impartir a finales de semana.
– Mañana -dijo con firmeza-. Puedo estar allí mañana.
– Pégame un tiro ahora -dijo Nicole Keyes, mientras limpiaba la encimera de la cocina-. Lo digo en serio, Wyatt. Debes de tener un arma, hazlo. Yo escribiré una carta diciendo que no es culpa tuya.
– Lo siento. Nada de armas en mi casa.
En la suya tampoco, pensó ella con desánimo, y tiró la bayeta al fregadero.
– No podía haber peor momento para esta estúpida operación. Me han dicho que no podré trabajar hasta dentro de seis semanas. Seis. La panadería no se lleva sola… y no te atrevas a decir que le pida ayuda a Jesse. Lo digo en serio, Wyatt.
El que pronto iba a ser su ex cuñado alzó ambas manos.
– No diré una palabra. Lo juro.
Ella lo creía. No porque pensara que le asustaba, sino porque sabía que, aunque algo de su dolor provenía de su vesícula inflamada, la mayor parte era consecuencia de la traición de su hermana Jesse.
– Lo odio. Odio que mi cuerpo me falle de esta manera. ¿Qué le he hecho yo?
Wyatt sacó una silla de la mesa.
– Siéntate. Disgustarte no te a ayudará.
– Eso no lo sabes.
– Lo supongo.
Se dejó caer en la silla porque era más fácil que discutir. Algunas veces, como en aquel momento, se preguntaba si le quedaban fuerzas para luchar.
– ¿Qué es lo que se me olvida? Creo que lo he hecho todo. Sabes que no podré cuidar a Amy durante un tiempo, ¿verdad?
Amy era la hija de ocho años de Wyatt. Nicole la cuidaba unas cuantas tardes a la semana.
Wyatt se inclinó hacia delante y le puso una mano sobre el brazo.
– Relájate -le dijo-. No has olvidado nada. Yo iré a echar un vistazo a la panadería cada dos días. Tienes a buena gente trabajando para ti. Te quieren, y son leales. Todo irá bien. Volverás a casa al cabo de pocos días y empezarás a curarte.
Sabía que él se refería a algo más que a la operación. También estaba el asunto del que pronto sería su ex marido.
En vez de pensar en aquel desgraciado de Drew, miró la mano que Wyatt había posado en su brazo. Tenía las manos grandes, con cicatrices, encallecidas. Era un hombre que sabía lo que era trabajar. Honrado, guapo, divertido.
Lo miró a los ojos.
– ¿Por qué no me enamoré de ti?
Él sonrió.
– Lo mismo digo, nena.
Habrían estado tan bien juntos… Ojalá hubiera una pizca de química.
– Deberíamos haberlo intentado más -murmuró ella-. Deberíamos habernos acostado.
– Piénsalo un segundo -le dijo Wyatt-. Dime si te excita la idea.
– No puedo.
Sinceramente, el pensar tener relaciones sexuales con Wyatt la ponía nerviosa, y no de un modo agradable. Era como un hermano. Ojalá el hermanastro de Wyatt, Drew, le hubiera causado la misma sensación.
Por desgracia, con él todo eran fuegos artificiales. De los que quemaban.
Se echó hacia atrás y observó a Wyatt.
– Bueno, ya está bien de hablar de mí. Tú deberías casarte otra vez.
Él tomó su taza de café.
– No, gracias.
– Amy necesita una madre.
– Pero no tanto.
– Hay mujeres estupendas ahí fuera.
– Dime una que no seas tú.
Nicole reflexionó durante un minuto, y después suspiró.
– ¿Puedo decírtelo luego?
Claire llegó al aeropuerto SeaTac por la tarde, pronto, sintiéndose muy lista por haber organizado ella misma todo su viaje. Incluso había alquilado un coche, ella sola. En circunstancias normales, habría recurrido a un taxi, pero tendría que ir y volver del hospital, y después, a la panadería. Y Nicole necesitaría que hiciera recados. Tenía sentido disponer de un coche.
Después de luchar para sacar sus dos enormes maletas de la cinta transportadora, tomó una en cada mano y las arrastró hacia la escalera mecánica. Cuando llegó a la oficina de Hertz, tenía la respiración entrecortada y lamentaba haberse puesto aquel abrigo de lana tan largo. El sudor le caía por la espalda, y el jersey de cachemir se le pegaba al cuerpo.
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