Juan Domingo Argüelles - ¡No valga la redundancia!

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Lo que nos toca escuchar (y soportar) todos los días: «Yo mismo». El «mutuo diálogo». Lo que tienes que leer «antes de morir». Lo «bastante frecuente». Lo «actualmente en vigor». Las «falsas mentiras» de las «grandes multitudes». El «robo ilegal» de «productos orgánicos». «Repetir lo mismo», así sea un «rumor no confirmado». ras el catálogo de errores en el uso común del español que Juan Domingo Argüelles elaboró en
Las malas lenguas, este nuevo volumen continúa su recorrido por las expresiones que el descuido, la insistencia en calcar formas de otras lenguas, la pandemia de la corrección política y la simple ignorancia de las palabras y sus significados han sembrado en los medios informativos, las redes sociales e incluso libros de toda índole.Como señala el autor en su prólogo,
¡No valga la redundancia! « va dirigido a unos pocos millares de personas a quienes el cuidado del idioma les interesa, sea porque es su ámbito profesional o bien su gozo, además de su prodigioso instrumento de comunicación». En esta ocasión, se concentra en «los sinsentidos y redundancias, los pleonasmos y ultracorrecciones» que leemos y escuchamos todos los días. Con mordaz sentido del humor y un espíritu tan crítico como didáctico, este libro es a la vez una obra de consulta y un divertido recordatorio de lo que ocurre cuando olvidamos, ignoramos o desdeñamos la precisión en el lenguaje.

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картинка 52Google: 724 000 resultados de “adolescentes jóvenes”; 636 000 de “jóvenes adolescentes”; 614 000 de “joven adolescente”; 180 000 de “adolescente joven”; 132 000 de “personas adolescentes”; 56 000 de “persona adolescente”; 10 000 de “adolescente muy joven”; 6 830 de “adolescentes muy jóvenes”. картинка 53

11. alimento, ¿alimento no nutritivo?, ¿alimento sin nutrientes?

Si una persona, con hambre o sin ella, se lleva a la boca un puñado de trozos de acero y se lo traga, ¿equivale esto a “alimentarse”?, ¿es eso un “alimento”? Desde luego, no; porque, de acuerdo con la definición de “alimento”, el acero no es una materia con cualidades “alimenticias” para un ser humano y para un ser vivo en general. Es más, ingerir acero no sólo no lo alimenta, sino que hasta puede poner en riesgo la vida de quien lo ingiere. Siendo así, no existe algo que pueda denominarse “alimento no nutritivo” o “alimento sin nutrientes”, pues lo que no es “nutritivo” o carece de “nutrientes”, simplemente no es “alimento”, al menos para el ser humano, pues se dice que hay cucarachas que viven dentro de los aparatos eléctricos y electrónicos, debido al ambiente cálido que ahí encuentran, y que pueden llegar a alimentarse del forro plástico de los cables y circuitos de dichos aparatos. Pero, para el ser humano, lo que no es nutritivo, no es alimento. Veamos por qué. El sustantivo femenino “alimentación” posee dos acepciones principales en el DRAE: “Dar alimento a un ser vivo” y “conjunto de las cosas que se toman o se proporcionan como alimento”. Ejemplo: La alimentación es un derecho de todos los seres humanos. El verbo transitivo “alimentar” significa “dar alimento a un ser vivo”. Ejemplo: La madre alimentó al recién nacido. De ahí el adjetivo “alimenticio”: “Que alimenta o tiene la propiedad de alimentar”. Ejemplo: La leche materna es altamente alimenticia. Finalmente, el sustantivo masculino “alimento” (del latín alimentum) posee dos acepciones principales en el diccionario académico: “Conjunto de sustancias que los seres vivos comen o beben para subsistir” y “cada una de las sustancias que un ser vivo toma o recibe para su nutrición”. Ejemplo: El mejor alimento para un recién nacido es la leche materna. Hay alimentos más o menos “nutritivos”, pero no hay “alimentos no nutritivos” ni “alimentos sin nutrientes”, puesto que el contrasentido que encierran dichas expresiones impide que puedan ser “alimentos”. La lógica se impone: El “nutriente” y lo “nutritivo” se definen como “lo que nutre”; la “nutrición” es la “acción y efecto de nutrir”; “nutrir” (del latín nutrīre) es “aumentar la sustancia del cuerpo animal o vegetal por medio del alimento”, y lo “nutricio” (del latín nutricius) es aquello que es “capaz de nutrir”. Queda claro, entonces, de una vez por todas, que lo que no es “nutritivo” o carece de “nutrientes” no puede denominarse “alimento”.

En el ámbito culto de nuestra lengua y, especialmente, entre los nutriólogos, cada vez se abren más camino los contrasentidos “alimento no nutritivo” y “alimento sin nutrientes”. A los profesionales de la nutrición les hace falta usar la lógica o, en su defecto, consultar el diccionario. En el diario argentino La Nación, en un artículo intitulado “11 cosas que hacemos para adelgazar y son un error gigante”, se afirma que una de ellas es

картинка 54“Comer alimentos no nutritivos”.

Lo correcto es decir y escribir:

картинка 55comer alimentos poco nutritivos o con escaso valor nutricional.

картинка 56Esos alimentos poco nutritivos o con escaso valor nutricional son los denominados “chatarra” o “comida rápida” (trátese de frituras o golosinas), pero, justamente porque se trata de “alimentos”, algún escaso nutriente han de tener, pues de otro modo, por definición, no serían “alimentos”. He aquí algunos ejemplos de este contrasentido que ya escuchamos y leemos con frecuencia en nuestro idioma: “Consumo de alimentos no nutritivos en estudiantes”, “consumo de alimentos no nutritivos o chatarras”, “saciarse con golosinas o alimentos no nutritivos”, “buscan disminuir consumo de alimentos no nutritivos en escuelas”, “venta de alimentos no nutritivos en las cooperativas de educación básica”, “componentes bioactivos de los alimentos no nutritivos”, “exceso de alimentos no nutritivos y ultraprocesados”, “vista y olor de un alimento no nutritivo”, “alimento no nutritivo que se sirve en pequeñas porciones”, “un alimento no nutritivo debe evitarse o moderarse”, “hay que consumir pocos alimentos sin nutrientes”, “evitar alimentos sin nutrientes como bollería industrial y bebidas carbonatadas”, “las grandes industrias están produciendo alimentos sin nutrientes”, “la merluza es considerado por muchos [tontos] como un alimento sin nutrientes”, “la problemática radica que se comen alimentos sin nutrientes”, “debemos elegir con cuidado y evitar los alimentos sin nutrientes” y, como siempre hay algo peor, “cereales: alimento sin nutrientes” (¡vaya idiotez, aunque se refiera a los cereales procesados en hojuelas!).

картинка 57Google: 50 200 resultados de “alimentos no nutritivos”; 2 260 de “alimento no nutritivo”; 1 430 de “alimentos sin nutrientes”; 1 000 de “alimento sin nutrientes”. картинка 58

картинка 59Google: 148 000 resultados de “alimentos chatarra”; 11 400 de “alimentos poco nutritivos”; 3 300 de “alimentos con pocos nutrientes”; 3 000 de “alimentos de escaso valor nutricional”; 2 130 de “alimento de escaso valor nutritivo”. картинка 60

12. ¿alimento orgánico?, orgánico, ¿producto orgánico?

Para comprender claramente qué es lo “orgánico” resulta útil el procedimiento inverso de saber primero qué es lo “inorgánico”, es decir lo “no orgánico”. Como adjetivo, el término “inorgánico” se aplica “a los seres minerales por oposición a los animales y vegetales, y a lo que procede de ellos o se relaciona con ellos” (DUE). Ejemplo: La química inorgánica se ocupa de estudiar las propiedades de la materia que no contiene carbono en sus moléculas. Pasemos ahora al adjetivo “orgánico”, del cual María Moliner ofrece tres acepciones principales en el DUE: “Constituido por órganos; se aplica, por antonomasia, a ‘ser’ para designar a los seres vivos”; “se aplica a las sustancias elaboradas por los seres vivos y a la parte de la química que las estudia”, y también “se aplica a los cuerpos cuyo componente constante es el carbono, y a la parte de la química que los estudia”. En DRAE las acepciones son coincidentes, pero más escuetas: “Dicho de un cuerpo: Que está con disposición o aptitud para vivir” y “dicho de una sustancia: que tiene como componente el carbono y que forma parte de los seres vivos”. Ejemplo: Los desechos orgánicos están constituidos, generalmente, por restos de alimentos. Cabe decir que el sustantivo masculino “carbono” (del latín carbo, carbōnis: “carbón”) es el “elemento químico no metálico, número atómico 6, sólido, componente principal de todas las sustancias orgánicas” (DUE). Quiere decir esto que el carbono es consustancial a los seres vivos (es decir, orgánicos) y no a los seres minerales, carentes de carbono en sus moléculas. Si el adjetivo “inorgánico” se opone al adjetivo “orgánico” es porque el primero se refiere a lo inanimado o inerte, en tanto que el segundo se aplica a los seres vivos y a las sustancias que éstos elaboran. Por todo lo anterior, fue una idiotez suprema la ocurrencia de denominar “alimento orgánico” al producto agrícola o agroindustrial que es el resultado de “procedimientos denominados ‘ecológicos’ que evitan el uso de productos sintéticos como pesticidas, herbicidas y fertilizantes artificiales”; como si el uso de pesticidas, herbicidas y fertilizantes artificiales pudiera quitarles la cualidad de “orgánicos” a los alimentos o productos agrícolas: como si un tomate fertilizado artificialmente dejara de ser tomate y perdiera su cualidad de alimento. Lo cierto es que tan “orgánica” es una lechuga fertilizada con productos sintéticos, como una col que se desarrolló sin fertilizantes artificiales, pues ambos son productos vivos, y su componente principal es el carbono. La lechuga únicamente sería inorgánica si estuviera hecha de piedra o de metal (una escultura, pues), y no sería, entonces, alimento. Ésta es una prueba de que la ideología y la corrección política atentan contra la lógica y el idioma. Veamos por qué. Para que existan “alimentos orgánicos”, tendrían que existir, en oposición, “alimentos inorgánicos”, y resulta obvio, como lo hemos visto en la entrada anterior, que estos últimos no existen, a menos que alguien consuma piedras porque las confundió con papas y cebollas (¡y, desde luego, no serían alimentos!). Hay que dejarnos de tonterías y regresar la lógica a su lugar. ¡Todos los alimentos son orgánicos, en tanto son alimentos, esto es productos de seres vivos o elaborados por seres vivos! A los mal denominados “alimentos orgánicos” se les llama también “alimentos ecológicos” o “alimentos biológicos”, denominaciones menos desafortunadas, aunque de todos modos redundante la última. También, con mayor generalización, se les conoce como “productos orgánicos”, “productos ecológicos” y “productos biológicos” y, con un sentido específico escalofriantemente idiota, “comida orgánica”, ¡como si pudiera haber comida que no sea orgánica! En la Wikipedia leemos la siguiente información: “En la Unión Europea las denominaciones ecológico, biológico y orgánico, para los productos agrícolas y ganaderos destinados a la alimentación humana o animal se consideran sinónimos y su uso está protegido y regulado por los Reglamentos Comunitarios 834/2007 y 889/2008. Los prefijos eco- y bio- también están protegidos y regulados así mismo (sic) en todos los idiomas de la Unión. En cada país hay costumbre de usar uno u otro término. Por ejemplo, en España está más extendido el uso de ecológico, en Portugal y Francia se usa más el término biológico (en francés biologique), mientras que en el Reino Unido se utiliza más orgánico (organic en inglés). Los productores de alimentos ecológicos están obligados a usar únicamente ciertos agroquímicos autorizados y no se pueden utilizar para su producción semillas o plantas transgénicas. Los cultivos ecológicos son fertilizados habitualmente con compost, polvos minerales y otras sustancias de origen ecológico”. Bárbara redacción, pero tal es la forma de explicar en qué consiste esto. Entre los adjetivos “ecológico”, “biológico” y “orgánico” para acompañar al sustantivo “alimento”, el único que no resulta redundante es el primero: “alimento ecológico”, pues tanto “biológico” como “orgánico” son inherentes a “alimento”, es decir, a la vida y a los seres vivos. Quiere esto decir que no hay alimento que no sea ni biológico ni orgánico; todo alimento lo es, pues el sustantivo “alimento” (del latín alimentum), como lo hemos visto, tiene dos acepciones principales: “Conjunto de sustancias que los seres vivos comen o beben para subsistir” y “cada una de las sustancias que un ser vivo toma o recibe para su nutrición” (DRAE). Ejemplo: El pescado es un alimento rico en proteínas. En cuanto al adjetivo “biológico” (“perteneciente o relativo a la biología”), aunque en una acepción secundaria signifique “natural o que implica respeto al medio ambiente al evitar el uso de productos químicos” (DRAE), esta expresión bien podría definir lo “ecológico”, que en la tercera acepción del DRAE significa lo siguiente: “Realizado u obtenido sin emplear compuestos químicos que dañen el medio ambiente”. Ejemplos del diccionario académico: Agricultura ecológica; Tomates ecológicos. Obviamente, no toda la agricultura es ecológica, pero sí todos los tomates son “orgánicos” y “biológicos”, a menos, por supuesto, que sean de piedra o de vidrio, y ya no pertenecerían a la agricultura, sino al arte o a la artesanía. De cualquier forma, al menos el adjetivo “biológico” posee una acepción específica que se aplica a lo “natural”, a lo que “evita el uso de productos químicos”. Pero el adjetivo “orgánico”, calco del inglés organic para referirse al alimento “ecológico” o “biológico”, es una absoluta tontería. Difícilmente saldrá ya de nuestro idioma, por su carácter político y económico (es un negocio multimillonario dirigido a un sector privilegiado económicamente: ¡los pobres no tienen poder adquisitivo para estos alimentos!), pero si queremos reivindicar la lógica y dignificar la lengua digamos y escribamos “alimento ecológico”, y hasta “alimento biológico” en última instancia, pero no la absurda redundancia “alimento orgánico”, pues no hay alimento que no sea orgánico.

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