El arte es la expresión más bella de alma capaz de recrear las cosas más grandes y hermosas de este mundo definiéndolas por sus detalles. Hasta donde llega la memoria humana, el arte de liderar ha sido uno de los imperativos esenciales del hombre.
El liderazgo en la vida de los pueblos es también una expresión natural en el origen y desarrollo del ser humano. La supremacía personal, la influencia individual, se dio ya en sociedades sin estado desde la época primitiva cuando el hombre aún era cazador, pescador y recolector. El líder era el hombre más hábil y más fuerte. Con el transcurso de los siglos, en la época de la Grecia clásica, el liderazgo comenzó a pasar de la fuerza a la inteligencia. Allí empieza la incesante búsqueda de un liderazgo a favor del bienestar colectivo, lo que hoy se conoce como «bien social».
Sócrates, 335 años a. C. hablaba del liderazgo como un arte, la más noble y grande de las artes, donde el artista no impone el interés del más fuerte sino que defiende el interés del más débil sobre el que tiene autoridad.
Sin embargo, el liderazgo como disciplina sistemática es muy joven y reciente.
Desde el origen de la Humanidad, pasando por todas las cunas de las distintas civilizaciones hasta nuestra época, el liderazgo fluctuó entre el bien y el mal, pudiendo ser eficaz y ejemplar para las sociedades, pero también su azote y reprensión, solo que en este caso no deberíamos llamarlo liderazgo sino tiranía, dictadura o terrorismo; las palabras son importantes, tienen connotaciones concretas. Tampoco es conveniente adjetivarlo para crear matices que lo alejan de su auténtica esencia o desvían de su verdadero significado.
Antes de la Primera Guerra Mundial en 1914, la mayor parte de los integrantes de la fuerza laboral de todos los países desarrollados eran empleados, aunque no trabajaban para una organización: prestaban servicios a un amo, textualmente a un amo, como mano de obra contratada o como aparceros, empleados domésticos, o aprendices u oficiales en tiendas de artesanos. Solo los obreros de las fábricas trabajaban para una organización y, de todas formas, solo representaban una pequeña minoría: no superaban 10% de la fuerza laboral. Sí, las cosas han cambiado.
El hecho de que en la actualidad se hable de liderazgo no significa que los líderes se hayan «inventado» hace poco, sino que su importancia en una sociedad globalizada, y más aún, en las empresas como organizaciones básicamente humanas, ha hecho recaer la atención sobre ellos. En una comunidad moderna, el líder no es necesariamente el jefe, aunque esto sea lo más deseable. Observando empresas caemos rápidamente en la cuenta de que no es lo mismo ser jefe que ser líder.
Las cualidades que identifican al jefe son:
El poder: como dominio, imperio, facultad y jurisdicción que se supone para mandar o ejecutar una cosa
La costumbre: como hábito, modo habitual de obrar o proceder establecido por tradición o por la repetición de los mismos actos y que puede llegar a adquirir fuerza de precepto
La investidura: como carácter que se adquiere con la toma de posesión de ciertos cargos o dignidades
Y las cualidades que podemos resaltar como identificativas del líder son otras bien diferenciadas:
La autoridad moral
El poder de convencer
El conocimiento y la habilidad para lograr los objetivos
La autoridad moral
«Nada tiene tanto éxito como una buena reputación».
John Huston
La autoridad moral del líder es el poder que tiene una persona sobre otra que le está subordinada en función del crédito y la confianza que por su mérito y fama se le da en determinada materia. La autoridad moral se conquista con la coherencia entre el hacer y el ser; es el resultado de una práctica efectiva de los valores, las decisiones libres y la racionalidad del pensamiento.
También se establece en función de la edad, la dignidad o la dependencia filial, todas ellas cualidades muy desnaturalizadas en nuestra actual «yuppi-progresista» sociedad light. A la gente no le gusta aquello que no puede entender; le molestan los sentimientos que no comparte y acaba por odiar todo aquello que envidia.
La forma de ejercer la autoridad siempre ha de ser acorde con la salvaguarda de la dignidad del hombre.
Es la autoridad moral que poseen aquellas personas en las que se confía y a las que se respeta porque se cree en ellas y en la tarea que están llevando a cabo. No es fe ni servidumbre a ciegas, ni consecuencia del arrastre de un deteriorado carisma personal, sino una reacción consciente y libre que esas personas producen gracias a su honestidad, su valía y su actitud hacia los demás.
Peter Drucker señala en su libro Gerencia para el futuro que la esencia del liderazgo radica en el desempeño, y por tanto no se trata de una cuestión de carisma. El carisma es en realidad «la perdición de los líderes», porque «los vuelve inflexibles, convencidos de su infalibilidad, incapaces de cambiar: Dwight Eisenhower, George Marshall y Harry Truman fueron líderes singularmente eficientes y, sin embargo, ninguno de ellos tenía más carisma que un pez muerto».
La autoridad moral, base de la credibilidad, nace del ejemplo, de la coherencia entre las palabras y el comportamiento. El jefe militar que ordena ocupar una trinchera enemiga mientras él huye hacia la retaguardia, el gánster que exige honradez, el corrupto que pide que los demás sean honestos, el político que se llena los bolsillos de dinero público o abusando de su cargo, podrán pronunciar sonoras proclamas, arengas y discursos, pero solo convencerán a los tontos y a los fanáticos.
«Los esclavizadores saben bien que mientras está el esclavo cantando a la libertad se consuela de su esclavitud y no piensa en romper sus cadenas».
Vida de Don Quijote y Sancho, Miguel de Unamuno
El poder de convencer
«Es más fácil hacer leyes que gobernar».
León Tolstoi
El líder debe convencer al resto de la comunidad y a él mismo de la validez e importancia de la causa que abandera. Convencer no es vencer ni imponer. Por desgracia, hay momentos en los que las élites que dirigen las naciones, las organizaciones, las instituciones y las empresas parece que han perdido todo su poder de convicción, pues ni ellos mismos se creen lo que afirman y acaban por obligar a que todos acaten sus decisiones.
Es muchísimo más sencillo ejercer la tiranía diciendo que se actúa en nombre de la ley o del propio bien del pueblo, que dirigir a las personas con justicia y teniendo en cuenta sus criterios y valores. La ley siempre es ley, pero no siempre es justa. Se puede vencer porque nos sobra la fuerza para imponernos, pero no necesariamente convenceremos si nos falta la razón.
Convencer es vencer junto con el otro. Cuando buscamos con-vencer, tratamos de persuadir, sin imponer, a nuestro oponente de que nuestras ideas –ni mejores, ni peores, sino distintas– son las más adecuadas, a través de un discurso atractivo, lógico y argumentado; en definitiva, ponerse de acuerdo mediante el diálogo y el debate de ideas contrastadas.
El conocimiento y la habilidad para lograr los objetivos
El líder necesita el conocimiento y la habilidad para lograr objetivos encaminados a alcanzar una meta final, concreta y definida perfectamente. El liderazgo del mercado estará en manos de quienes desarrollen mejores métodos y sistemas de trabajo, utilizando la creatividad de su personal como la principal fuente de desarrollo interno para alcanzar mejoras espectaculares bajo premisas de servicio y calidad, ambas ya cuestiones inexcusables ante los nuevos retos y oportunidades que brinda el presente, teniendo en cuenta lo efímero y cambiante que este resulta.
El conocimiento es mucho más que un conjunto de información; es un conjunto de hechos acaecidos, verdades constatadas y demostrables, así como de todo aquello que almacenamos por medio de la experiencia, que obtenemos con el aprendizaje (a posteriori), o a través de introspección (a priori). Es la apreciación de que poseemos numerosos datos que se interrelacionan, de modo que por sí solos poseen menor valor cualitativo. Mediante el conocimiento nos forjamos un modelo de la realidad en la mente.
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