Andrés Estefane - Cuando íbamos a ser libres

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En Chile «no hay liberalismo, todos son conservadores», afirmaban los editores de un periódico obrero de Iquique a inicios del siglo XX. «No habiendo elecciones, no hay para qué buscar ideas liberales» había dicho otro publicista, en Copiapó, cinco décadas antes.
Aunque la trayectoria de los liberales chilenos resulte opaca y en algunos pasajes hasta superflua, no sucede lo mismo con la historia del problema de las libertades y las reflexiones sobre el liberalismo como promesa de emancipación. Esa historia y dichas reflexiones han sido parte de discusiones sustantivas que desbordan los límites con que usualmente se dibuja el campo liberal. Cuando íbamos a ser libres reúne y contextualiza una serie de documentos escritos en Chile entre 1811 y 1933 que da cuenta de los proteicos usos de la libertad como concepto político-filosófico y del liberalismo como corriente político-ideológica. Se trata de una compilación que visibiliza autorías y asuntos generalmente desestimados en las reconstrucciones canónicas, y ese criterio permite demostrar que la defensa de las libertades no ha sido patrimonio exclusivo del liberalismo y que esta corriente tiene una historia más disputada de lo que se sostiene.
Mirando de reojo el presente, Cuando íbamos a ser libres reinstala preguntas ineludibles para sociedades que vuelven a pensar sus libertades mientras la intervención gubernamental se expande al amparo de las crisis en curso.

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Aurora de Chile, Santiago, 13 de agosto de 1812, Núm. 27

Cuando después de tantos años de dependencia colonial y nulidad política se deja ver la libertad sobre el horizonte americano, ¡qué diferentes sensaciones, qué diversos pensamientos se excitan en los hombres! Las almas abyectas condenadas a la servidumbre o por el vil interés, principio de todos los vicios degradantes, o por la ignorancia y la pusilanimidad, llaman pretendida libertad aquella a que aspiramos. ¡Qué! ¿no puede existir la verdadera libertad en este mundo? ¿No ha existido y aun existe en nuestro mismo continente? En el momento en que los pueblos declaran y sostienen su independencia, gozan de la libertad nacional, su libertad civil y política son obra de su constitución y de sus leyes. ¿Y quién puede negarnos la posibilidad de establecer nuestra libertad interior, o lo que es lo mismo, el buen orden y la justicia? Aun nos resentimos de los defectos del antiguo sistema; la ignorancia de tres siglos de barbarie está sobre nosotros; nos ha detenido la irresolución natural a un pueblo esclavo por tantos años, y que jamás tuvo la menor influencia en la legislación ni en los negocios públicos; han habido oscilaciones momentáneas, propias de la infancia de las naciones, pero en medio de estos instantes de crisis, en medio de nuestra inexperiencia, y oprimidos bajo el peso de nuestros heredados defectos, hemos respetado, y ha sido inviolable para nosotros la equidad y la humanidad.

Nuestros mismos enemigos deben haber admirado en medio de su ingratitud y obstinación la lenidad y la mansedumbre propias de los pechos americanos. Esta misericordia ha sido en verdad excesiva: ha entorpecido la marcha de nuestra revolución; pero a lo menos la sangre humana no ha deslustrado nuestra gloria, ni hemos dado al mundo el espectáculo escandaloso de un pueblo en anarquía. Muchas oscilaciones y vaivenes preceden al equilibrio de todos los cuerpos. ¿Qué fuera de las cosas humanas, decía Milton, si de cuando en cuando no se conmoviesen? Todo se encamina en el mundo a la corrupción y aun a la disolución; los cuerpos políticos no están exentos de esta ley de la naturaleza: el movimiento restablece el orden y conserva la vida de los seres. Las revoluciones son en el orden moral lo que son en el orden de la naturaleza los terremotos, las tempestades. Los meteoros son terribles, pero hasta ahora nos han sido saludables. La vida de la patria permanece, su salud es más robusta, y todo promete que saldrá de la infancia con felicidad. Su sistema se consolida, y ella se apresura a aparecer con dignidad y consideración en la jerarquía de las naciones. Entre tanto nuestra marcha vacilante en sus principios, pero ya majestuosa, es aplaudida por los hombres liberales, que nos observan. El nombre de libertad es tan dulce, dice un filósofo, que los que combaten por ella deben estar seguros de que interesan los votos secretos de todos. Su causa es la del género humano. Los pueblos se vengan de sus opresores exhalando su odio contra los opresores extranjeros. Al ruido de las cadenas que se despedazan, se cree que se aligeran las propias. Al saber que el universo cuenta algunos tiranos menos, parece que se respira un aire más puro. Así han pensado en todas las revoluciones de América cuantos hombres de luces, cuantos hombres de bien tuvo la Europa. Ellos admiraron nuestra larga paciencia, y en vista de los desórdenes, debilidad e ignorancia de la nación dominante, y de los progresos de la población y de las luces entre nosotros, predijeron la revolución de nuestros días. El sentimiento de la justicia, que se complace en compensar los infortunios pasados con prosperidades futuras, se prometía que esta parte del mundo subyugada con tantas atrocidades; despoblada, abismada en la ignorancia por una tiranía lenta; pobre y sin industria por la codicia de una corte corrompida, absurda, y que creía que se arruinaba si nosotros prosperábamos; por todo esto se prometía que había de venir tiempo en que esta parte del mundo floreciese. Pero lo que parece que no alcanzaron los sabios, lo que excede toda la fuerza del pensamiento y aun de la imaginación, es que haya en América almas tan serviles que se horrorizan al aspecto de la libertad que les ofrece la fortuna. Tantos pueblos prefirieron la libertad a todas las calamidades; pero estos hombres se exponen a todos los peligros por la infamia de ser esclavos. Las almas varoniles se envuelven en los horrores de la guerra por sacudir el yugo de los tiranos; estos llaman a los tiranos para que destierren de la patria las dulzuras de la paz.

HABRÁ DESDE HOY ENTERA Y ABSOLUTA LIBERTAD DE IMPRENTA

La libertad de imprenta, tal como se enuncia en el preámbulo de este decreto de 1813, figura entre aquellos derechos considerados indispensables para sostener la idea de ciudadano libre. No se trataría de una libertad que se alcanza, sino de una que se devuelve, en un gesto que repara una injusticia histórica y sigue la lectura lockeana de las libertades civiles. En medio del entusiasmo independentista, se afirma que la libertad de imprenta es el sostén de la opinión pública, garantía para la difusión del saber y antídoto contra la tiranía. Pero los artículos del decreto revelan también que esta libertad trae consigo eventuales conflictos, pues no solo se trata de una herramienta de defensa ante el poder, sino también de la definición de expectativas referidas a las relaciones públicas por escrito entre los ciudadanos. En parte desde ahí arrancarán varios debates posteriores donde se revisarán los supuestos de este decreto, cuyos límites quedaron en evidencia con el explosivo crecimiento de la prensa en la década de 1820.

Cuando íbamos a ser libres - изображение 5

Decreto de la Junta de Gobierno, con acuerdo del Senado, sobre la libertad de la prensa, 23 de junio de 1813

Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile (Santiago: Imprenta Cervantes, 1877), tomo i, pp. 282-283

Después que en todas las naciones cultas y en todos los tiempos se ha hablado tanto sobre la utilidad de la libertad de imprenta; cuando todos conocen que esta es la barrera más fuerte contra los ataques de la tiranía, y que jamás ha existido un Estado libre sin que todos sus habitantes tengan un derecho de manifestar públicamente sus opiniones; cuando hemos visto que los déspotas han mirado siempre como el medio más seguro de afianzar la tiranía prohibir a todo ciudadano la libre comunicación de sus ideas, y obligarle a pensar conforme a los caprichos y vicios de su gobierno; y finalmente, cuando todos íntimamente conocen que tan natural como el pensar le es al hombre comunicar sus discursos, sería presunción querer decir algo de nuevo sobre las ventajas de este precioso derecho tan propio de los hombres libres, y que el gobierno quiere devolverles, convencido de que es el único medio de conservar la libertad, formar y dirigir la opinión pública y difundir las luces. En su virtud, decreta:

I

Habrá desde hoy entera y absoluta libertad de imprenta. El hombre tiene derecho de examinar cuantos objetos estén a su alcance; por consiguiente, quedan abolidas las revisiones, aprobaciones y cuantos requisitos se opongan a la libre publicación de los escritos.

II

Siendo la facultad que los hombres tienen de escribir con la limitación de que se guarde decoro y honestidad, faltar a esta condición es un delito. Si el que falta agravia a un tercero, a este corresponde la acusación ante la junta protectora, de que después se hablará. Si el escrito publicado expone la seguridad y tranquilidad públicas, la religión del Estado o el sistema de gobierno, a todos los ciudadanos y en especial al ministerio fiscal corresponde su acusación. Tan sagrada e inviolable es a los ojos de la ley la reputación de los gobernantes o supremos magistrados como la de los ciudadanos particulares, y en esta materia todos tienen el mismo derecho a quejarse.

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