Claudio Naranjo Vila - Todos íbamos a ser rockeros y otros cuentos

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Las calles de Santiago y Valparaíso se entrelazan en estas historias de amor y traiciones, situadas en los años posteriores a la dictadura. Años en que los chilenos se acostumbraron a vivir en una falsa democracia, nacieron monstruos y emergieron fantasmas que los acompañan hasta hoy, en «… una ciudad hecha para ninguno, de miradas oscuras y sucias, donde a nadie le importa una mierda lo que sea del otro y todo está condenado de antemano». Estos relatos dialogan entre sí para construir las vidas de los personajes, como si se tratara de un diario con páginas arrancadas. Escritos en un lenguaje desenfadado y colmado de intimidades, son un espejo de la memoria que, cual embrujo o mal sueño, insiste en volver hasta que se encuentre un antídoto. A su vez, esconden esperanza y un sol que brilla en un nuevo día, borrando la mala memoria.

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TODOS ÍBAMOS A SER ROCKEROS

Y OTROS CUENTOS

Claudio Naranjo Vila

A mis padres ÍNDICE I Todos íbamos a ser r - фото 1
A mis padres ÍNDICE I Todos íbamos a ser rockeros Todos íbamos a ser - фото 2

A mis padres

ÍNDICE

I

Todos íbamos a ser rockeros Todos íbamos a ser rockeros Al llegar para instalar los instrumentos, no sabíamos que esa noche, a raíz de un acuerdo del cual no fuimos parte, después de nosotros tocaba una banda llamada Los Fiskales. Mientras cargaba algunas cajas de cerveza, uno de los empleados nos advirtió de su música punk-rock algo violenta y, al percatarse de que seríamos sus teloneros, dijo que de seguro habría problemas. —Yo que ustedes voy a hablar con el administrador para tocar otro día. Pero aún era temprano y no se divisaba a nadie con el pelo pintado ni envuelto en cadenas; además, nuestro nombre —Los Enemigos del Silencio— bien podía pasar por punk, aunque sonara algo pomposo. —A los pendejos les puede caer bien que seamos medio viejos y no estemos ni ahí con mantener la imagen de serios y adaptados —dije, haciendo un esfuerzo para pensar como un outsider. Estábamos algo canosos y con nuestras tenidas de Los Beatles en The Cavern, antes de sus trajes de sastre y de que les llegara el éxito que los arruinó para siempre, creíamos irradiar un espíritu rebelde. Claro que había otras referencias, como Los Rolling Stones, que con sus setenta y tantos encima seguían tocando. Pero ellos no estaban y nosotros sí. Cada uno tomó su arma de combate: Guillermo, la batería; Cristián y Mauricio, sus guitarras; y yo, el bajo. No estábamos todos para entrar los equipos —faltaba el Guatón Vargas—, así que el teclado quedó en el Kleinbus. Nadie sabía cómo ubicarlo ni nada sobre él, aparte de lo que había querido contarnos. Cristián preguntó si el Guatón sabía que íbamos a tocar de teloneros, más encima de una banda punk. —Este huevón nos metió en el medio tete. Puede que también te haya cagado con algo de plata cuando fue a hablar con el administrador.

Fuegos artificiales

Una tarde de nunca más

II

Espejo de sirenas

Relato de una fotografía

Detrás de la máscara

III

El orden de las vidas

Ausencias de noche

Tiro al aire

El enemigo interno

IV

El espíritu de los lugares

Cuento de hada

Viaje de regreso

El mundo que no gira

Fragmentos de una novela inconclusa

La música empieza

donde se acaban las palabras.

E. T. A. Hoffmann

La escritura es originalmente

el lenguaje del ausente.

Sigmund Freud

I
El mundo más bello es, por decir así, un montón de inmundicias esparcidas al azar.

Todos íbamos a ser rockeros

Al llegar para instalar los instrumentos, no sabíamos que esa noche, a raíz de un acuerdo del cual no fuimos parte, después de nosotros tocaba una banda llamada Los Fiskales. Mientras cargaba algunas cajas de cerveza, uno de los empleados nos advirtió de su música punk-rock algo violenta y, al percatarse de que seríamos sus teloneros, dijo que de seguro habría problemas.

—Yo que ustedes voy a hablar con el administrador para tocar otro día.

Pero aún era temprano y no se divisaba a nadie con el pelo pintado ni envuelto en cadenas; además, nuestro nombre —Los Enemigos del Silencio— bien podía pasar por punk, aunque sonara algo pomposo.

—A los pendejos les puede caer bien que seamos medio viejos y no estemos ni ahí con mantener la imagen de serios y adaptados —dije, haciendo un esfuerzo para pensar como un outsider.

Estábamos algo canosos y con nuestras tenidas de Los Beatles en The Cavern, antes de sus trajes de sastre y de que les llegara el éxito que los arruinó para siempre, creíamos irradiar un espíritu rebelde. Claro que había otras referencias, como Los Rolling Stones, que con sus setenta y tantos encima seguían tocando. Pero ellos no estaban y nosotros sí.

Cada uno tomó su arma de combate: Guillermo, la batería; Cristián y Mauricio, sus guitarras; y yo, el bajo. No estábamos todos para entrar los equipos —faltaba el Guatón Vargas—, así que el teclado quedó en el Kleinbus. Nadie sabía cómo ubicarlo ni nada sobre él, aparte de lo que había querido contarnos. Cristián preguntó si el Guatón sabía que íbamos a tocar de teloneros, más encima de una banda punk.

—Este huevón nos metió en el medio tete. Puede que también te haya cagado con algo de plata cuando fue a hablar con el administrador.

Si hablamos de la noche memorable de nuestra presentación en el ambiente musical, no es posible hacerlo sin mencionar al Guatón Vargas. Cristián no lo tragaba, pero no todos pensábamos lo mismo. Con el Guatón no había punto medio: o era considerado un visionario o un completo charlatán. Recuerdo la noche sentados en Las Lanzas, un bar de la plaza Ñuñoa que vivía del esplendor de tiempos pasados, cuando dijo que se le había ocurrido primero la idea de anteponer canciones de otros grupos como citas musicales a los temas propios. Se lo comentó a los Mal Corazón, a quienes les echaba una mano con los arreglos de su primer disco, y entonces apareció Fue de los Soda como introducción a uno de sus temas. La idea no tenía nada de novedosa, sabíamos que Oasis empezaba sus conciertos con I am the walrus, y que Jim Morrison recitaba sus poemas antes de cantar. Nos reímos un poco, pero a Cristián no le causó gracia y se levantó de su asiento.

—¡Hasta cuándo te venís a reír de nosotros, guatón culiao! —Lo tomó de la camisa y dio vuelta su vaso al estirarse sobre la mesa.

El Guatón se paró, yo estaba sentado a su lado y también me puse de pie, tomándolo de los brazos para contenerlo, mientras Guillermo se llevaba a Cristián para afuera. Se alejó diciendo que le iba a sacar la chucha por mentiroso y embaucador. Pensé que en el fondo Cristián seguía resentido porque de nuevo lo pusimos de segunda guitarra, alegando que le bajábamos el volumen para que no se escuchara, todo porque le gustaba tocar entrecortado, fuerte y algo country como a Lou Reed.

Por un momento se hizo el silencio en las otras mesas, seguro esperando a que alguien se fuera a las manos. El Guatón no dejó pasar la ocasión y, algo más calmado, me pidió que lo soltara y luego giró su enorme cuerpo hacia quienes nos miraban.

—Gracias, gracias. —Sonrió y levantó los brazos como frente a una ovación—. Ojalá les haya gustado nuestra performance, a veces hay que hacer cosas así para captar la atención de la gente. Voy a presentarles a la banda… Los Enemigos del Silencio… que pronto estará tocando en… ¿cómo se llama la disco esa que está cruzando la calle?

—La Batuta —dijo alguien en una de las mesas que, de un momento a otro, se habían convertido en nuestro público.

—Eso, en La Batuta. Así que estén atentos a los afiches y no se lo pierdan. Los chicos tocan de miedo.

Apuntó hacia donde estábamos Mauricio y yo, no nos quedó otra que saludar con una sonrisa.

Algunos aplaudieron, luego volvió la conversación a las mesas y se olvidaron de nosotros.

—¿Qué es eso de Los Enemigos del Silencio? —pregunté.

—Un nombre, nada más. —El Guatón Vargas se encogió de hombros—. Era una sugerencia, si quieren lo cambian, nadie se va a acordar.

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