1 ...7 8 9 11 12 13 ...33 III
La libertad de la prensa se pone bajo la suprema tuición y cuidados del Senado, quien en todos tiempos debe responder al gobierno y a los chilenos del encargo más sagrado que le ha confiado la patria. Un senador, nombrado por su cuerpo, es especialmente comisionado para velar sobre esta libertad, y sin su audiencia no podrá condenarse alguno por haber abusado.
IV
Una junta compuesta de siete individuos de ilustración, patriotismo e ideas liberales, protege también la libertad de la prensa; y en todo caso de reclamación contra un escrito, declara si hay o no abuso de esta libertad. Si lo hay, las justicias ordinarias conocen del delito y aplican las penas que corresponden. Ningún tribunal, ningún juez puede proceder a conocer y castigar crimen de esta clase sin la previa declaración del hecho, que debe dar la junta protectora, de que hay abuso.
V
Los individuos de esta junta pueden ser eclesiásticos o seculares, y solo duran un año en el ejercicio de sus funciones. Su elección es en la forma siguiente. El Senado, el cabildo y la misma junta que acaba forman, cada uno por votación secreta, una lista de quince individuos que tengan los requisitos necesarios para entrar en la junta protectora (en esta primera elección se omite la lista que debía formar dicha junta). Estas listas se pasan al gobierno, quien, a presencia de los tres cuerpos proponentes, hará poner en un cántaro tantas cédulas cuantos individuos contienen las tres, y se sacarán a la suerte veintiuna cédulas. Los individuos de las siete primeras son los vocales de la junta, y los restantes serán suplentes para los casos de recusación, enfermedad o implicancia de los propietarios. No hay embarazo para que las personas propuestas por un cuerpo lo sean también por otro, con tal que entre todos alcance al número de veinticuatro, que se reputa suficiente para determinar en primera y segunda vista.
VI
Estos vocales, al recibirse, harán juramento de sostener en cuanto sea justo el derecho que tienen los ciudadanos a publicar sus escritos. El acusado puede recusar hasta diez vocales, sin que se le obligue a expresar causa.
VII
De las resoluciones de esta junta puede apelarse a la misma junta compuesta de siete individuos de los que proveyeron el auto reclamado, quienes revisarán el asunto en la misma forma que se dispone para primera vista.
VIII
Convencido el gobierno de que es un delirio que los hombres particulares disputen sobre materias y objetos sobrenaturales, y no pudiendo ser controvertida la moral que aprueba toda la iglesia romana, por una excepción de lo determinado en el artículo 1°, declara: que los escritos religiosos no pueden publicarse sin previa censura del ordinario eclesiástico y de un vocal de la junta protectora. Siempre que se reclamare sobre un escrito que trate de materias religiosas, seis individuos sorteados de entre el total que compone las últimas listas presentadas para la elección de vocales, unidos al diocesano, declaran ante todas cosas, a pluralidad, si la materia que se reclama es o no religiosa; y resolviendo que lo es, se sortean entonces cuatro vocales eclesiásticos del mismo total de las listas, y no habiéndolos, se completa su número con los examinadores sinodales más antiguos residentes en la capital, y estos, unidos al diocesano, examinan en la forma ordinaria si hay o no abuso.
IX
De todo escrito es responsable su autor, y, si es anónimo, el impresor, quien también debe responder de la publicación de un escrito religioso sin la censura dispuesta en el artículo 8°.
X
Todo ciudadano que directamente, por amenazas o de otro cualquier modo indirecto, atentase contra la libertad de la imprenta, se entiende que ha atacado la libertad nacional. Deben imponérsele las penas correspondientes a este delito y principalmente la de privársele en adelante de los derechos de ciudadanía.
Dado en el palacio de gobierno.— Santiago, 23 de junio de 1813.—Francisco Antonio Pérez.— José Miguel Infante.— Agustín Eyzaguirre.—Egaña, secretario.
NINGUNO PUEDE APETECER LO QUE NO CONOCE
La paradoja que explora este escrito de 1817 es sintomática de la inestabilidad del proceso independentista, y da cuenta de la forma en que los más convencidos entendían los obstáculos del período. El tibio entusiasmo de las mayorías por abrazar la libertad solo podía explicarse desde una carencia, y esa carencia daba sentido a la promesa emancipadora del proyecto ilustrado. Si la ignorancia y la censura eran las razones últimas de la postración, con solo pronunciar esos nombres ya era posible imaginar por dónde iba la salida: la educación en los nuevos principios haría evidente la superioridad de la vida libre. Era un argumento muy de época, y no necesariamente útil al propósito de sus adherentes. Pocos años después, una versión menos sofisticada de esta misma idea terminará justificando la adopción de formas autoritarias en espera de mejores condiciones para el despliegue de la libertad.
Sin título
El Amigo de la Ilustración, Santiago, Núm. 1, 1817, en Colección de antiguos periódicos chilenos, 1817, Guillermo Feliú Cruz, ed. (Santiago: Imprenta Universitaria, 1951), pp. 347-349
Solo el pueblo culto e ilustrado conoce los bienes de la libertad, y es el único que puede tributar a este ídolo sagrado los sacrificios y adoraciones debidas. Por el contrario, un pueblo ignorante jamás aspirará a ser libre; porque ocultándole su misma ceguedad, cuanto le importa serlo; lejos de estimularle a una empresa tan útil y gloriosa, le hace dócil a las cadenas e insensible a los males de una miserable esclavitud. ¿Mas en dónde hallaremos el comprobante de estas verdades? ¿Será acaso difícil su demostración? No: no lo es; pues en nosotros mismos tenemos el ejemplar a la vista, si reflexionamos un poco.
Vio Chile la aurora de una tan bella revolución: rompiéronse a su luz las cadenas y los grillos; y púsose en nuestras manos el inestimable tesoro de la libertad. Unas medidas sabias y enérgicas, una actividad infatigable, un valor intrépido y osado, una constancia heroica y un ardiente y puro patriotismo parece deberían desplegarse en esta crisis, tanto para perfeccionar la obra comenzada, cuanto para defendernos de la usurpación y tiranía. ¿Pero qué sucedió? Una indecisión culpable, una poltronería perjudicial, un miedo con honores de valor, una inconstancia vil, unas personalidades ridículas y un egoísmo desmascarado, fue el conjunto brillante de nuestras virtudes políticas. ¡Qué rasgos y esfuerzos tan propios de unos hombres educados en la bárbara escuela de la ignorancia! ¡Qué fruto tan bello de la incivilización en que hemos vegetado! ¡Cuánta complacencia debió producir en los tiranos una conducta semejante! ¡Y qué motivos tan poderosos para excitar la compasión de los sabios! Aquellos chilenos poco ha juguete de la ambición y del orgullo; miserables tributarios de una insaciable codicia; esclavos viles del despotismo y la tiranía; y hombres que sepultados en el abatimiento, eran desconocidos del rango de las demás naciones; verse por una combinación feliz de circunstancias, elevados a la clase de hombres libres: árbitros de su propia felicidad, dueños absolutos de sus haberes; y representando en el gran teatro del universo, no ya como humildes siervos de un déspota extranjero, sino como seres más nobles, y como miembros de una sociedad independiente y nueva; estos mismos chilenos, vuelvo a repetir, lejos de inflamarse con la perspectiva brillante de una mudanza tan gloriosa y de ser incansables hasta consolidar el edificio grande de su libertad, ¿por qué se muestran tan tibios, tan flojos, tan pusilánimes y tan indolentes? ¿Por qué no les mueve ni la esperanza de una suerte feliz, ni el temor de recaer en el oprobio y la miseria? ¿Qué sueño, qué embriaguez o qué letargo es este tan profundo? ¿Cuál es la causa de una insensibilidad tan funesta? ¿Qué es lo que ofusca con tanta fuerza los espíritus? Qué ha de ser, sino la oscuridad y las tinieblas. Qué ha de ser, sino esa densa nube de necias y groseras preocupaciones, bajo cuya maléfica influencia hemos tenido la desgracia de nacer y educarnos. Y qué ha de ser, sino la copa fatal de la ignorancia con que brinda la tiranía para adormecer a los incautos pueblos, y luego encadenarlos a su arbitrio. Pero aún más claro.
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