Si hablamos de los vicios de que adolece el corazón humano cuando está en posesión de dominar al débil, no debemos ocultar tampoco las de este contra el poderoso. Regularmente la clase media y la más ínfima se identifican en ciertos principios. Los pueblos que tuvieron la desgracia de vivir bajo el régimen de las jerarquías, abrigan una multitud que más bien por ignorancia que por crimen, entienden que la igualdad consiste en imitar y alternar con los que son poderosos: los de la clase media piensan que pueden darse el tono y boato de un duque, y los de la clase ínfima creen que pueden vivir y gozar todas las comodidades de la clase media; a querer llevar a efecto de un modo forzado esta igualdad, se encuentran tropiezos a cada instante, e inconvenientes invencibles que están en la esencia misma de las cosas. De ahí proviene el que estos mismos hombres, que de buena fe son liberales y patriotas, pero viciados como, poco más o menos debe estarlo todo hombre que desde que nació no ha gozado de las instituciones republicanas; de ahí proviene, pues, el que no hallen efectiva la igualdad según ellos la comprenden, aunque en efecto ella existe legalmente. El modo de enmendar estos errores es por ahora el buscar un término medio entre los dos extremos, y que la clase media no afrente la humildad de la ínfima, ni se ridiculice queriendo competir con los más poderosos.
Si nos atenemos a lo que muchas veces miramos y a lo que todos observan en el mundo, es preciso convenir en que todo es miseria en la especie humana. Mas esta miseria puede y debe corregirse por medio de la educación. Ningún sistema es más a propósito para ello que el republicano. Sea el objeto de nuestros sabios el enmendar los efectos de la mala educación que se nos daba, gravando profundamente en el corazón de los jóvenes los verdaderos principios de fraternidad, adóptense leyes que establezcan un justo equilibrio en las fortunas, para que estas se multipliquen, nadie sea superior a la ley, no se permita a nadie usurpar la reputación de otro, tenga cada cual lo que merezca por sus virtudes y servicios compadézcase al desgraciado y mírese con horror al calumniado y al que insulte la miseria; y hágase en fin que no se reduzca a palabras el principio de: “no desees a otro lo que no quieres para ti”. Entonces llegará un día que educados los hombres bajo esta moral sublime (siempre repetida y observada por pocos) serán felices conociendo lo que se deben a sí, y lo que deben a la sociedad.
EL PODER CONTRA LA LIBERTAD
Nicolás Pradel fue un actor de peso en el campo de los periódicos y las imprentas durante las primeras décadas de vida republicana. Hizo fama en el Congreso como encendido portavoz de las tendencias radicales del liberalismo, defendiendo con énfasis la causa federal. Cuando esta tesis perdió empuje, se alineó entre los opositores al liberalismo triunfante, extremando sus posturas. El Espectador Chileno fue uno de los espacios desde los cuales Pradel y los suyos avanzaron la tesis de que ese liberalismo había degenerado hacia formas despóticas y ponía en riesgo todo el proceso emancipatorio. En ese encuadre, la Guerra Civil de 1829-1830 no solo aparece como escena de polarización entre liberales y conservadores, sino también como un momento de feroz crítica entre las tendencias liberales tras su turbulenta experiencia en el poder.
Prospecto
El Espectador Chileno, Santiago, 21 de agosto de 1829, Núm. 1
¡Qué influencia tan poderosa tiene la libertad sobre el hombre civil! ¡A cuántos sacrificios no se expone por adquirirla, y con cuánta facilidad suele perderla tal vez cuando cree más inalterable su seguridad! Esto mismo sucede a veces, por desgracia, en los pueblos; y las más ocasiones se les ve reposar tranquilos sobre el volcán que se apronta para hacer su explosión y desolarlos. Nada de esto puede ser asombroso ni extraño si se advierte que la libertad solo tiene por sostén la virtud, mientras que su inmediato contrario, el poder, tiene bajo su influencia todos los alicientes que son menester para sojuzgar al hombre de bien hasta avasallar su razón: empleos, honores, rentas, y por otra parte amenazas, destierros, proscripciones, he aquí los móviles de que siempre se sirve el poder contra la libertad. A vista de estos inconvenientes, es un milagro que ella exista y se propague en algunas repúblicas de América, cuando sus envejecidas preocupaciones y hábitos coloniales las determinan a una marcha lenta y peligrosa en la consecución de sus miras. Hay momentos preciosos que no deben dejar de aprovecharse, y estos son quizá de los que no ha querido hacerse caso, puesto que nuestra patria, como las demás del mundo nuevo, aún sufren las tentativas y asechanzas de una dinastía, que por instantes escorza el proyecto de esclavizarlas.
En distintos momentos y con datos calificativos que avivan este triste recelo, el espectador en concurrencia de patriotas respetables, se ha puesto a imaginar: ¡qué sería de nuestra amada patria, si por desgracia llegase a sufrir una invasión en época de tanta discordancia y choque de partidos! ¿Y es esto no más lo que amarga suceso tan posible? No: tal contrariedad pudiera conciliarla, cuando no el amor a la independencia por los sacrificios que nos ha costado, al menos el temor de no volver a sufrir las antiguas cadenas; pero ¿cómo remediarlo, cómo suplir las grandes faltas que para la común defensa notamos? La desmoralización de nuestro ejército; la escasez absoluta de buques, para resguardo de las costas que están en descubierto; la invalidación de la maestranza, único taller que servía para aprestos de guerra; la multitud de prisioneros enemigos diseminados por todo el Estado, la confianza que entre los campesinos se ha logrado, su posición ventajosa por el rango que obtienen varios de ellos en destinos de importancia y de lucro; la porción de emisarios que la España debe tener entre nosotros, la facilidad con que pueden estos estimular y disponer a aquellos; el número de patriotas fastidiados de lidiar sin premio o con él sin seguridad; todo, todo pareciera menos que las promesas de un monarca empeñado en llevar adelante su brutal capricho. Pero lo cierto es que esta multitud de resortes están en acción largo tiempo, y la libertad, la libertad con una amenaza, sobre sí, de muerte.
Se ha dicho que la virtud es el sostén invencible de la libertad; mas las instituciones emanadas de la franca expresión de los pueblos son los agentes de su formación; así sin leyes justas y benéficas, proporcionadas a la naturaleza del hombre, la libertad es solo una expresión que se ama por instinto, pero que no determina ni marca su importancia. De este modo los pueblos son con ella, lo que han sido sin su consecución; de nada servirá que se hayan redoblado los esfuerzos para conseguirla, de nada el más solemne jurado para sostenerla. Es preciso hacerles entender de un modo palpable, que no es una expresión vaga e insignificante la que han protestado hacer triunfar a costa de su sangre, sino el respeto y la gloria del hombre; compruébeseles, que sin goces, sin garantías no se da libertad; y que la vez que un tirano juguetea a su arbitrio con la suerte de un solo ciudadano, el pueblo a quien este infeliz pertenezca, es más bien una turba de esclavos que una sociedad de hombres libres.
Los chilenos imbuidos de esta idea sabrán que la verdadera libertad jamás se somete a las arbitrariedades de un déspota, y que solo la falsa es la que proyecta y emprende, para luego cargar con la afrenta de su vencimiento.
Compatriotas: he aquí los motivos que nos obligan a emprender una carrera ardua y difícil. Quizá en tiempos tan críticos es más digna la expresión pura y desinteresada del que desconoce las reglas del arte, que aquellos rasgos sublimes que a veces no sirven más que para emponzoñar y corromper el corazón. Nuestro empeño no es otro que indicaros con energía cuanto esté disconforme con las protestas sagradas que hicisteis a la libertad al tiempo de destrozar los hierros de la antigua opresión; y cuando tienda a embarazar los progresos a que con ella os dispusisteis; estamos seguros que a nadie debe inquietar compromiso tan santo, a menos que su alma no aparezca cómplice en tan atroz delito, y en tal caso a vosotros corresponde decidir.
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