ENCADENAR LA LIBERTAD DE QUE ABUSARON
En diciembre de 1828 se promulgó una nueva ley de imprenta, buscando ordenar la incontenible proliferación de periódicos y morigerar la virulencia de las discusiones públicas. La intensidad del conflicto político desbordó la norma en forma inmediata. Los niveles de radicalización hicieron evidente el agotamiento y acaso también la inutilidad del debate impreso, boicoteando así las fantasías ilustradas asociadas a la prensa. No hubo jornada sin el registro de reclamos por eventuales censuras o de atentados —reales o ficticios— a la propia reputación. El componente punitivo de la legislación fue cobrando un protagonismo creciente, se multiplicaron los periódicos de un solo número y se asumió con realismo que la sombra de la ley eclipsaba según uno fuera gobierno u oposición. Así lo entendió el liberal Francisco Ramón Vicuña cuando debió suspender la vigencia de la ley de imprenta en noviembre de 1829; y así lo entendió también el estanquero Diego Portales cuando, estando ya en el gobierno, usó esta norma “liberal” para arrinconar a la prensa de oposición. Esa es la dinámica que expresa este artículo, publicado en un periódico próximo a Portales, a semanas de que el proyecto liberal conociera su abismo. El escritor citado al cierre es Voltaire.
Intolerancia
El Crisol, Valparaíso, 14 de octubre de 1829, Núm. 6, pp. 21-22
Ella es muy propia y por lo regular se advierte en los que se empeñan en ocultar la verdad, y en aquellos que en las controversias abrazan los extremos injustos. Con mengua de la cultura, del espíritu de siglo y de las instituciones que favorecen en Chile la libertad de imprenta, hemos oído pronunciarse contra este inestimable goce a algunos funcionarios, cuya conducta ilegal ha sido descubierta y publicada en uno de los periódicos de Santiago. Se hablaba por los individuos de una facción contra que ya está pronunciado el odio general, sobre la necesidad de coartar la libertad de imprenta, convencidos sin duda de que mientras ella exista, no pueden encubrirse la intriga, el engaño y la violencia con que lograron sobreponerse a los hombres honrados, y sofocar el voto de la nación. Esos mismos individuos que empiezan a quejarse y declaman contra el único bien que no se han atrevido a arrebatarnos, han sido los que comenzaron a abusar de él, y los que jamás han podido prescindir de ese abuso en todas sus publicaciones; ellos se han servido siempre del vehículo de las luces para ofuscarlas, y han convertido en veneno el remedio más eficaz para contener el vicio. Cuando la omisión, el desprecio o los miramientos de los verdaderos patriotas han dejado el campo a los embusteros, se han aprovechado de su honroso silencio, para tocar a degüello contra toda fama y reputación bien merecida, han insultado el buen sentido y apurado hasta el extremo el sufrimiento de los hombres decentes, y cuando las quejas de estos se han hecho oír, por la imprenta, maldicen la invención más benéfica que encomiaron mientras la verdad y la inocencia no buscaron en ella el amparo y protección que les negaban el magistrado y la insuficiencia de las leyes. Forma por cierto un célebre contraste ver a los que por algunos años han sido injustas víctimas de la calumnia y de los abusos de la imprenta, decididos aún en medio de esa tenaz persecución en favor de la más amplia libertad, y pronunciarse contra toda traba que restrinja las publicaciones de cualquier género; mientras que los perseguidores se resienten y quieren encadenar la libertad de que abusaron, cuando han visto que los ofendidos ponen en ejercicio el derecho de defenderse, y publicar por la imprenta sus asquerosos manejos. La intolerancia y el temor a la imprenta que manifiestan, prueban que son ciertos los hechos de que se les acusa, y que por lo mismo no pueden desmentirlos; o que no quieren corregirse para imponer silencio a los escritores de la oposición y de armarles con la enmienda. Nosotros rogamos a esos intolerantes que se desprendan alguna vez de sus pasiones para reflexionar imparcialmente, y confesar que ellos han hecho servir la imprenta para deprimir con injusticia a los mejores ciudadanos, para aplaudir todo lo que es digno de reprobación y para engañar groseramente a los pueblos, y que los escritores que los combaten usan de la imprenta para echarles en cara sucios manejos, instruir a los chilenos en sus verdaderos derechos, criticar las violaciones que los vulneran, y en fin, para contenerlas y restablecer el pudor y la decencia perdidos desde que la maniobra puso los destinos del país en manos de los que los han prostituido. Por último querríamos que tuviesen muy presente lo que dice un escritor. “Los papeles públicos tan multiplicados en Europa producen un grande bien: espantan el crimen y detienen la mano preparada a cometerlo. Más de un potentado ha temido algunas veces el cometer una mala acción que sería publicada inmediatamente en todos los archivos del espíritu humano. Se cuenta que un emperador chino reprendió un día y amenazó a un historiador del imperio: “que le dijo, ¡vos tenéis el atrevimiento de escribir mis faltas día por día! Tal es mi deber respondió el escritor del tribunal de la historia, y este mismo me obliga a escribir inmediatamente las quejas y amenazas que me hacéis. El emperador se abochornó, se contuvo, y dijo: y bien, id, escribidlo todo y yo trataré de no hacer cosa alguna que pueda reprenderme la posteridad”. Así es como un príncipe que mandaba cien millones de hombres, ha respetado los derechos de la verdad. Nosotros desearíamos ver de emperadores a los caudillos de la facción que domina y aflige al país, siempre que fuesen capaces de tributarle igual respeto.
LA LIBRE CONVENCIÓN DE LOS CONTRAYENTES
La eliminación de las restricciones al interés sobre los préstamos, la “infame y despiadada usura”, según la definiera Claudio Gay, fue uno de los principales objetivos de quienes buscaban reformar las viejas instituciones económicas. Fue un proceso trabado, pues la descripción de las ventajas de tal derogación enfrentó el juicio firme de quienes asociaban préstamo y abuso. En eso Gay no estaba solo, y de ahí arrancaron debates de largo alcance sobre la creación de un banco nacional. Este artículo, publicado en el periódico misceláneo El Correo Mercantil, es una buena muestra de los términos en que los promotores del liberalismo económico entendían su cruzada contra los vestigios del viejo orden. Resultan interesantes las referencias a Aristóteles y la escolástica como postales de una tradición que sería superada por la instalación de una moderna comprensión del dinero y su papel en la economía.
Interés del dinero
Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, Sesión 11, en 25 de junio de 1832 (Santiago: Imprenta Cervantes, 1898), tomo xix, pp. 341-34314
Se entiende por interés del dinero todo lo que exige el prestamista además de la suma prestada, como una indemnización por el tiempo en que ha estado privado de su dinero. Como el dinero es una cosa que por sí misma no puede servir a la satisfacción de las necesidades de la vida, se ha pretendido ser una injusticia pedir interés por un empréstito; pero es preciso observar que, teniendo el dinero un valor de convención, y pudiendo servir para comprar todos los objetos necesarios a la vida, la persona que presta alguna cantidad se priva realmente de todas las cosas que hubiera podido adquirir y de todos los beneficios que hubiera podido sacar con ella. Esto es claro y palpable; pero aquel gran filósofo pagano que por tantos siglos ha ejercido un imperio despótico en el mundo cristiano, a pesar del trabajo que se tomó para aclarar la cuestión de la generación, no pudo nunca llegar a descubrir en ninguna de las muchas piezas de moneda que entraron en su bolsillo algún órgano particular que la hiciese propia para engendrar o producir otra moneda, y se aventuró por fin a sentar como resultado de sus observaciones que el dinero no pare dinero, pecunia non parit pecuniam; sin que se ofreciese a su talento y penetración que, aunque una moneda fuese tan incapaz de engendrar otra moneda como de engendrar un morueco o una oveja, podía un hombre, sin embargo, con una moneda prestada comprar un morueco o dos ovejas que al cabo del año le produjesen naturalmente dos o tres corderos, de manera que vendiendo este hombre al fin de dicho término su morueco y sus dos ovejas para volver la moneda al prestamista, y dándole además uno de los corderos por el uso de la suma, debía encontrarse todavía con dos corderos, o a lo menos con uno o más de riqueza que si no hubiera hecho semejante contrato.
Читать дальше