Mi permanencia en el Cuerpo Legislativo Nacional, supone una conformidad de ideas con vuestros diputados en el deliberativo provincial; pero si no me engaño, nos separa una inmensa distancia y oposición que en representantes de un mismo partido es tan irregular como peregrina.
Yo, por supuesto, he de reglar mi conducta política como hasta aquí, siempre consecuente a los principios que en otra ocasión he manifestado, y aun con las armas en las manos he sostenido contra los enemigos de mi patria. Y en tal caso el más pequeño disentimiento a mi anterior opinión, sería apreciarme muy poco, sería desprenderme de la mejor recomendación, esto es, de la firmeza de mi carácter; lo que no está conforme con mis sentimientos. Por esto y porque no tengo una docilidad de condición, tan fácil de doblegarme a emitir un dictamen contra el deber de mi conciencia, contra lo que mi razón reprueba, contra mi propio convencimiento, y, finalmente, contra la justicia misma de la causa que hemos sostenido con una sangrienta lucha, a vosotros suplico me admitáis la renuncia que interpongo debidamente, asegurándoos que no la he hecho a la representación nacional, tanto porque no me la había de admitir, cuanto porque solo toca quitar al que dar ha podido. Vosotros me confiasteis vuestros destinos para que los representase al tiempo de celebrarse el pacto de nuestra mutua unión; pues, a vosotros os los devuelvo, cuando por corresponder a los impulsos de mi razón voy a contrariarlos.10 Dejaré la silla que a vuestro nombre he ocupado, ya que tan dignamente tenéis derecho en el Capitolio Nacional, y me quedará el satisfactorio placer de haber honrado mi misión (a pesar de mis enemigos) con la intención más recta y pura y con la mejor buena fe, de cuya conducta el público imparcial me hará justicia.— Santiago, 8 de enero de 1828.— Ignacio Molina.
Renuncia del diputado por Rere a sus comitentes. Núm. 33411
Cuando se trata de mejorar la especie humana en Chile, dándole instituciones que correspondan a la expresión de sus necesidades públicas; cuando se redoblan los esfuerzos por arrancar la servidumbre moral de las ideas que, con el transcurso de los años, el hábito de envejecidas preocupaciones, ha subyugado; cuando se principia a acrimentar sobre bases estables, la libertad pública e individual, la igualdad social, la felicidad común y el mutuo compromiso entre las provincias de la unión de cooperar recíprocamente a la común seguridad, y cuando está próximo a considerarse el Código Constitucional que ha de reglar la moral pública, es cuando el infrascrito tiene el sentimiento de hallarse embarazado en el ejercicio administrativo de los poderes que Rere le delegó, y cuyos intereses ve con dolor representados del modo más monstruoso en la directa contradicción de principios que se advierte entre diputados de un mismo partido y electos a un mismo fin. Sobre esto, el que suscribe se excusará de hablar por ahora como sobre la rectitud y tortuosidad de su conducta política, reservándose para el día en que Rere quiera llamarle a juicio sobre ella,12 si se cree traicionado, y solo se contraerá a dar al Cabildo, aunque ligeramente, una que otra idea de las consideraciones que tuvo que respetar, en la declaración de la forma de gobierno que hizo el Congreso, ya que ha tenido la satisfacción de concurrir con su voto. Ellas acaso pueden tenerse presentes en el acto de tomarse en consideración la renuncia que, con fecha 8 del actual, tuvo el honor de dirigir a ese Cuerpo por conducto del gobernante y sobre las cuales puede recaer la expresión de la voluntad de Rere de lo que más convenga a sus intereses en la cuestión que sobre sistema de gobierno se versa.
El 20 de octubre del año próximo pasado, el infrascrito tuvo la honra de significar a esa municipalidad haber emitido su dictamen contra el sistema de gobierno central y sí en favor del federal, justamente convencido que es el único en el cual goza el ciudadano de libertad y en el que menos expuesta está la seguridad pública a los ataques del despotismo. Quien se haga cargo de la infamia con que la humanidad ha sido ultrajada, no le negará el timbre de inmortal memoria a que se hace acreedor un representante que sentó el fallo contra la negra, funesta y deshonrada ambición. El que habla es federalista por convencimiento, de lo que jamás tendrá que arrepentirse. Que el resultado de sus tareas no corresponda al sublime fin que en ellas se propuso, tendrá que lamentarlo a la par que sus conciudadanos con sola la esperanza de que algún día se hará a cada uno la justicia que se merezca por sus pensamientos políticos; que algún día se sabrá lo que la libertad vale, aunque ahora apenas se sepa lo que ha costado, que finalmente, algún día conocerán los pueblos a sus verdaderos amigos, los que han querido establecerles justicia, que será cuando ni esta la haya, ni libertad, ni patria; pero sí gobierno central o monarquía, que es una misma cosa.
Se dice que el federalismo no está conforme con los intereses de la provincia de Concepción; el que suscribe no entiende esto ni bajo qué respecto se habla. Entiende sí que nada hay más conforme con la libertad que los desgraciados pueblos de esa misma provincia, ¿y no es la libertad el interés más caro que tiene el hombre? ¿Hay un malvado que diga lo contrario? ¿O aun se quiere mantener en ese degradante envilecimiento a la honradez penquista? No nos equivoquemos. El triunfo de la justicia es infalible. Tarde o temprano los pueblos harán su deber. Ellos saben muy bien, como todos lo sabemos, que hasta la Legislatura de 826 no han tenido libertad; la capital y uno que otro adulón de los pueblos (que se dice subalterno) son los que han merecido algunas consideraciones. Los hombres que aprecian su dignidad, que aman la libertad de sus conciudadanos, que han pegado y pegan contra los abusos del poder; esos son díscolos, esos anarquistas, esos son ignorantes, esos enemigos del orden. El que suscribe, verdadero araucano por sentimientos liberales más que por su origen, es uno de esos, y acaso más de una vez se le ha querido deshonrar con esos epítetos, que altamente ha despreciado, como a los malvados que lo calumnian. Pongamos de una vez a la vista del mundo los motivos que han dado margen a estas maldades y diremos que la libertad ha sido para unos pocos, mientras los demás chilenos han gemido bajo el más horrendo y criminal despotismo; y diremos que sobre las ruinas de la fortuna pública y común se ha erigido la particular de unos pocos que nada han trabajado y que acaso han sido nuestros enemigos; y diremos que después de una tolerancia indebida a su rapaz conducta, hoy se quieren sobreponer al mérito más esclarecido, a la más leal constancia; y diremos otros mil que diremos.
Pero lo que aun es más escandaloso es que, en esta época de discusiones políticas, hayamos visto a estos mismos declarar una guerra abierta a las instituciones liberales, olvidando que desde los primeros ensayos de nuestra revolución no ha oído resonar otro eco que el de libertad. ¡Libertad! ¿Para quiénes? Para los que han ocupado los primeros destinos políticos, para la turba de pelucones, para los jefes del Ejército, a excepción de los liberales que son bien pocos y felizmente chilenos por nacimiento. He aquí para los que ha sido la libertad en toda su extensión, a que se agrega que, para llevar a su término la desesperación de los mejores patriotas, el gobierno ha observado la conducta más admirable de generosidad con los españoles, con los franceses, etc., dispensándoles altas consideraciones y los mejores destinos. Pero, como todos los chilenos son ricos y no tenían necesidad de empleos para vivir, poco importa que se haya hecho lo que se ha querido y no lo que se debía hacer. ¿Qué importa tener godos ya en… ya en… y ya en…13 ¡Ah! escandalosos ingratos… a estos abusos, señores, es a lo que se ha querido poner término con la declaración hecha. Entonces, para ocupar estos destinos, se dará preferencia al mérito y nada más, puesto que contra la justicia no se puede hacer favor.
Читать дальше