—¿No?
—Hemos roto —repito apretando con fuerza el plástico de la bolsa que aún sostengo en mis manos—. Y aunque la casa esté a nombre de los dos, no voy a regresar allí si tú eres parte del trato. Me golpeaste, Blake, y eso acabó con lo nuestro.
Creo que esas palabras no son precisamente lo que he debido decir ahora, porque Blake se enfada y mucho al escucharme. Lleva sus manos a mi cuello y me obliga a mirarle a los ojos. Somos casi igual de altura, él un poco más alto, así que me hago un poco de daño al forzarme a hacer esa postura sin mi permiso.
—¡Eso fue porque tú te dedicaste los últimos meses de nuestra relación a coquetear con otros hombros como una zorra!
—Yo no hice eso —murmuro sintiendo necesidad inmediata de recibir aire a mis pulmones. Su agarre es demasiado fuerte.
—¡Yo te vi! ¡Con el dependiente de la librería en Illinois, para empezar! ¡Y con el repartidor de correos! Jugaste siempre conmigo.
Dejo caer la bolsa con los vestidos al suelo y trato de hacer que me suelte. Se lo pido por favor. La necesidad de poder respirar bien se está haciendo algo apremiante ahora.
—No puedo respirar.
Creo que el gemido que se escapa de mis labios y el dolor que siento en mi garganta surten efecto, y Blake se aleja de mí como si yo le hubiese quemado. Comienzo a toser en cuanto estoy libre de su agarre y llevo mis manos al cuello. Noto picazón en esa zona.
—Rosy. Lo siento —murmura cogiendo la bolsa del suelo para ponerla en mis manos—. Yo no…
—Hazme un favor y aléjate de mí —le pido entre lágrimas.
Me doy la vuelta y con dedos temblorosos abro mi coche y tras meterme en él cierro con toda la seguridad el vehículo. Ordeno a mi corazón que se calme un poco antes de poner en marcha el coche.
Por el espejo retrovisor puedo ver a Blake haciéndome señales con la mano. Tiene un papel blanco en alto, como una factura. No le doy importancia. Pongo primera y salgo de allí apretando con fuerza el pedal del acelerador.
No me he puesto el cinturón de seguridad pero me da igual, quiero alejarme todo lo posible de la presencia de Blake Cox.
A ser posible, para siempre.
N o me calmo ni cuando aparco en la puerta de la casa de mi madre. He recuperado el aliento en cuanto me he convencido de estar bien lejos de Blake Cox, pero aún así no logro quitarme la sensación de estar siendo observada por él.
Muevo el espejo del retrovisor del interior de mi Mustang y enciendo la luz pulsando el botón que hay en el techo. Suelto un grito de horror al ver una marca roja en mi cuello. Sólo puedo pensar en cómo tratar de ocultarlo para que ni mi madre ni nadie del trabajo puedan ver esa marca.
Es la primera que me hace Blake.
Cojo el manuscrito del asiento trasero del coche, mi bolso y los dos vestidos y decido tratar de actuar con normalidad. Ya ha anochecido y estoy segura que mi madre estará preocupada por mí. No quiero causarle mucho disgusto contándole lo sucedido.
Pero eso sí, en cuanto tenga la menor oportunidad, pienso contarle todo con pelos y señales de esto que me está pasando con Blake a Pam. Ella trabaja como detective privado. Seguro que sabe cómo actuar para que las cosas no vayan a más. A fin de cuentas yo conozco a Blake Cox y él no es tan malo como quiere aparentar.
Hubo un tiempo en que era un hombre maravilloso y dulce.
—¿Roselyn? —oigo a mi madre decir en cuanto abro la casa.
—Soy yo, mamá.
Ella sale de la cocina con expresión preocupada y me abraza con fuerza. Yo me dejo consolar por sus brazos, inundándome por el perfume a rosas que su cuerpo siempre desprende. Eso me calma. A fin de cuentas a mí me puso el nombre de Roselyn por su amor a las rosas.
—¿Estás bien? Pensé que tuviste algún problema con el coche. Te esperaba hace mucho tiempo.
—Tuve que ir de compras —le digo explicándole el evento al que tengo que asistir mañana.
Ella me escucha con atención, alejándose de mí para mirarme a los ojos.
—¿Seguro? Tienes los ojos apagados y tristes, mi niña, ¿no te ha pasado nada más?
—Sólo estoy cansada, mami. El primer día ha sido demasiado atareado. Sólo quiero cenar algo e ir a descansar.
Mi madre me mira con amor y me señala hacia mi dormitorio. Le doy un beso en la mejilla y antes de meterme hacia el pasillo hacia mi santuario, me giro y le pregunto a mi madre:
—¿Tú estás bien, mami?
—Sí, querida. Hoy hablé con la señora a la que voy a cuidar y le dije que durante un tiempo no voy a poder acudir más. Sé que no recibiremos ese dinero extra, pero con mi pensión y la ayuda que tú me das, podremos salir adelante, mi amor.
Mi corazón se encoge de pesar al oír eso. Y no debido a que me fastidie tener que aportar dinero en casa, sino ¡por que no tengo más que deudas que saldar!. Noto que el aire de nuevo comienza a faltarme, y pongo pintada una sonrisa en mi rostro para hacerle ver a mi madre que todo está bien.
—Siempre podrás contar conmigo, mamá —le aseguro con voz firme.
—Gracias, cariño.
Sigo mi camino y en cuanto cierro la puerta, me dejo caer en mi cama, y rompo a llorar como una niña pequeña, abrazada al manuscrito y a la ropa de gala que he traído a la casa.
N o sé cuanto tiempo paso dejando salir en forma de lágrimas el dolor que mi corazón siente en mi interior. Sólo soy consciente de moverme en la cama y oír unos golpes en la puerta por parte de mi madre.
Miro el despertador y parpadeo sorprendida al ver que son más de las doce de la noche. ¡Me he quedado dormida llorando!
—Cariño, cerraste con llave al entrar.
¿De verdad?
Seco mis lágrimas y abro la puerta enseguida. No quiero preocuparla más.
—Vine hace unas horas para avisarte de que la cena estaba lista y no pude despertarte —me dice con recelo. Nota mis ojos hinchados y restos de lágrimas en la mejilla y me acaricia el rostro con ternura de madre—. ¿Estás bien? ¿Se han portado al contigo en el trabajo?
—No, mami, muchas emociones.
Le cuento por encima lo sucedido en el trabajo. Hago mucho hincapié en la actitud de Alyssa y de Grace, y en mis nuevas funciones en la empresa.
—Están celosas, mi niña, nada más.
Voy con ella junto a la mesa en la cocina y me sirve un plato abundante de pastel de verduras con milanesas que ha preparado para mí. Mi estómago canta el Aleluya en forma de sonidos poco decorosos y ante la risa de mi madre, comienzo a comer con ansia.
—Está todo delicioso —digo con la boca llena.
Sigo comiendo mientras ella me consuela con respecto a la primas. Debo tener paciencia y demostrarles que no quiero arrebatarles nada con mi presencia en la editorial. Confirmo todo lo que me dice, porque sé que tiene razón.
—Te quiero, mamá —le digo desde el fondo de mi corazón—. Discúlpame por tenerte despierta tan tarde por mi culpa.
—Tampoco podía dormir, mi amor, mañana tengo que ir al médico.
—¿Mañana?
Dejo el tenedor en el aire a medio camino de llegar a mi boca y me quedo mirándola con asombro.
—¿Al oncólogo? —pregunto con un nuevo nudo en la garganta.
—Sí, me dará el presupuesto con todo el tratamiento que debo seguir —me contesta levantándose para servirme el postre—. Imagino que me dirá el porcentaje que debo pagarle ahora para que comencemos con el tratamiento. Creo que los medicamentos no son muy económicos que digamos.
Aparto el plato para disgusto de mi estómago y me quedo mirando fijamente a mi madre con la mente en blanco. Cuando supe la mala noticia de la salud de mi madre nunca imaginé que el asunto fuera tan urgente. Y menos tan inmediato.
—¿Cuánto crees que pueda ascender la cifra, mami?
—No lo sé mi amor, pero con tu nuevo trabajo vamos a ir bien —sonríe ella sin preocupación alguna—. No te preocupes mi sol, saldremos adelante como siempre.
Читать дальше