—Perdona —me dice él y parece preocupado de haber hecho algo mal.
No puede ser, al final va a resultar que es un trozo de pan.
En ese momento podría haberme escapado, pero dejo pasar dos segundos de más y él aprovecha para abrazarme. Sus brazos rodean mi cintura y se incorpora para besarme el mentón, el cuello y desciende hasta mis pechos. Sentada sobre él, lo abrazo para no caerme. Mi blusa sin mangas se abre y veo cómo da un delicado mordisco sobre la tela de encaje negro.
Soy incapaz de respirar, cuando mis ojos se abren como platos. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos mientras siento cómo mi excitación va en aumento.
Vale, las mariposas están muy revoltosas ahí abajo.
¡El plan me llama! Pero yo pienso que puede esperar un minuto más. Un minuto hasta que él deje de acariciarme los pechos y besarme el escote.
—Madre mía…
Sé que sonríe contra mi delicada piel y no me importa. Yo reiré la última en el momento en que me decida largarme. Mientras sigo a horcajadas sobre él, alucino de lo jodida que me parece la postura del diamante en el yoga, y lo mucho que me gusta cuando lo que tengo es su pelvis entre mis muslos.
La cosa se complica cuando intento pararle y le agarro la cara entre las manos. Me apodero salvajemente de su boca y todo porque me parece que un par de besos no harán daño a nadie. Además, cuanto más distraído, más fácil será la huida, ¿no?
Le beso. ¡Y qué beso, señores! Ríete del beso de Lancelot a Ginebra en El Primer caballero, Julia Ormond era una tía con suerte y yo… yo lo sería si quisiera sexo y no su saxo.
Dolida porque se me va la olla, me espabilo.
Lo empujo hasta que su espalda se da con un golpe sordo contra el suelo de la furgoneta. Deja de abrazarme y me mira entre desconcertado y excitado. Parece que le gusta que le manden. Sonrío sin poder evitarlo, y me siento muy mala persona cuando disfruto de su respiración entrecortada mientras le abro la camisa. Después de quitársela y maldecir que tenga semejantes abdominales, mis manos descienden hasta llegar a su cintura. Lleva unos pantalones que le quedan de miedo, elegantes y suaves.
Le desabrocho el cinturón, consciente de que no hay marcha atrás. Empieza la recta final.
Se incorpora hasta abrazarme de nuevo, como si quisiera que fuera más despacio. Pero ¡ah, amigo! Esto no va a pasar. Voy apretando el acelerador y sin frenos.
Me besa, acariciando mi espalda.
—No hace falta que...
Su falta de malicia me conmueve y hace que por un momento me descentre de lo que tengo que hacer.
Profundizo el beso cuando las manos me acarician las mejillas y mi pelo suelto. Me agarro a sus hombros y flipo de lo musculoso que es. Tengo curiosidad por saber si el resto de su cuerpo está tan bien esculpido, así que deslizo mis manos sobre su pecho. ¡Y madre de Dioooooos! ¡Es perfecto! Alzo la cabeza hacia atrás y pongo distancia entre nuestros labios.
Inspiro con fuerza y casi se me escapa un gemido de frustración.
Las mariposas se han convertido en puñeteras pirañas que mordisquean mi entrepierna amenazándome con devorarme si no les doy de comer.
Ahora las manos de él están en mis costados y su boca en mi escote, me abre otro botón de la camisa y lo empujo levemente.
—Tú primero —le digo.
Él parece vacilar, hasta que se da cuenta de que le estoy pidiendo que se desvista. Acepta mi exigencia con un simple gesto de asentimiento.
Se quita la camisa roja y sí, definitivamente hay hombres que es mejor que vayan desnudos, siempre. Como este. Sin duda su sitio es un puñetero poblado nudista.
Tengo la boca seca, y una loca necesidad de desnudarme con él y acabar lo que estamos haciendo, pero eso no va a poder ser. Tengo que largarme. Que me volviera loca con esa boca y esas manos, no entraba en mis planes.
Ahora soy yo que me giro levemente y le deshago los cordones de los zapatos, se los quito y me siento bastante satisfecha de la rapidez con que lo he hecho.
Entonces llega la prueba de fuego. El cinturón está desabrochado, ahora voy a por el botón del pantalón y su cremallera.
Él empieza a respirar con dificultad mientras mira cómo mis manos hacen el trabajo.
Ahora o nunca.
Tiro de pantalones y calzoncillos. Con una pericia que no sabía que poseía, se los bajo hasta los tobillos.
Me quedo sin respiración al ver cómo su soldado me saluda firme.
Cierro los ojos, esto no estaba en mis planes de esta noche.
Todo tenía que ser mucho más sencillo.
Despacio, me deslizo sobre él. Beso su pecho, su estómago... ¿Y si me quedo hasta el final? Me muero por quedarme hasta el final.
¡Cristina! ¡No!
Interiormente hago un puchero.
Irene y Marina me están esperando tal y como les he pedido. No puedo perder más tiempo con esto.
Mientras, mis rodillas avanzan hacia atrás. Mi mano se convierte en una garra cuando se apodera del asa del estuche donde está guardado mi saxo.
Sé que tengo a uno de los especímenes más increíbles que he visto desnudo en mi vida y aun así… lo primero es lo primero.
A estas alturas mi boca es un estropajo.
¡Soy una bruja! ¡Dios mío, me odio por esto!
Cierro los ojos con fuerza.
Entonces todo pasa demasiado rápido. No le doy tiempo a reaccionar.
Abro la puerta de la furgoneta. Tiro de calzoncillos y pantalones y los saco volando de allí. Ambos van a parar a dos metros sobre los rastrojos.
¡El saxofón se viene conmigo!
Con los pies en la tierra seca y mirando a ese pobre robasueños que está totalmente desconcertado, me tomo medio segundo para decirle algo...
—Juumm —quisiera decirle un lo siento, pero me lo pienso mejor—. Hasta nunca.
Empiezo a correr con mi preciado tesoro. Mi tesoroooo. Corro como Gollum, campo a través y sin freno.
Soy mala de cojones. Pero mientras acelero y doy las gracias a Ricardo Marco, mi entrenador de running por mi buena forma física, una sonrisa exultante se apodera de mi boca. Siento la adrenalina correr por mis venas y la euforia no decae cuando veo al pobre idiota saltar desnudo de la furgoneta e intentar emprender mi persecución antes de darse cuenta de que está completamente desnudo.
No importa. Puedo ver a Irene en el coche que está poniéndose en marcha, solo tengo que correr hacia los faros.
—¡Corre hacia la luz, Forrest! —grita Marina.
¡Estoy eufórica corriendo con mi saxo a toda leche!
Miro por encima del hombro. ¡Lo estoy consiguiendooooo! El pobre queda atrás. Si no me cayera tan mal hasta me daría pena.
Me persigue un músico desnudo, con calcetines a cuadros, corriendo por encima de los rastrojos.
¡¡Es la mejor noche de mi vidaaaaaa!!
Ángel
—¡Arranca el coche!
La escucho gritar a pleno pulmón mientras no ceso en mi carrera. La persigo, no a ella, persigo a mi saxo que la ladrona tiene entre sus garras.
Su melena va al viento y sería una visión bastante chula para un videoclip, si no fuera porque esto no se reproduce en la pequeña pantalla, sino delante de mis narices y no tiene nada de poético.
¡No me puedo creer que me esté robando el saxo!
Debe ser una broma. Tengo esa esperanza, pero… la voy perdiendo a cada paso que doy y me clavo los rastrojos secos en la planta de los pies. Y aunque sé que mañana no podré andar, no paro en mi carrera.
Tantos años saliendo a correr, ¿para qué? Esa serpiente es mucho más rápida que yo.
Gimoteo y los cien metros se me hacen eternos. Tengo que seguir, pese al dolor, no puedo permitir que me roben mi saxo sin luchar.
Grito al clavarme una piedrecilla en los pies y miro hacia abajo.
¡Estoy en pelotas! ¡Dios míooooo! ¡¡¡Estoy en pelotas!!!
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