Sebastiano Mauri
Disfruta del problema
(Relájate y goza)
Traducción de Ana Miravalles
Mauri, SebastianoDisfruta del problema / Sebastiano Mauri.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2020Libro digital, EPUB - (narrativas)Archivo Digital: descargaTraducción de: Ana Miravalles.ISBN 978-987-8388-20-51. Literatura Italiana. 2. Narrativa Italiana. I. Miravalles, Ana, trad. II. Título. CDD 853 |
narrativas
Título original: Goditi il problema
Traducción: Ana Miravalles
Editor: Fabián Lebenglik
Diseño: Gabriela Di Giuseppe
Producción: Mariana Lerner
1a edición
© 2019 by Sebastiano Mauri
First Italian edition Rizzoli Libri S.p.A.
© Adriana Hidalgo editora S.A., 2020
www.adrianahidalgo.com
ISBN 978-987-8388-20-5
Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723
Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito
de la editorial. Todos los derechos reservados.
Índice
Portadilla Sebastiano Mauri Disfruta del problema (Relájate y goza) Traducción de Ana Miravalles
Legales Mauri, SebastianoDisfruta del problema / Sebastiano Mauri.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2020Libro digital, EPUB - (narrativas)Archivo Digital: descargaTraducción de: Ana Miravalles.ISBN 978-987-8388-20-51. Literatura Italiana. 2. Narrativa Italiana. I. Miravalles, Ana, trad. II. Título. CDD 853 narrativas Título original: Goditi il problema Traducción: Ana Miravalles Editor: Fabián Lebenglik Diseño: Gabriela Di Giuseppe Producción: Mariana Lerner 1a edición © 2019 by Sebastiano Mauri First Italian edition Rizzoli Libri S.p.A. © Adriana Hidalgo editora S.A., 2020 www.adrianahidalgo.com ISBN 978-987-8388-20-5 Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723 Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.
De cerca, nadie es normal
La vida es un acertijo y yo no sé la respuesta
¿Cómo reconocer al príncipe azul si se presenta en color granate?
El sexo en la época del jardín de infantes
A la mierda el paraíso
Olvídate de la solución, disfruta del problema
Valium, Vicodin y Viagra, en busca del equilibrio perfecto
Inmaculada Concepción
Cuidado con lo que deseas porque podrías conseguirlo
Pequeñas distracciones ataja-tsunamis
Mi Babel
Hombres-topo y mujeres voladoras
El cielo en una habitación
Las canciones citadas
De cerca, nadie es normal
Me parece que no escuché el despertador. Voy a llegar tarde a mi clase de yoga de domingo a la mañana.
¿De quién es este brazo grueso y peludo apoyado sobre mi estómago?
Mi instinto me dice que no me mueva.
A mi derecha, un viejo dormido, completamente desnudo. No recuerdo haberlo visto nunca antes, es de él ese brazo sobre mi estómago.
A mi izquierda, una mujer enorme, de edad indefinida. Tiene puesto un enorme corpiño animal print que le marca una serie de surcos en el tórax. Sus ojos están cerrados, la respiración pesada. A ella tampoco la había visto nunca antes.
La habitación es amplia, decorada con muebles vagamente rococó, un estilo que detesto.
A través de las cortinas de la ventana veo ramas y hojas.
Cómo quisiera poder recordar cómo llegué a este lugar, pero nada.
Le toco el hombro a la mujer, no reacciona. La sacudo un poco, me ahuyenta la mano como si fuera una mosca.
“Disculpe, señora.”
Abre los ojos lo mínimo indispensable para ponerme en foco y en seguida se da vuelta para el otro lado.
“Larry, me está molestando.”
Me doy vuelta para ver si Larry se ha despertado.
Recibo una cachetada a mano abierta en plena cara.
Siento la marca de sus dedos gruesos que me quema en las mejillas, los ojos se me llenan de lágrimas.
“No seas pesado”, rezonga, y se duerme de nuevo.
El día anterior
En el ingreso al Whitney Museum hay una aglomeración de visitantes acalorados.
La fila está pegada al puesto del viejo cingalés que prepara garrapiñadas consumiendo todo el oxígeno a su alrededor. Se avanza lentamente y cuesta respirar.
Un nubarrón repentino oscurece la calle, muchos escrutan el cielo con aprensión. Hace muy poco que se estrenó Día de la independencia, anunciada con una campaña publicitaria tan agresiva que toda Nueva York vive aterrorizada por una inminente invasión alienígena.
Y eso para no hablar del vuelo TWA Nueva York-París, que explotó poco después del despegue. Digamos que julio de 1996 no quedará en los anales de la historia como el mes de los buenos presagios celestiales.
Ya no soporto el olor dulzón de las garrapiñadas.
En eso se me acerca un hombre elegante, con un par de entradas en la mano, que me dice en el preciso momento en que estoy abandonando la fila: “¿Le interesan?”.
“¿Disculpe?”
“Tengo una entrada de más, mi amiga me dejó plantado; si la quiere, con mucho gusto se la regalo”, me dice en tono amable.
“Cómo no, muchas gracias.”
Me ofrece la entrada: “Soy William Shaw”.
“Martino Sepe”, le doy la mano, “le agradezco mucho”.
Recorro la Bienal con mi nuevo amigo William, que es un tipo un poco al estilo Bond, James Bond, el original, no la versión insolente de Roger Moore sino la inigualable de Sean Connery. Parece que sabe mucho de arte, pero me habla además de una infinidad de temas y todo lo que dice me resulta interesantísimo.
Cuando salimos del museo, por un momento temo que se vaya sin proponerme que nos veamos de nuevo.
Pero me dice: “¿Sería demasiado descarado de mi parte invitarte a un cocktail en lo de un amigo mío esta noche?”.
“Voy encantado”, y le doy mi número.
“Te llamo más tarde y nos ponemos de acuerdo.”
Me gusta este William, pienso.
Al bajar del taxi me veo reflejado en los enormes botones dorados del doorman que está abriendo la puerta del auto.
A sus espaldas una marquesina larga y angosta conduce a la entrada del rascacielos: parece la réplica de un palacio señorial parisino con un montón de pisos de más.
“Buenas noches, señor, ¿es aquí el cocktail en el penthouse?”
Me gusta cómo suena “cocktail en el penthouse”, me la imagino a Mariah Carey haciendo fila para ir al baño.
Las paredes del ascensor están revestidas de mármol negro. Hay incluso un asiento de pana. Y un empleado con librea que parece un militar en posición de firme.
Me pregunta a qué piso voy.
“Al último, gracias.”
El ascensor toma velocidad para llegar al penthouse.
“Wow, da como un vacío en el estómago”, le digo excitado.
“Sí, señor”, me responde sin ningún énfasis en la voz, con la mirada fija en las vetas del mármol a pocos centímetros de su rostro.
En la puerta hay una mujer de una belleza deslumbrante, larguísimo cabello rojo a lo Jessica Rabbit y un vestidito estilo french maid que le cubre, apenas, la bombacha de encaje negro. Le pregunto por William, ella se hace la tímida, se ríe cubriéndose la boca con la mano. Un manga japonés de carne y hueso.
“Tout le monde est là-bas”, (1) dice señalando más allá de la enorme puerta en forma de arco que tengo frente a mí.
El salón es inmenso y con un mobiliario mínimo. Todo es negro o gris, incluso las paredes pintadas con enormes franjas verticales. Desde las puertas-ventana que se abren sobre un jardín zen suspendido en el piso treinta se ve el Central Park. En la oscuridad, esa reconfortante extensión verde de árboles parece haberse transformado en una amenazante mancha oscura, el corazón negro del cuerpo brillante de Manhattan.
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