Sin embargo, cada vez que yo iba a entrar al tema ella se detenía.
Después de eso, mi amistad con ella continuó. De hecho, en ese tiempo yo regresé a vivir a Gamero y allá me ayudó muchísimo. Seguía, por entonces, alegrando bullerengues junto con mi hermana Martha, quien también andaba con un grupo de tamboreros aquí en Evitar. Dos años después, Irene volvió a grabar con Samy.
Ese año, Los Soneros de Gamero pasaron más tiempo en Barranquilla que en el pueblo, dedicados a tocar en las casetas. En una noche, Samy les armaba tres o cuatro toques y, a veces, hasta se llevaba a Irene días antes para Barranquilla para tenerla cerca.
La música que la gente de nuestros pueblos cantaba para liberarse un rato del olvido, el bullerengue, ahora era bailada en casetas y se escuchaba en la radio.
Después de ese disco, todos los conciertos se quedaron trancados. Aunque Samy no iba por Gamero, “Los soneros” seguían tocando en todos los pueblos de Mahates y mi hermana Martha se unió a ellos en los coros.
Se supo después que al Samy le tocó volver a la agrupación vallenata porque, según lo que la gente hablaba, “Los soneros” lo habían dejado en la limpieza y él no veía las ganancias. Así que no le quedó de otra que volver a ser un músico del vallenato.
Permaneció perdido siete años y, en el año ochenta, regresó buscando a su grupo porque, según dijo, se lo iba a llevar para Cartagena a grabar. Yo no me enteré por boca de Irene; no. Me enteré porque mi primo Guido, que andaba por Evitar vendiendo unos pescados, y que me había regalado el último que le había quedado suelto, me dijo que tenía que ir a Gamero porque iban a ensayar con Samy (a él no le gustaba que llegaran sino a la hora que él decía). En ese tiempo en el que yo ya tenía cincuenta y dos años, no había podido grabar el primer disco; es decir, no había podido cumplir la promesa que había hecho una vez, mientras lloraba, a mis hijos. Les había prometido que yo iba a ser una cantante, pero una que todo el mundo iba a bailar. Fui entonces a donde mi hermana Martha y le conté lo que estaba pasando en Gamero, pese a lo cual ella se negaba a ir hasta allá a ver.
–Vamos, Martha… a ver no más –
Aunque Martha no quiso ir, yo sí fui. Se escuchaba algarabía en la casa de mi primo Magín. Al llegar, nadie advirtió mi presencia. Noté que Samy tenía otra cara: sus ojos estaban oscurecidos y miraba para todas partes. Empezaron a cantar una canción que se llamaba “El Lobo”, y que yo conocía porque en las fiestas del pueblo los cantadores viejos la cantaban.
–Bueno, muchachos, vamos a tocar “El lobo”, de Irene Martínez –había dicho.
Después de decir eso, una piedra le dio una cachetada. Él se hizo el loco e hizo la señal de que empezaran tocar. Yo me asomé para ver qué pela’ito había tirado eso, pero no había nadie.
Estuve ahí todo el tiempo hasta que terminaron de ensayar, pese a lo cual ese muchacho nunca se dio cuenta de mi presencia. Solo cuando todos se fueron, yo hablé con mi comaé que me dijo que iban a ir a grabar a Cartagena, cosa que me agradó muchísimo. Yo, entonces, me perdí, aunque escuchaba de vez en cuando, por ahí, a las personas hablando acerca de “Los soneros”. El tema de “El Lobo” fue un batazo musical: todo el mundo bailaba ese disco y, en los carnavales, era el tema principal. Al año siguiente, el Samy llegó a Evitar buscando a mi hermana Martha porque, según dijo, quería incluir a otras viejas en la agrupación. Yo estaba ahí, recogida en una mecedora; casi no me veía entre la gente y tenía mis lentes oscuros puestos. Nuevamente, él hablaba con Martha sin advertir mi presencia.
–Pues sí, Martha, la idea es que te vayas con nosotros pa’ Medellín ahora, pa’ grabar con Codiscos.
– ¿Y pa’ ir pa allá hay que subirse en avión?
– Sí
– ¿Medellín? ¡No señor! A mí eso me da miedo. Yo no soy pájaro pa’ andar montá en esos aparatos.
Entretanto, yo tenía las orejas paradas. Pude escuchar que él siguió explicándole, mientras ella se mantenía en que no iba y, mucho menos, en avión.
–Llévame a mí, Samy –le dije, sin levantarme del mecedor.
–¿Tú eres Emilia? –me preguntó–. A mí ya me habían hablado más o menos de ti, pero tú no cantas bullerengue.
–Sí, la misma Juana Emilia Herrera, soltera y sin compromiso –dije, y luego solté una carcajada–. Yo sí canto –aseguré.
–Tú estás loca, ombe. Además, ¿tú no estás enferma? –me preguntó el Samy.
Y se fue.
En la imagen Samy Merchán en la serie. Fotografía: Archivo del canal TeleCaribe. Foto fija: Freddy Fortich y Jiovanna Osorio.
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