Yurieth Romero - Déjala morir

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Déjala morir es la versión literaria de la miniserie emitida por el canal TeleCaribe bajo el mismo nombre. Esta obra narra la muerte, obra musical y vida de la cantante afrocolombiana de bullerengue Juana Emilia Herrera, conocida como «La niña Emilia». Es un viaje desde el más allá a través de la voz de la protagonista: un periplo lleno de picardía, baile, tristezas, amor, melancolía, pero sobre todo de resistencia. El libro también contiene un acercamiento a la realización y producción de la miniserie, un hito sin duda en la historia del canal regional.

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En esos años de mi vida, en los que ya no tenía que saltar cercas para darles de comer cualquier cosa a mis hijos, me dedicaba a llorar y a cantar acompañando al tambor en los velorios, algo que, de alguna forma, hacía para ganarme unos pesitos. La gente cree que entre más se llore al muerto, más seguridad hay de que llegue a donde tiene que llegar; sin embargo, lo que no saben es que el camino solo lo conoce el tambor. Lo que yo creo es que la muerte es un regreso al principio de todo y que, como tal, trae consigo vida.

Recuerdo la muerte de un señor de Gamero, un viejo que vivía en una finca solo, y sobre él la gente decía que tenía pacto con el diablo, porque lo veían salir cuando el sol bajaba y regresar en la madrugada vistiendo sacos hediondos. Incluso, algunos niños que se le metían a la finca a esas horas decían que lo veían enterrando cosas en la tierra. Además de una hija que lo visitaba de vez en cuando y de los empleados de la finca, no había quién lo llorara; por eso, ellos estaban buscando quién se encargara de eso. En realidad, no querían cantos fúnebres ni nada de eso; solo que lo lloraran. Casualmente yo, pipona de mi último hijo, estaba en Gamero con Irene, cuyo marido había muerto por esos días. Sentadas bajo un palo de olivo que había en la puerta de la casa de ella, vimos pasar a un niñito como de doce años.

–Señora Irene, ¿usted no sabe quién llora muertos?

– ¿Por qué? ¿Quién pasó a mejor vida? –le preguntó ella.

–El patrón de la finca “La muerte”.

Yo, que estaba escuchando la conversación, le dije enseguida que yo lloraba muertos y enseguida el jovencito me dijo que fuera.

–Explícame dónde es, que yo llego a la hora del velorio.

Y así fue. A ese velorio fue también un muchacho de Gamero que se llama Samy y que pertenecía a una familia que tenía tierritas en el pueblo. Al parecer, Irene lo conocía bien porque apenas el joven llegó ella le sonrió un poquito entre el llanto. En el momento en el que nos avisaron que ya iban a sacar el cajón, Irene, con ese vozarrón que tenía, empezó a cantar un lamento que yo respondía en el coro hasta que una vieja que recién llegaba a la ceremonia nos interrumpió el viaje.

–¡Están sacando al muerto al revés! –dijo, deteniendo la ceremonia.

Los pies no iban a salir primero que la cabeza y, entonces, se formó la revuelta. Mientras todo el mundo discutía sobre si por delante debían ir los pies o debía ir la cabeza, yo estaba buscando a la hija del muerto para que nos pagara. La encontré orinando de pie, cerca al monte. Se sacó la plata de una de las tetas y yo la recibí y quise metérmela en las mías… pero de esas solo tengo un dibujo. Me la metí, entonces, en la pantaleta, y entré a la casa a buscar a Irene. El muerto ya estaba fuera de la casa y, entre tanto, ella estaba hablando bajo el marco de la puerta con ese muchacho; fue en ese momento que supe su nombre. Era alto, flaco y tenía la nariz como la de una guacamaya; o tiene, mejor dicho, porque él todavía sigue vivo. Su familia, de procedencia turca, era una familia adinerada. Cuando me uní a la conversación advertí que la mirada del muchacho buscaba algo; él llevaba el espíritu de los gatos.

Finalmente, él le dio un abrazo a Irene y le dijo que un día de estos la mandaba a llamar para que llegara a su finca. Luego se fue, casi sin mirar a nadie a la cara. Le pregunté entonces a Irene quién era ese hombre que, aparte de todo, era un tipo simpático.

–Ay, Emilia, tú siempre con la picardía… Oye, deja la travesura; estás vieja pa´ la gracia. Ese muchacho es el hijo de los Merchán, donde yo trabajé cuando era una pelada. En esa época él era un niñito; ahora es músico.

La frase “Ahora es músico” no salía de mi cabeza.

Esto ocurrió finalizando los años sesenta; exactamente en 1969. Después de encontrarse con Irene en el velorio, Samy armó un bullerengue y la mandó a buscar a ella para que fuera a cantar a la finca de él. Ella reunió al grupo de músicos de Gamero con el que animaba bailes, dejando cada uno de ellos sus labores para ir a la casa de Samy Merchán, que venía de unas presentaciones con un conjunto vallenato en donde él era músico.

Después de que terminó de tocar en todos los bailes de los pueblos cercanos, llegó a Gamero para recordar su época de pelado. Fue entonces cuando lo acogió la noticia de que se había muerto ese señor que era su padrino.

En la fiesta también llegó a cantar una amiga de mi mamá que era de Gamero. Como medía dos metros y no le gustaba que la gente le pusiera apodo ni nada de eso, caminaba de rodillas, casi siempre con las piernas envueltas en trapo. Las personas decían que caminaba así porque se le habían quemado y, a medida que los años pasaban, a ella las piernas se le iban desapareciendo de verdad.

Fui allí que cuando Samy se dio cuenta que en la música negra había un potencial comercial. Si ellos habían amanecido bailando al son del tambor, ¿por qué no amanecer tocando en una caseta o en unos carnavales?

Así fue como él vislumbró el éxito: olió al mundo agradecerle por sacar la música negra del anonimato y, en medio de la borrachera, llamó a Irene aparte.

–Yo quiero que el bullerengue lo conozca el mundo entero –le dijo el Samy a Irene al oído. Luego, se separó de ella y gritó:

–¡Vamos a grabar bullerengue, a poner a bailar a todos esos hijos de puta con nuestra música!

A Irene se le esfumó la juma que tenía.

–¿Qué es eso? ¿Cómo así que vamos a grabar?

–Ajá, Irene, pa’ sacar un long play… –le decía el hombre.

Era el amanecer y casi todo el mundo estaba borracho. Aun así, Irene los reunió a todos debajo de un gran árbol de mango. Entonces, Samy Merchán le dijo a todos esos viejos que siempre habían tocado por una botella de ron o por un poco de arroz, que quería formar un grupo con ellos para grabar un disco que sonarían en la radio. Todos ellos dijeron que sí, sin pensarlo. Así fue como al año siguiente grabaron el primer long play en Cartagena, en el que estaba ese tema que dice:

En la imagen Irene en la serie Fotografía Archivo del canal TeleCaribe Foto - фото 4

En la imagen, Irene en la serie. Fotografía: Archivo del canal TeleCaribe. Foto fija: Freddy Fortich y Jiovanna Osorio.

Aeaeaeeee rama de tamarindo Aeaeaeeee rama de tamarindo Aeaeaeeee rama de tamarindo Aeaeaeeee rama de tamarindo dime lirio, dime rosa, dime clavel encantado.

Los soneros de Gamero grabaron como grupo ese tema junto con uno que se llama “La pica pica” canciones que hacen parte de nuestro folclore.

El nombre del grupo (Los soneros de Gamero) surgió a raíz de que en ese tiempo se escuchaba mucho la música cubana en la radio. En ella, la palabra “sonero” era frecuente y Samy la eligió pensando en que el grupo tuviera un aire más comercial, como él decía siempre.

Después de que Irene grabó ese disco, yo la fui a visitar y, aunque me recibió como siempre, brindándome café en los mismos pocillos de electro plata, entonces no hablaba de nada diferente al estudio de grabación y Samy Merchán. Recuerdo que llegaron a la casa de Irene mi primo Guido, que era cantador junto con ella, y mi primo Magín, que se había enterado de que yo estaba en Gamero. Irene empezó a cantar una canción que decía De las flores la más hermosa es la que lleva por nombre Rosa… Rosa que linda eres, Rosa que linda eres tú. Luego, Irene cantó “La rama de tamarindo” mientras Guido tocaba el tambor; yo empecé entonces a hacerle los coros hasta que ella detuvo el canto.

–Emilia –me dijo–, te estás saliendo de la tonada.

–Empecemos otra vez pue’ –le dije yo, sin prestarle atención a la razón por la que lo decía.

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