Para Lucette Majorelle, Jean había entrado en la vida de Madeleine como alguien extraño que había alterado completamente sus proyectos:
Durante mucho tiempo Madeleine me daba la impresión de ser una persona que no tenía deseos de casarse. El matrimonio no contaba para ella. Esto me pareció contradictorio y extraño cuando la vi con Jean Maydieu. Me parecía una persona que quería siempre lanzarse a la vida sin preocuparse de un eventual compromiso, y, cuando vi el rostro de Madeleine, en definitiva, el rostro de una mujer enamorada, no era para nada la Madeleine que conocíamos.
En cualquier caso, para todos los que conocían a Madeleine, estaba conquistada y el matrimonio era inevitable. Sus amigas decían que, para poder ser seducida, Madeleine necesitaba admirar. De hecho, ese era el caso. Algunos testimonios hablan de una transfiguración de Madeleine cuando estaba con él. Lo que explica que la ruptura brutal engendrara en ella un verdadero trauma del que no se repuso con facilidad. Ella, que, al parecer, nunca había pensado en el matrimonio antes de su encuentro con Jean, ¿cómo no iba a estar profundamente trastornada por el cambio de opinión de aquel a quien amaba?
Pero ¿qué sucedió por parte de Jean Maydieu? ¿Era su proyecto tan claro y tan determinado? En realidad, sabemos poca cosa. Los testimonios nos dicen que su actitud hacia ella no se prestaba a otra interpretación más que la de un amor declarado. ¿No había bailado toda la noche con ella sin cambiar de pareja? Sin embargo, otros dicen que él nunca había descartado del todo una posible vocación dominica, pues seguía interesándose por la filosofía tomista. Indicio muy sutil, después de todo.
¿Hubo alguna promesa por parte de ambos? No lo sabemos. El resultado de sus visitas asiduas, ¿no le parecía evidente a Madeleine hasta el punto de no haber percibido en él alguna reserva? No son más que conjeturas. ¿O simplemente es el espacio de dos años en los que él está obligado a hacer el servicio militar lo que le lleva a reflexionar y a dejarla? Pero, entonces, ¿por qué lo hizo tan bruscamente y sin aparente explicación?
¿Por la imposibilidad que él presentía de poder soportar la pena de Madeleine? ¿Por el temor de estar atrapado por su amor? Es difícil creer que él no le diera ninguna explicación. Sin embargo, Madeleine nunca hizo alusión a algún intento de retomar la relación que habría podido atenuar su dolor. Por lo tanto, es mejor dejar en el misterio este importante episodio en la vida de Madeleine.
Otra cuestión que se plantea es el papel que tuvo Jean Maydieu en la conversión de Madeleine. Es evidente que su presencia le marcó mucho, aunque quizá también la de otros cristianos. Porque Madeleine habla en plural cuando evoca las influencias que la condujeron a la fe. Pero ¿acaso no es por pudor, por evitar destacar demasiado a este al que nunca quiso ver después de su separación, es decir, por discreción?
Se sabe que su camino estuvo marcado primero, como ella dijo, por una «búsqueda intelectual exigente». Tocada por la fe de Jean Maydieu y quizá por la de otros amigos, entra en un proceso intelectual honesto. Puesto que aquellos a los que ama y estima son creyentes, debe examinar los nuevos costes de la cuestión: «Honestamente, ya no podía dejar no solo a su Dios, sino a Dios, en el absurdo» 15. Es entonces cuando Dios se le presenta como una realidad posible. Pero, para no quedarse en el nivel de la inteligencia, se pone a rezar:
Si quería ser sincera, Dios, no siendo rigurosamente imposible, no debía ser tratado como probablemente inexistente. Elegí lo que me parecía la mejor traducción de mi cambio de perspectiva: decidí rezar. La enseñanza práctica de esos meses me había proporcionado esta idea un día en el que, con ocasión de cierto tema, se había evocado a Teresa de Ávila, quien aconsejaba pensar en silencio en Dios durante cinco minutos todos los días. Desde la primera vez recé de rodillas, por temor, todavía, al idealismo 16.
En un poema fechado el 2 de febrero de 1924 escribe:
Tengo mi puerta suplicante sin flores y sin ofrendas.
¡Para que te detengas tú, que vas por el camino!
Doblé mis rodillas y extendí mis manos.
Tengo la humildad de los pobres que mendigan.
Me he postrado, pues no soy digna
de que cruces mi puerta y aquí reposes 17.
Pero ella duda. El 4 de febrero escribe: «Caminante, sigue tu camino y no entres».
No se sabe exactamente la distancia que separa estas primeras tentativas de rezar del deslumbramiento del don de la fe. Sin embargo, podemos fechar claramente este el 29 de marzo de 1924. En efecto, en varias ocasiones evoca en sus escritos esta fecha como un aniversario. Así, el 27 de marzo de 1954 escribe a una amiga llamada Paulette 18: «En efecto, el 29 llego a los treinta» 19.
Pero se sabe muy poca cosa sobre lo que le sucedió en esos días, por otra parte tan atormentados. Como siempre, fue muy parca en sus confidencias. La imagen que empleó fue la del deslumbramiento: «Había sido y sigo estando deslumbrada por Dios» 20, dirá pocas semanas antes de su muerte a un grupo de estudiantes que le había pedido una conferencia sobre su itinerario.
Ese mismo 29 de marzo de 1924 escribe un poema que, sin duda, marca un cambio profundo:
Pues en el alma cantaban fuertes como el mar,
la voz de la tierra fecunda y la voz del desierto.
«Ven a mí», el Desierto es una inmensa llamada
que me han arrojado los horizontes en la luz.
Camina al sol viviendo en los espectros de las piedras.
Tu camino se ha estremecido bajo la llama eterna 21.
Poema difícil de descifrar: ¿quién es el «mí» de «ven a mí»? ¿Es Dios mismo quien la llama al desierto? ¿Y de qué está constituido en ese momento el desierto? Jean Maydieu ya está lejos. Parece que haya tomado la decisión desde octubre de 1923, es decir, poco tiempo después de comenzar el servicio militar. Sin embargo, nos faltan los documentos que nos permitan reconstruir el itinerario preciso. Se sabe que no tomó el hábito dominico hasta el 22 de septiembre de 1925 en el convento de Amiens. ¿Se trata, pues, del desierto de su ausencia? En cualquier caso, el desierto es ahora una inmensa llamada, el horizonte es luminoso y el camino de Madeleine es alzado por una llama eterna.
Sea lo que sea, sería falso decir, ya que alguna vez se ha sugerido, que la conversión de Madeleine estuviera vinculada al dolor por la pérdida del amor. No era una mujer que encontrara refugio sentimental en la religión. Su camino hacia la fe había comenzado mucho antes de que Jean Maydieu la dejara. Más bien al contrario: decepcionada, quizá abandonara su búsqueda, cuando quien más había influido en su descubrimiento de la fe la dejaba por Dios. Nunca lo fue. Sabía separar las cosas que no pertenecen al mismo orden.
Su fe de principiante no le impidió atravesar una crisis muy grave. Porque el choque fue duro, la hizo vacilar. El 13 de octubre de 1923, seis meses antes de su conversión, había escrito un poema titulado «Ariette dans le vent» 22, en el que reflejaba toda la desilusión de jovencita por la cual, cuando llegó el viento del invierno, «sobre la nada, el camino de la locura permanece abierto». Claramente queda deslumbrada; había invertido tanto en esa relación que ahora se le abría un futuro completamente desconocido.
En este contexto recibe el deslumbramiento de la fe, como un relámpago de certeza infinita que la atraviesa; después de haber buscado largo tiempo, después de haber trabajado intelectualmente la posibilidad de reconocer el acto de creer, después de haber vencido el orgullo de su inteligencia, después de haberse arrodillado para rezar, para llamarle, si existe, Dios llega a ella: «Creo que Dios me buscaba» 23, escribirá más tarde.
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