Bernard Pitaud - Madeleine Delbrêl. Poeta, asistente soci

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Madeleine Delbrêl. Poeta, asistente soci: краткое содержание, описание и аннотация

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Entrar en contacto con los escritos y con los numerosos testimonios de Madeleine Delbrêl renueva y profundiza el conocimiento que se tenía de ella. Su itinerario, del ateísmo al deslumbramiento de la fe y el compromiso, se perfila con nitidez al hilo de un relato que recorre sus sesenta años de vida, de los cuales más de la mitad suceden en Ivry-sur-Seine, cerca de París, donde, tal y como ella indica, se encontraba una población «increyente y pobre».Poeta, asistente social y mística a partes iguales y complementarias, mujer de acción y de oración, Madeleine Delbrêl (1904-1960) ofrece a nuestra sociedad secularizada y a la misma Iglesia un hermoso rostro, rico en inspiración para una vida cristiana en diálogo con el ateísmo y con la miseria en todas sus formas. Su proceso de beatificación está iniciado y su fama de santidad no deja de crecer.Treinta años después de la excelente biografía que sobre ella escribió Christine de Boismarmin, una de las compañeras más cercanas, este libro es fruto de la obstinada investigación de dos hombres apasionados con la figura de la mística francesa, los sacerdotes Bernard Pitaud y Gilles François, este último postulador de la causa de beatificación de Delbrêl.

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Lo que sí sabemos es que Madeleine, que ha sufrido el alejamiento de Jean Maydieu como un choque brutal e imprevisto y que, además, se encuentra confrontada con una situación familiar cada vez más difícil, se hunde en 1925. Tiene que ir varios meses a una clínica de convalecencia en el valle de Chevreuse 30.

Allí no fue muy bien atendida, en una época en la que los problemas psicológicos no eran muy conocidos por la medicina. Parece ser, según el testimonio de Clémentine Laforêt, que estuvo mal alimentada.

En fin, podemos pensar que sus problemas de salud no influyeron en su relación con Dios; es posible que su agotamiento físico y psíquico hubiera reavivado en ella, como una reminiscencia dolorosa, el sentimiento del absurdo que la había invadido antes de su conversión. De este estado, a decir verdad, solo tenemos un indicio: el poema titulado «Le désert», que ya hemos citado, compuesto el 29 de marzo de 1924, el mismo día de su conversión. Este poema forma parte de una recopilación que presenta al jurado del Premio Sully Prudhomme en 1926 y que será publicado en enero de 1927 bajo el título La route. Sin embargo, cuando releemos la estrofa que hemos citado, nos llevamos la sorpresa de verla transformada:

Pero el desierto dijo: «Soy un océano

que posee la vida en sus olas de llamas,

un yunque abrazado donde se forjan las almas,

soy el libro abierto sobre el borde de la nada» 31.

Madeleine no nos facilita la tarea. Aquí el desierto se ha convertido en un océano de llamas «que posee la vida»; la perspectiva es, pues, positiva. El desierto no nos va a resecar, sino a quemar: la imagen del fuego es normalmente positiva en Madeleine; la empleará mucho en el futuro para simbolizar la expansión de la palabra evangélica; aquí está unida a la vida (está pensando sin duda en la zarza ardiente de Moisés).

En este fuego hay un «yunque abrazado donde se forjan las almas»; lo que significa que el desierto sigue siendo una prueba, pero que permite a las almas llegar a ser más fuertes, estar mejor armadas para el combate espiritual y la vida apostólica. Pero la última línea de la estrofa cae sorprendentemente: el desierto se convierte en «un libro abierto sobre el borde de la nada». Aquí se nos invita a ir a leer «un libro abierto sobre el borde de la nada». ¿De qué libro se trata y de qué nada?

La posición es clara: este libro no está allí para servir de adorno, debe ser leído, ya que está abierto, ofrecido a la lectura. El desierto, es decir, la prueba, ¿es el mismo libro que descifrar como parece indicar el sentido más inmediato? ¿O bien, por una de las contradicciones con las que está tan familiarizada, Madeleine quiere hablar simplemente del libro del Evangelio y más concretamente de la Palabra de Dios, de la que Cristo se alimenta en el desierto?

Sin embargo, este libro está «abierto sobre el borde de la nada». Existe un riesgo; podríamos caer en la nada al leer el libro; afortunadamente, somos fuertes, pues nuestras almas están forjadas por el fuego del desierto-océano. La nada aparece, entonces, como una tentación que se opone al libro y que quiere devorar a los que le rodean. ¿Quiere esto decir que Madeleine tiene la sensación en su larga prueba de la tentación de la nada?

No tanto la tentación del suicidio, lo que reduciría sus palabras a una dimensión meramente individual; sino la tentación, de algún modo y sin juego de palabras, la sensación de un mundo vacío, absurdo, contra el que el libro aparece como la salvación. Madeleine ha tocado esta nada en el vacío creado por la marcha de Jean Maydieu y la situación familiar, que le parece sin salida; sin embargo, esta nada la desborda por todas partes, es la nada de un mundo que se piensa absurdo, como ella misma lo pensó en otras ocasiones.

El desierto en el que Madeleine avanza es de fuego, y este fuego da la vida a su alma y la forja; el libro da sentido, pero siempre «sobre el borde de la nada». Ahora Madeleine tendrá que sacar ese mundo de la nada, igual que Dios la ha sacado a ella. Entonces, «tu himno de amor llenará el desierto», escribe para concluir el poema.

Esta interpretación es sobre todo más verosímil porque el poema fue más tarde reescrito, a inicios de 1926, y quizá incluso a finales de 1925, poco tiempo después de su regreso de Chevreuse, ya que el Premio Sully Prudhomme le fue concedido en julio de 1926 32, y hay que tener en cuenta el retraso entre la entrega del manuscrito y la atribución del premio.

Si esto es así, el hermano carmelita Jérôme de la Mère de Dieu, a quien había conocido durante el verano de 1926 en Brujas 33y al que le envió un ejemplar de La route, no comprendió bien este pasaje. Se asustó de lo que en realidad era para Madeleine una confesión de fe, consciente del abismo del que había escapado. Le responde:

La última palabra 34–¿no le importa que se lo diga?– me choca. Hay en sus versos una indiscutible inspiración, un verdadero aliento, pero hay partes en las que su inspiración parece atraerla hacia el abismo, un lugar en el que no hay esperanza, porque Dios no está 35.

En realidad, Madeleine no se siente atraída por la nada, ya que lee el libro y posee la fuerza que viene del fuego. Pero sabe lo que es el vacío, puesto que lo ha vivido, y la prueba que acaba de pasar y que no ha terminado, al menos la parte de su familia, ha reavivado el recuerdo.

Y sabe también que el libro siempre será leído «sobre el borde de la nada», ya que se lee para sacar a los hombres de la nada. No hay otra postura apostólica posible. Su inserción en pleno contexto marxista, en Ivry-sur-Seine, ocho años más tarde, simplemente con el evangelio en las manos, no tendrá otro sentido.

El padre Lorenzo

Hasta aquí, Madeleine ha caminado sola con una fe encontrada, aparentemente sin ayuda personalizada. Durante los dos primeros años que siguen a su conversión nada permite decir que se hubiera visto con un sacerdote regularmente para un acompañamiento espiritual. Sin duda, fue a alguna conferencia, como testimonian las notas tomadas en uno de sus cuadernos 36, en los que también escribía o recopilaba poemas; con fecha de julio de 1925 aparecen las notas de una conferencia sobre la Trinidad. Pero nada más. No se conserva nada de su correspondencia en esta época. Las cartas entre su madre y su tía, Alice Junière, también fueron destruidas.

Pertenece a una parroquia recientemente levantada: Saint-Dominique, en la calle Tombe-Issoire. Se encuentra muy cerca de la plaza Saint-Jacques, donde Madeleine vive con sus padres. En el otoño de 1925 es destinado aquí un joven sacerdote de 32 años, con un recorrido ya demasiado tormentoso, el padre Jacques Lorenzo.

Este sacerdote había nacido en Fontaine, en Isère, en julio de 1893. Su padre era oficial, y su madre, hija de un tesorero general del Estado en Isère. Era el séptimo de ocho hermanos. Los desplazamientos profesionales de su padre llevaron a la familia a Constantine, donde Jacques comenzó sus estudios secundarios; después van a Mans, donde los terminó en el colegio de los jesuitas.

Su vocación se despertó en su adolescencia. A los 17 años, a principios de octubre de 1910, entró en el Seminario de Issy-les-Moulineaux. Primero se instaló en la diócesis de París. Movilizado en 1914, no regresó al seminario hasta octubre de 1918, y fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1921. Animado por un vivo deseo apostólico, pidió entrar en una congregación recientemente fundada por el padre Anizan dedicada a la evangelización de los barrios pobres: los Hijos de la Caridad.

Después de un año de noviciado hizo su profesión religiosa el 20 de diciembre de 1922 y fue nombrado vicario parroquial de Nôtre-Dame Auxiliatrice, en Clichy. En esta parroquia permanecía vivo el recuerdo de san Vicente de Paúl, en la que él mismo había sido párroco en el siglo XVII. Tres años más tarde, el padre Lorenzo dejaba la congregación para volver al clero diocesano. Las razones de este cambio de opinión siguen siendo oscuras.

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