Bernard Pitaud - Madeleine Delbrêl. Poeta, asistente soci

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Madeleine Delbrêl. Poeta, asistente soci: краткое содержание, описание и аннотация

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Entrar en contacto con los escritos y con los numerosos testimonios de Madeleine Delbrêl renueva y profundiza el conocimiento que se tenía de ella. Su itinerario, del ateísmo al deslumbramiento de la fe y el compromiso, se perfila con nitidez al hilo de un relato que recorre sus sesenta años de vida, de los cuales más de la mitad suceden en Ivry-sur-Seine, cerca de París, donde, tal y como ella indica, se encontraba una población «increyente y pobre».Poeta, asistente social y mística a partes iguales y complementarias, mujer de acción y de oración, Madeleine Delbrêl (1904-1960) ofrece a nuestra sociedad secularizada y a la misma Iglesia un hermoso rostro, rico en inspiración para una vida cristiana en diálogo con el ateísmo y con la miseria en todas sus formas. Su proceso de beatificación está iniciado y su fama de santidad no deja de crecer.Treinta años después de la excelente biografía que sobre ella escribió Christine de Boismarmin, una de las compañeras más cercanas, este libro es fruto de la obstinada investigación de dos hombres apasionados con la figura de la mística francesa, los sacerdotes Bernard Pitaud y Gilles François, este último postulador de la causa de beatificación de Delbrêl.

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Pero, en torno a los 18 años, Madeleine no hace otra cosa que bailar, salir, divertirse o escribir poemas desesperados. Busca también cultivarse. Sigue algunos cursos en la Sorbona. Pero no es la asistencia a las clases de Léon Brunschvicg lo que le va a permitir salir del universo frío y desesperante en el que habita a pesar de su alegría exterior.

Este filósofo, miembro de la Academia de las Ciencias Morales y Políticas, que presidirá a partir de 1932, profesaba, no obstante, un pensamiento complejo. Se había confrontado con Pascal. Decía de sí mismo que profesaba un «ateísmo discreto»; pero, por encima de todo, buscaba criticar las razones equivocadas para creer o no creer. No excluía la religión, pero esta tenía que alojarse en los límites de la razón:

A la verdadera razón, tal y como se revela en el progreso del conocimiento científico, le corresponde llegar hasta la religión verdadera, tal y como se presenta en la reflexión filosófica, es decir, como una función del espíritu desarrollándose según las normas capaces de garantizar la unidad y la integridad de la conciencia 12.

Filosofía «idealista» a la que quizá Madeleine no pudo fácilmente acceder, a pesar de la exigencia intelectual que la animaba. Sin duda, no tenía las bases que le habrían permitido integrar el universo filosófico y, además, era muy joven. Hélène Jüng testimonió que sus preocupaciones eran otras:

Hacia 1920 estábamos juntas en las clases de filosofía de la Sorbona. Un día, al salir con la cabeza llena de tesis y antítesis, subíamos el bulevar Saint-Michel cambiando impresiones –¡que las teníamos!–; nació una gran decisión, en consonancia con la primavera que florecía en la plaza Médicis, los árboles reverdeciendo en el jardín de Luxemburgo, bajo un sol deslumbrante: permanecer siempre jóvenes pasara lo que pasara, sin importar el paso de los años.

En lo tocante a Dios, había abordado la cuestión, no sin inquietar a algunos padres de sus amigos. En particular, la familia de Lucette Majorelle, con la que iba a clases de dibujo y que vivían en la plaza Saint-Michel. Madeleine tenía 19 años en aquella época y llevaba, según el testimonio de esta joven, una vida muy libre: «Mamá siempre me decía: “Sabes que no me gusta, no me agrada que vayas con Madeleine; confío en ti, pero no debes salir con una chica que a esa edad no cree en nada”».

Y Madeleine, a la que Lucette debía de contarle las reservas de su madre, respondía: «¿Sabes, Lucette?, respeto del todo tus convicciones; yo no creo absolutamente en nada, pero en fin…». Atea sin reservas, aunque no militante y profundamente respetuosa con la fe de los demás, esta era Madeleine, lo que puede explicar su dolorosa sorpresa cuando descubra más tarde en Ivry el antagonismo combativo de los cristianos y los comunistas.

Sin embargo, en la Sorbona parece que no se limitaba a seguir las clases de filosofía, sino también las de historia e historia del arte. Si acogemos el testimonio de Clémentine Laforêt, no asistía a estas clases como simple oyente; tuvo que hacer los exámenes, pues a un profesor en concreto le había llamado la atención:

Cuando se fue de la Sorbona obtuvo dos condecoraciones, una por historia del arte y la otra por historia. Una vez el profesor dijo: «¿Quién es Madeleine Delbrêl?». Ella permaneció impasible, pero su vecina hizo señas al profesor indicando que era ella. Entonces la felicitó personalmente.

Orgullo legítimo por parte de la fiel institutriz; ¡solo esperábamos que no la llevara a las clases de Léon Brunschvicg! Fuera lo que fuera, gracias a la asistencia a estas clases pudo adquirir la cultura que le permitiría más tarde dar conferencias sobre el arte en el Círculo Saint-Dominique, así como escribir un ensayo sobre el arte y la mística, presentado y rechazado en dos editoriales sucesivamente y que hoy, desgraciadamente, se ha perdido.

Un encuentro decisivo

«Si amo, será de vez en cuando, como para probar, a escondidas» 13, decía en «Dieu est mort, vive la mort». La perspectiva de la maternidad apenas la atrae. ¿Por qué traer al mundo personas que tendrán que irse, como los demás, para entrar un día en la nada? Aunque un solo rostro puede hacer derretir el hielo que ha congelado el estanque y camuflado el jardín. En su postura de joven intelectual ya decepcionada, Madeleine ignoraba que la corriente de amor podía barrer a su paso las posiciones en apariencia más reflexivas y las defensas mejor establecidas.

Entre los distintos participantes del círculo literario del doctor Armaingaud se encontraba un joven brillante, alumno de la Escuela Central, profundamente cristiano y que había expresado su deseo de entrar en alguna Orden religiosa. Se llamaba Jean Maydieu; pertenecía a una familia de la burguesía de Burdeos que poseía una segunda residencia en Arcachon, junto a la del doctor Armaingaud. Este cuidaba a señora Maydieu, enferma de un cáncer que acabaría con ella; había aceptado ser el padrino de Jean.

Nadie se opuso a la relación que se estableció entre Madeleine y Jean, incluso se la alentó: ¿era la esperanza, en el entorno de Jean, para desviarle definitivamente de una vocación de la que se hablaba poco en aquella época? Es posible. En cualquier caso, se vieron con regularidad. Jean Maydieu acudía frecuentemente a casa de los Delbrêl, donde se quedaba a cenar: «Lo veíamos mucho», dice Clémentine.

Las visitas duraron bastante tiempo, al menos un año. Durante las vacaciones, todo el mundo se encontraba en Arcachon; navegaban, tenían largas conversaciones. Madeleine estaba enamorada, hasta el punto de que las familias y los amigos pensaban que los dos jóvenes no estaban lejos de anunciar su compromiso.

El amor acercaba cada vez más a los dos. Pero, al mismo tiempo, el trato con Jean Maydieu empezaba a sembrar la duda en Madeleine sobre su ateísmo. Cuando más tarde escriba hablando de la muerte de Dios: «¿No habrá alguna “duda” sobre esta muerte?» 14, es posible que pensara en la duda que comenzaba a invadirla, en este año de 1923, bajo la discreta influencia de su casi prometido.

¿Cómo es posible que este joven tan inteligente fuera cristiano? No olvidemos que, en esta época, para Madeleine la inteligencia era el valor supremo. Jean no hacía propaganda, pero tampoco ocultaba su fe. Lucette Majorelle dice:

Recuerdo que estuvimos bailando hasta el amanecer, y, saliendo de donde estábamos, fuimos todos juntos a misa a la iglesia que estaba más cerca, y lo que me pareció extraño fue que Maydieu había comulgado. Le dije a mamá: «Qué rara es la idea de comulgar cuando uno se ha pasado la noche bailando».

En la imaginación de esta joven, el baile debía de ser algo que estaba en las fronteras de lo permitido y lo prohibido, en todo caso, algo que no era compatible con una vida cristiana plena y verdadera. Madeleine se encontraba sin duda lejos de ese tipo de preocupaciones, aunque de todas formas admiraba demasiado a Jean Maydieu como para poner en cuestión una libertad que, por otra parte, lo único que podía hacer era llenarla de alegría.

Varias cuestiones se plantean a propósito de esta relación de Madeleine con Jean Maydieu. La primera es la de su proyecto en común. Sobre este punto, los testimonios concuerdan en cuanto a las intenciones de Madeleine, aunque existían pequeñas diferencias entre ellos. Para Hélène Jüng está claro que Madeleine proyectaba unir su vida con la de Jean Maydieu; la manera en la que ella describe el baile organizado por sus padres para celebrar el decimoctavo cumpleaños de su hija es significativa:

Recuerdo una gran velada en casa de los Delbrêl (entonces estación Denfert-Rochereau) para celebrar los 18 o 19 años de Madeleine. Estaba vestida a la griega, lo que acentuaba su perfil de camafeo […] Estaba sobre todo muy feliz por la alegría de estar oficialmente comprometida con Jean Maydieu.

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