Aquí hay que entender la expresión «creo» en el sentido fuerte de la palabra «creer». Pasó del Dios posible al Dios seguro. Pasó del Dios posible, pero incierto, a la certeza vital de creer.
Esta transformación se realiza en el interior de una tempestad sin precedentes, que hace resaltar, todavía más profundamente, la obra de la gracia en ella. Es sorprendente ver cómo a la vez se hunde en las tinieblas humanas y camina hacia la luz de Dios. El 20 de noviembre de 1923, cuando su búsqueda todavía no ha terminado, escribe en un poema a la Virgen titulado «Retable –Chanson pour Notre-Dame Officiante»:
Las almas del cielo, fantasmas sin rostros,
las de la ciudad en sus aullidos,
las de la piedra en la profundidad de las edades,
una a una han caminado hacia tu resplandor.
Y el alma de mi alma, alma de los que viven,
alma que hace romper la realidad que la abraza,
alma enloquecida en el infinito que la eterniza,
ha encontrado la paz en la plegaria de tus manos 24.
¿Cuál es esta paz que le llega por María cuando todavía no ha encontrado a Dios? Aunque no la mencione frecuentemente, la Virgen María jugó en la vida de Madeleine un importantísimo papel. Tenía hacia la madre de Jesús una devoción dulce y afectuosa, sin cursilería alguna. Al final de su recopilación de poemas en La route reúne varios dedicados a Nuestra Señora, escritos o bien antes de su conversión o reescritos después; señal de que, para Madeleine, la Virgen la acompañó en el descubrimiento de la fe.
La condujo hacia su Hijo y la acompañó después. El «alma enloquecida en el infinito que la eterniza ha encontrado la paz en la plegaria de tus manos». Es como si la dulzura de María atenuara la violencia del encuentro con el infinito de Dios, esa luz cegadora de la que hablará más tarde como una «luz negra» 25. Ese abismo insondable de los misterios de Dios 26, como dice también, abismo que todavía la asusta, que es como aliviado por la oración de las manos de María, como si esas manos la llevaran para que aceptara sumergirse en el abismo de Dios.
A través de estos textos vemos que el descubrimiento de Dios no fue brusco para Madeleine, aunque ciertamente la iluminación fue fuerte. La fue preparando durante largos meses de recorrido. Pero lo paradójico es que se llevó a cabo en medio de las tinieblas por la pérdida de Jean Maydieu y de la conmoción interior que eso llevaba consigo. Y ahí la encontramos sumergida en una dura soledad de la que su familia no la ayuda a salir.
Sus padres también están decepcionados. El probable matrimonio de su hija con el hijo de una gran familia burguesa era, sobre todo para Jules Delbrêl, un logro social inesperado. Este se vuelve contra Jean Maydieu y tendrá expresiones particularmente amargas hacia el futuro dominico que ha abandonado a su hija. Firma varios poemas con el pseudónimo «Jacques Maymort», con el que hace un desagradable juego de palabras: el joven que lleva a Dios en su apellido [Dieu] llevará en adelante a la muerte [mort].
Además, el mal estado de salud del padre de Madeleine se agravó, tanto en el plano físico como mental. Jules Delbrêl se había quedado prácticamente ciego. Madeleine tenía que transcribir al dictado de su padre los malos poemas que pretendía escribir y en los que había más de una crítica abierta a Jean Maydieu. Así, el poema titulado «Le ramier et la tourterelle»:
Pero apenas la tórtola
hubo pronunciado el nombre del tenebroso,
la paloma de repente se volvió silenciosa
y bruscamente abandonó a la bella
sin tener piedad con su pequeño corazón,
lleno de amargura y dolor 27.
Estas alusiones apenas disimuladas ciertamente no podían ayudar a Madeleine a sobreponerse de su tristeza. La situación se veía agravada aún más por el hecho de que las relaciones entre sus padres se degradaban.
El camino de fe, por una parte, y la soledad dolorosa en la que se hunde, por otra, después de la partida de Jean Maydieu, sin duda no eran dos caminos paralelos sin contacto entre sí. Tal vez se habría hundido del todo si no hubiera creído. Pero los documentos han dejado muy poco rastro de este período del que se podría pensar que fue luminoso únicamente cuando leemos lo que escribió más tarde sobre la irrupción de Dios en su existencia, que, de hecho, fue una de las etapas más oscuras y más difíciles de su vida.
Sabemos que justo después de su conversión hizo un gesto simbólico que solo contaría mucho más tarde a Jean Durand, fiel amigo de los Equipos, quien será un relator fiel: «La srta. Delbrêl cuenta que en el momento “en que se convirtió”, llevó al arzobispo dos ópalos que apreciaba mucho, y que había sido recibida un poco como por una ventanilla; en ese momento a ella esto no le sorprendió» 28.
Podemos detenernos en algunos aspectos de este gesto: primero, en el momento en el que se convirtió se vuelve hacia la Iglesia y es a la Iglesia a la que se abandona en un acto simbólico con unas joyas que le son queridas. La dimensión eclesial, pues, está presente desde el punto de partida de su vida cristiana. El gesto que realiza es profundamente femenino; pero que la Iglesia esté aquí implicada muestra que su conversión es desde el principio una conversión cristiana en todas sus dimensiones.
Llega a Cristo por el testimonio de los cristianos, y, por tanto, de la Iglesia; quiso llegar a Cristo en la Iglesia por este gesto insólito. Habría podido, por ejemplo, vender sus ópalos y dar el dinero a los pobres; esto habría significado que su conversión la había conducido no solo a creer, sino a vivir la caridad. Pero no es esto lo que hace.
Empujada por el instinto segurísimo de la fe, va al obispo (no olvidemos que este siempre será para ella el corazón de la unidad de la Iglesia diocesana, como Roma será el corazón de la Iglesia universal) y no se sorprendió de ser recibida «como por una ventanilla»; para ella, en efecto, el don que hace solo puede ser anónimo, depositado en el gran tesoro anónimo de los pobres; no busca ningún reconocimiento. Ahora es del todo de la Iglesia, unida a la Iglesia para siempre por ese don simbólico que es el don de sí misma.
Pues no hay que olvidar que Madeleine escribió, antes de su conversión, un poema titulado «Ópalos», que es uno de los más significativos del nihilismo, en el que se regodea del desprecio irónico que sentía por sus contemporáneos, quienes, no queriendo hacer frente a la muerte, profesaban diferentes tipos de esperanza, según ella, irrealistas:
He querido parecerme a un ópalo raro
que el desprecio incrusta entre sus garras orgullosas 29.
Al despojarse de sus ópalos, la misma Madeleine se despoja al menos de la jovencita desdeñosa y orgullosa que era a sus 18 años y empieza a despertarse en su corazón, que se ofrece, una humildad del todo nueva.
Es más significativo para el historiador de hoy que se haya conservado el recuerdo de ese gesto antes que el de una confesión o una conversación con un sacerdote, que posiblemente tuvo lugar, pero que desconocemos y cuyo contenido más íntimo se nos habría escapado de todas formas. Los ópalos nos dicen mucho más que una confesión. Son, de hecho, una confesión en sí.
Lo que también sabemos es que Madeleine, después de su conversión, se desligó durante un tiempo de las amistades que había forjado. ¿Se trataba para ella de una necesidad de soledad interior para evaluar su vida, la calidad de sus relaciones? ¿O bien por el efecto de sus obligaciones familiares, que hacían pesar sobre ella la mala salud de su padre? ¿Deseaba estar más cerca de sus padres? ¿O simplemente se daba cuenta de que ya no podía seguir viviendo como antes y de que tenía que darse un tiempo para buscar un nuevo modo de vida? Sin duda hubo un poco de todo esto en su actitud, que sus amigos respetaron inmediatamente después de su conversión.
Читать дальше