—¿En serio? ¿Y qué esperabais que os dijera? —Lo recorrió de pies a cabeza con su mirada y un toque irónico en su voz.
—No lo sé. Porque después de nuestros dos encuentros, no sé qué esperar de vos.
—Oh, bueno. Ya os pedí disculpas…
—E insististeis en que permaneciera en Cawdor esta noche.
—Para velar por la salud de mi hermana y mi sobrina —le reiteró encarándose con él sin perderle la mirada. No estaba dispuesta a dar un paso atrás. Era una Campbell. Y eso era decirlo todo en aquellas tierras del norte. Pero todo se complicó cuando él descendió el último peldaño de la escalera y a punto estuvo de trastabillarse con ella por querer mantener su posición.
Arthur reaccionó de manera rápida al verla retroceder sin mirar atrás, sujetándola antes de que pudiera caerse.
Amy experimentó como su pulso parecía ganar velocidad. Abrió los ojos como platos y dejó escapar un chillido por entre sus labios. No sabía si el vuelco en su pecho se debió a que estuvo a un paso de caerse o a la proximidad de él cuando se inclinó sobre su rostro de manera casual. Amy frunció el ceño y entornó su mirada con precaución.
Audrey fue testigo de la escena desde lo alto de la escalera. Y en vez de bajar esta decidió quedarse observando a ver qué sucedía con la joven Campbell y el doctor.
—Disculpad, no pensé que…
—¡Casi os abalanzáis sobre mí! —le espetó ella con el rostro encendido por el sofoco que le había provocado la cercanía de él—. ¿En qué diablos estabais pensando?
—No era mi intención. No pensé que fuerais a quedaros ahí cuando visteis que yo bajaba. De todas maneras, os pido disculpas si os asusté.
—¿Qué demonios pretendíais? ¿Asustarme? ¿A una Campbell? —entrecerró los ojos como si lo fulminara con su mirada mientras su rostro se encendía y su cabello se liberaba por completo de su recogido. Cruzó sus brazos sobre su pecho como si de una barrera se tratara. De ese modo, no se atrevería a acercarse, se dijo ella segura de sí misma.
Arthur boqueó sintiendo la boca seca al ver aquella imagen ante él. Aquel genio; no mejor, aquella furia de los Campbell en todo su esplendor. Por un instante se sintió confundido por la belleza sin igual que tenía el privilegio de contemplar. Si en un primer momento ella le había llamado la atención por su labia, en ese momento no le cabía la certeza de que era una muchacha muy atractiva.
—Solo quería ponerme a vuestra misma altura.
—¿A mi altura? Pero, ¿de qué…?
—Oh, vamos. Estaba en una situación ventajosa subido en el peldaño de la escalera. Solo pretendía que los dos estuviéramos… Me sentía incómodo por vos.
Ella elevó las cejas sorprendida por ese comentario.
—¿Por mí?
—Estabais ahí de pie, mirándome con el mentón alzado. No me hace gracia que me miren de esa forma.
—Oh, de manera que al doctor no le gusta que le miren con el mentón elevado —comentó con ironía y una mueca cínica. Pero no esperaba lo que iba a suceder a continuación—. Oohhhh, pero ¿qué…?
En un gesto inesperado por ella, Arthur la cogió por la cintura entre pequeños chillidos y exclamaciones por parte de ella y la depositó en el peldaño de la escalera. Sonrió satisfecho cuando su mirada quedó a la misma altura que la de ella.
—Ahora sí.
—¿Por qué lo habéis hecho? ¿Y quién os dado permiso para ponerme una mano encima? Soy una Campbell —le refirió orgullosa de serlo en todo momento. Lo desafió no solo con la mirada, sino con el mentón elevado una vez más.
Arthur se fijó en ella con inusitada atención. El cabello le caía en ondas sobre los hombros y el rostro otorgándole un aspecto genuino y exquisito. No entendía por qué diablos se estaba fijando en ella de aquella forma. Pero debía admitir que durante los años que había permanecido en Francia, no había conocido a una muchacha tan impetuosa y locuaz como ella.
—Bueno, lo he hecho porque de este modo ambos estamos al mismo nivel para conversar. Y soy consciente de que me encuentro en la residencia y los dominios del clan Campbell. No hace falta que me recordéis a cada momento quién sois —le dijo con una sonrisa divertida cruzando sus brazos perdido en aquella mirada luminosa llena de rabia y desconcierto.
—Temo que sois incorregible. Estoy pensándome si he hecho bien en pedirle a Colin que os quedéis esta noche.
—Pero… fuisteis vos la que me lo pidió primero —le recordó observando como ella abría la boca para rebatirlo, sin duda, pero la cerró al comprender que no le estaba diciendo nada que no fuera real—. ¿Y qué me decís de vuestra hermana y vuestra sobrina? ¿No iréis a decirme que esta pequeña confusión os ha hecho cambiar de parecer? No estáis lastimada por mi ímpetu al bajar el escalón. De haberos hecho algo, no olvidéis que soy médico. No obstante, si no hubieseis estado tan cerca de mí…
—No intentéis confundirme —Amy esgrimió un dedo de manera amenazante ante el rostro de él. Pero al momento se sintió turbada por el hoyuelo, que se le formaba en las comisuras de los labios cuando sonreía—. Os habéis abalanzado sobre mí.
—Nada más lejos de la realidad —Arthur levantó la mirada por encima de ella cuando percibió la presencia de alguien en lo alto de las escaleras, y se apresuró a hacer una señal a Amy—. Creo que estamos entorpeciendo el paso.
Esta se volvió para encontrarse con Audrey y su gesto pícaro. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Qué había visto y escuchado? No pudo evitar preguntarse cuando se apartó para dejarla pasar.
—Voy a la cocina a pedir que hagan caldo para Brenna, como me habéis pedido, doctor.
Los dos la dejaron pasar delante de ellos y antes de que Arthur le dijera nada, Amy se dirigió a esta.
—Espérame Audrey. Yo también iba a la cocina.
—¿Ibais? Pensaba que veníais de allí cuando os he visto deteneros al pie de la escalera y mirarme como si fuerais a preguntarme algo —le refirió Arthur de manera socarrona.
Amy apretó los labios y agarró su falda entre sus dedos para elevarla y bajar el escalón de la discordia entre ellos. Le sostuvo la mirada en todo momento a Arthur cuando pasó por delante de él. No pretendía si quiera mirarlo, pero su orgullo era más fuerte que su voluntad y no pudo evitar pararse y centrar su atención en él. Su cuerpo se rozó de manera involuntaria contra el de él antes de apartarse.
—Tened cuidado no tropecéis. Podríais lastimaros un tobillo —le recordó con sorna mientras no podía dejar de contemplar su belleza.
—No creo que eso suceda mientras no os mováis del sitio —sonrió convencida de que de nuevo ella volvía a ganar—. Ah, y antes de que se me olvide.
—Decidme —se quedó contemplándola con inusitado interés por lo que tuviera que añadir
—O recuerdo que no me habéis asustado antes cuando os vinisteis contra mí.
—Me alegra saberlo. Y no era mi intención.
—Hace falta mucho más para asustar a una Campbell —sonrió con ironía y picardía consciente de que volvía a quedar por encima de él. Pero al momento siguiente su sonrisa se transformó en un ligero aleteo en su pecho al mismo tiempo que el calor de minutos antes regresaba, si es que, en algún momento, mientras estuvo con Arthur, se había marchado.
Él sacudió la cabeza y resopló siguiéndola con su mirada. Lo tendría en cuenta para futuras situaciones porque estaba seguro de que estas se sucederían antes y después de abandonar Cawdor. Decidió que era un buen momento para salir del castillo y ver si Ferguson llegaba acompañando a Malcom. Deseaba que su amigo lo hiciera porque estaba convencido de que su compañía le haría más que bien para quitarse de la cabeza a la señorita Campbell.
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