Edith Stewart - El orgullo de una Campbell

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El orgullo de una Campbell: краткое содержание, описание и аннотация

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Arthur Stewart huyó de Escocia después de la derrota en Culloden. Lleva más de un año viviendo en París, junto a su colega Ferguson y al príncipe Estuardo. Pero siente el deseo de regresar a su país y establecerse como doctor. Pero su llegada va a ser de lo más agitada posible.Cuando Amy ve aparecer a Arthur para atender a su hermana, no cree que sea el más indicado por su juventud. Ese será el primer encontronazo entre ambos, pero no el único. Al parecer el doctor parece estar dispuesto a sacarla de sus casillas, cada vez que coinciden. Pero el amor es caprichoso y cuando se besan… la confusión y atracción se adueña de ambos. Él está dispuesto a cortejarla, pero sabe que ella es una Campbell y que su naturaleza le impedirá aceptar a su lado a un seguidor de los Estuardo.¿Será Amy capaz de apartar el orgullo de una Campbell y dejarse llevar por el corazón?

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—No es como en Edimburgo, claro está. Pero tampoco es el campo de batalla, no lo olvides.

—Con dedicación y tiempo podremos irlo acondicionando a nuestro gusto.

—Sí, no me cabe la menor duda. Además, presiento que tendremos tiempo para hacerlo. La casa está en muy buenas condiciones por lo que he visto.

—Supongo que el médico no tendría mucho que hacer, excepto pasar consulta.

—Y si contaba con personal de servicio que se encargara de ello…

—Si, tanto Trevelyan como Rockford nos lo han comentado.

—Eso es, un ama de llaves, una cocinera, alguien que limpie. No sé… Un grupo de personas que lleven la casa. Es lo suyo. Esperemos a que nos los envíen.

El sonido de la aldaba repicando en la puerta de manera insistente captó la atención de los dos hombres.

—¿Ya sabe la gente que hay un nuevo médico en Inverness? —preguntó Ferguson sin salir de su asombro.

—Veámoslo —dijo caminando a abrir ara encontrarse a un hombre con el rostro algo desencajado, nervioso y que lo contemplaba extrañado—. ¿Qué quiere?

—Busco al doctor, McGillvrai. Mi esposa se ha puesto de parto. Creemos que dará a luz de un momento a otro.

—Está bien, tenga calma. Yo soy el nuevo médico de Inverness. McGillvrai lo dejó.

—¿Usted? —Colin McGregor frunció el ceño y sacudió la cabeza. Estaba aturdido por todo lo que estaba pasando—. Está bien. Supongo que sabrá lo que hay que hacer en estos casos.

—Pase un momento mientras recogemos el instrumental. Este es mi ayudante, Ferguson.

—Tanto gusto señor, aunque la situación apremie —le dijo este a Colin.

Arthur regresó con su maletín de médico del que no se había separado ni en París. Suponía que le bastaría ya que nunca había asistido a un parto. Pero no se lo confesaría al futuro padre dado sus nervios.

—Vayamos.

—¿Tienen caballos? —les preguntó al verlos quedarse de pie en la entrada de la casa contemplando al suyo.

—La verdad es que no. Acabamos de llegar a Inverness, y no hemos tenido ni tiempo de instalarnos, propiamente dicho.

—Está bien. Suba usted. No hay razón para andar buscando una pareja para los dos —le dijo a Arthur—. Su ayudante puede alquilar uno en los establos, si lo prefiere y dirigirse al castillo de Cawdor. Quedan fuera de la ciudad. No tiene perdida. Si lo hace, pregunte por este. Sabrán dirigirlo.

—Haz lo que veas más apropiado Ferguson. O bien quédate y vete echando un vistazo al resto de la casa.

—Está bien. Iré a Cawdor tan pronto como encuentre un caballo.

Arthur permaneció pensativo durante unos segundos en los que trataba de centrarse en lo que estaba sucediendo. No se habían instalado en la casa y ya tenía una paciente que estaba de parto. Y nada menos que en Cawdor, el hogar de los Campbell. Si no recordaba más las conversaciones que había mantenido en París con George Murray y con el príncipe, aquel hombre debía ser Colin McGregor, el esposo de Brenna Campbell. Su historia corría como el fuego sobre la pólvora por los salones de la sociedad parisina y entre los leales seguidores del príncipe. No dejaba de ser curioso que una Campbell y un McGregor se hubieran casado, y al aparecer estuvieran esperando un hijo.

No intercambiaron ni una sola palabra durante el viaje a Cawdor. Solo cuando Colin McGregor detuvo su caballo en la entrada del castillo y un tipo alto de aspecto rudo lo sujetó por las riendas.

—Seguidme.

Arthur no se detuvo a contemplar la majestuosidad del interior que lo rodeaba, sino que se limitó a subir las escaleras de madera, de dos en dos, hasta el piso superior. Antes de llegar al último peldaño ya podía escuchar los gritos de dolor de la mujer. La señora de Cawdor, la jefa del clan Campbell en aquella región. En otras circunstancias habría tenido más cuidado con dónde se metía. Pero la ocasión no era propicia para titubeos. Además, contaba con el marido, un jacobita.

—Por aquí.

Las puertas de la habitación se abrieron de par en par provocando el sobresalto en las dos mujeres que atendían a Brenna.

—Aquí está el doctor —anunció Colin haciéndose a un lado para dejar pasar a Arthur.

—Buenas, ¿cómo se encuentra? —preguntó mirando a la mujer, cuyo rostro y cabello estaban empapados en sudor.

—Pero este no es el doctor McGillvrai —dijo Amy paseando su mirada del rostro de recién llegado a Colin en busca de una explicación.

—Ya no ejerce. Este es el nuevo médico de Inverness —resumió su cuñado señalando a Arthur, que se había despojado de su chaqueta y se subía las mangas de la camisa.

—Necesito agua caliente, trapos, y que la habitación esté caldeada —dijo señalando el hogar que había esta.

Amy permanecía paralizada observando a Arthur hacer su trabajo.

—¿Sois el nuevo médico? —entrecerró sus ojos sin apartarlos de este.

—Lo soy. Mi ayudante y yo acabamos de llegar a Inverness. Respirad, señora. Respirad.

—¿De dónde venís? —Amy entrecerró sus ojos y cruzó los brazos escrutándolo como si no se fiara de él.

—De la capital. De Edimburgo —Arthur atendía a Brenna al tiempo que respondía a las preguntas de aquella curiosa joven de cabellos negros y ojos claros e inquisidores.

—¿Tenéis experiencia en traer niños al mundo? Dejad que os diga que me parecéis muy joven para ser un médico —le refirió con un toque de sarcasmo que provocó en él una mueca irónica.

—¡Amy! Deja hacer al médico su trabajo —le comentó Colin mirando a esta preocupado por la situación de Brenna, y ofendido por sus preguntas.

—No mucha la verdad. Y en cuanto a mi edad, que no os confunda mi aspecto con mis conocimientos y experiencia en medicina —le dijo sacudiendo la cabeza sin perder de vista a Brenna—. Si no os importa, responderé a todas vuestras preguntas cuando haya concluido con lo que tengo entre manos.

—Aquí tenéis el agua y trapos limpios —le dijo Audrey.

—Me gustaría que hubiera el menor número de personas en la habitación —dijo echando un vistazo por encima del hombro hacia Colin, y al mismo hombre que había recogido el caballo al llegar a Cawdor.

—Yo me quedo —dijo resuelta Amy retando con su mirada al nuevo médico.

—No esperaba menos de vos, señorita… —se quedó callado contemplándola por encima de sus anteojos a la espera de que le hiciera el honor de decirle su nombre.

—Amy Campbell —le respondió segura de sí misma en todo momento. Con orgullo y determinación.

—De manera que sois la hermana de nuestra futura madre.

—Así es. Y futura tía de la criatura.

—En ese caso, seréis mi ayudante Amy Campbell, ya que al parecer Ferguson, el hombre que me ha acompañado desde la capital, no ha encontrado un caballo en Inverness para llegar hasta aquí. Y esto no puede demorarse por más tiempo.

—Como queráis… —balbuceó al escuchar aquella petición tan sorprendente e inesperada. Sintió el sudor frío recorriendo su espalda, y el nudo que se cerraba en su garganta.

—Cerrad la puerta y procurad que nadie entre —le pidió a Audrey—. Pero vos quedaos Amy, podría necesitaros —le aseguró con una mirada y una sonrisa divertidas.

—Como gustéis, señor.

—Está bien Brenna, vamos a ello. Seguid respirando —le pidió mientras se colocaba delante de ella y se disponía a traer al mundo una criatura. Cogió aire y fijó su atención entre los muslos de la muchacha. No recordaba haberse puesto tan nervioso en todos los años que llevaba ejerciendo la medicina. Había visto fracturas, había amputado miembros, suturado infinidad de heridas durante la rebelión, pero nunca había atendido un parto—. Amy sujetad a vuestra hermana. Y vos, Brenna empujad un poco.

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