La siguiente pirámide, de población urbana en Colombia de 2015, nos facilita ver las tendencias de las dinámicas demográficas del país:
FIGURA 1.Pirámide de población urbana en Colombia, 2015.
Fuente: elaborado con base en Profamilia y Ministerio de Salud y Protección Social (2017).
La gráfica muestra una progresiva reducción relativa de la población menor de edad, 0 a 15 años, lo que trae como consecuencia el aumento de quienes están en capacidad de trabajar, 19-55 años, y un crecimiento de la población mayor de 65 años. Para las zonas urbanas las y los menores de 5 años representaron el 8.4 %, entre 5 y 9 años, el 8.4 % y entre 15 y 19 años, el 8.8 % (Profamilia, 2015). En ese sentido, los datos reportan que la relación de dependencia demográfica nacional está descendiendo: en 2015 alcanzó un 52 % frente al 56 % del 2010. 15
Como observamos en la pirámide, la tasa de fecundidad urbana 16sigue descendiendo entre 1964-1970, de 7.0 hijos por mujer a 1.8 (Profamilia, 2015). Debemos anotar que en las áreas urbanas la fecundidad aumenta en los sectores de menor quintil de ingreso y cuando el nivel educativo de las mujeres es más bajo (Profamilia, 2015). No obstante, la única tasa de fecundidad que apenas decrece un mínimo es la de adolescentes: en las zonas urbanas este porcentaje llegó al 15.1 % para las mujeres entre 15 y 19 años. Como consecuencia de este comportamiento de la población, el promedio de personas por hogar ha disminuido: para el 2015 fue de 3.5 respecto al 4.1 del 2005 (Profamilia 2015). Además, reconocemos un aumento de la esperanza de vida al nacer, que, según el Banco Mundial, en 2016, llegó al total nacional de 71 años para los hombres y 78 años para las mujeres.
Una constante histórica de los grupos familiares ha sido su diversidad (Pachón 2007), mostrada por la antropología desde Virginia Gutiérrez de Pineda (1990), quien a mitad del siglo XX fue describiendo la enorme variedad de organización de las familias en las regiones colombianas. Esta tendencia sigue presentándose en los sectores urbanos, como lo indican las últimas encuestas de Profamilia. Como tendencia general, entre 1993 y 2015 se mantienen los hogares nucleares con diferentes características: más uniones monoparentales y más parejas sin hijos o hijas. Ocurre a la vez una continuidad del hogar extenso y el incremento de hogares compuestos, sin núcleo parental y unipersonales.
TABLA 1.Conformación de los hogares entre 1993 y 2015 17
TIPOS DE HOGARES |
1993 |
2005 |
2010 |
2015 |
Nuclear |
54.9 |
53.3 |
55.4 |
55.5 |
Nuclear y pareja con hijos |
38.4 |
35.5 |
35.5 |
33.2 |
Nuclear pareja sin hijos |
5.9 |
6.6 |
7.8 |
9.8 |
Monoparental |
10.6 |
11.2 |
12.3 |
12.6 |
Extensa |
30.4 |
33.6 |
30.9 |
30.0 |
Monoparental, hijos y parientes |
14.0 |
10.2 |
11.2 |
9.8 |
Parejas, hijos y parientes |
15.3 |
16.2 |
16.3 |
12.8 |
Compuesta |
10.2 |
5.4 |
4.2 |
3.2 |
Unipersonal |
6.9 |
7.7 |
9.5 |
11.2 |
Fuente: Puyana y Lamus (2003, p. 36); Profamilia (2005; 2010); Profamilia y Ministerio de Salud y Protección Social (2017).
Aunque en 2018 la población en edad de trabajar (PET) llegó aproximadamente al 80 % de la población colombiana —en el segundo trimestre del año—, la distribución del trabajo por sexos constituye una situación desfavorable para las mujeres: “Los hombres representaron 58.2 % de los ocupados y las mujeres 41.8 % y la población desocupada estuvo compuesta por un 44.1 % de hombres y un 55.9 % de mujeres.” (DANE, 2018, p. 3). Las tasas de participación inclinaron su balanza hacia los hombres: “En el trimestre móvil marzo-mayo 2018, de 74.2 % para los hombres y 54.0 % para las mujeres” (DANE, 2018, p. 4).
Esta perspectiva de desequilibro en las oportunidades laborales de hombres o mujeres contiene múltiples facetas: por un lado, la proporción de hombres empleados es de 72.6 % en las zonas urbanas, mientras que la de las mujeres es de 56.6 % (Profamilia, 2015). Son ellas quienes se concentran en el sector informal, suelen contar con ingresos más bajos que los hombres y trabajar en ocupaciones de baja productividad asociadas a menores remuneraciones. A la vez, están sobrerrepresentadas en los hogares en situación de pobreza, así como en los hogares monoparentales. 18
En ese sentido, los datos de la ENUT (2016) nos indican las dificultades de las mujeres colombianas trabajadoras y las amas de casa para cumplir con el cuidado directo e indirecto de las nuevas generaciones. Los datos nos muestran que mientras ellas desarrollan en promedio siete horas y catorce minutos 19para estas labores, siguen representado el doble del tiempo del estimado para los hombres, que es de tres horas y veinticinco minutos (ONU Mujeres, 2018). Los estudios de la misma encuesta señalan que las actividades del hogar enfocadas al suministro de alimentos, cuidado físico de personas, cuidado pasivo —estar pendiente— y de limpieza y mantenimiento se concentran en las mujeres respecto a los hombres y que las brechas más amplias por sexo son: el suministro de alimentos 74.4 %, y la limpieza del hogar el 69.9 % (DANE, 2016).
El panorama presentado nos lleva a concluir que persisten contradicciones para garantizar un buen cuidado de NNA. Por un lado, los datos demográficos presentados nos muestran un panorama alentador para el cuidado de las nuevas generaciones, ya que sigue presentándose una tendencia hacia la disminución de la mortalidad infantil. 20Este decrecimiento obedece a un cambio en la mentalidad sobre la infancia, en los patrones de crianza y en las formas de atención, especialmente al nacer, y un aumento de la edad del primer embarazo, así como el desarrollo de políticas públicas orientadas a la protección de la infancia o de las gestantes.
Al mismo tiempo, las tendencias ocupacionales de las mujeres, quienes han sido tradicionalmente las cuidadoras, nos indican que persiste en el país crisis o déficit del cuidado en el sentido de que sobresalen las dificultades para alcanzar niveles satisfactorios de bienestar de quienes cuidan —tiempos, recursos, transporte, apoyo estatal—, dado el panorama ya enunciado en las ciudades colombianas, como veremos en los próximos capítulos. Como dice Irma Arriagada (2012) para Santiago de Chile, se trata de la crisis por la falta de quienes cuidan.
Otra dificultad en el cuidado podría ser ocasionada por la delegación de NNA a otros parientes, dado que las redes parentales no siempre apoyan con suficiencia a quienes trabajan fuera del hogar o, en especial, a hijos e hijas de emigrantes, como ha ocurrido constantemente según las condiciones de oferta de mejores oportunidades laborales en el exterior (Micolta et al. , 2013). De todos modos, una meta para las ciudades colombianas es compartir el sueño de un contexto que convierta a las “ciudades en cuidadoras” y facilite la vida de NNA y de quienes les apoyan, como afirma Rico (2017):
Una ciudad inclusiva y cuidadora supera las visiones dicotómicas basadas en los ámbitos productivo y reproductivo y se constituye en un espacio de ejercicio de los derechos de ciudadanía, donde se articulan tanto la producción y el consumo como la reproducción de la vida cotidiana, para la cual el cual el trabajo vinculado a la satisfacción de las necesidades de cuidado es esencial. (p. 12)
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