Una vez aceptamos lo complicado de intentar comprender lo que provoca que ‘esa magia’ suceda en nosotros, la mejor opción es analizar lo que provoca que esa magia se dé en otros, y fijarnos en los actores que admiramos.
¿Qué provoca que ciertos actores sobresalgan del resto?
Cuando haces esa pregunta solemos obtener la siguiente respuesta: el talento.
Pero ¿qué es eso? ¿Dónde reside? Y lo más importante, ¿por qué lo experimentamos a veces, y otras veces no?
Nadie tiene respuesta a eso. Lo más que se puede decir sobre el talento es que es una cualidad innata, una facilidad natural para desarrollar alguna actividad. Pero hay personas que tienen talento y no llegan a ninguna parte. Y otras que quizás no tenían esa facilidad, pero que llegaron a destacar como deportistas, cantantes, bailarines o actores. Este punto era fácilmente observable al analizar las carreras de algunos actores, en los que sus primeros trabajos pasaron desapercibidos, pero que con el tiempo se forjaron grandes carreras. En otras ocasiones hemos presenciado la opera prima de algún actor y nos ha dado la impresión de que tendría una brillante carrera, para luego descubrir que sus siguientes creaciones eran mediocres.
Cuando el resultado se define por una serie de altibajos, sin importar que sean más los altos o los bajos, solo puede ser debido a que no seguimos un proceso, una serie de pasos comunes.
¿Cómo lo han logrado los actores que admiramos? Son muchas las variaciones que encontramos; a veces parecía que era casi inevitable debido al guion, al director y al casting. A veces, pero no siempre. Los productores de El Padrino no querían a Marlon Brando y el director, Francis Ford Coppola, no tenía nada claro que la película llegara a ser un éxito. Más bien la consideró el final de su carrera como director.
El personaje de Hannibal Lecter no era ni el protagonista ni el oponente principal de El silencio de los corderos, pero fue tal el impacto de la creación de Anthony Hopkins que no solo es el primer personaje del que nos acordamos al pensar en esa película, sino que posteriormente se desarrollaron dos películas más basadas en ese personaje. E incluso una serie de televisión sobre su infancia.
Todos los actores antes mencionados siempre presentan un gran nivel en sus creaciones, y esto solo puede ser debido a la ética de trabajo de dichos actores. Es decir, al proceso de trabajo que seguían, ya fuera debido a su talento, a su intuición, a su experiencia o a su formación.
Pero ¿qué era lo que provocaba que algunas de sus creaciones se convirtieran en personajes inolvidables que impulsaban sus carreras profesionales? Tras analizar esos personajes llegamos a la conclusión de que habían encontrado un resorte, un punto de apoyo, un pequeño gran detalle que transformaba su creación, “impulsándola” de forma que permanecía en nuestra memoria, convirtiéndose en un personaje inolvidable y en una inspiración para todos los que amamos esta profesión.
Son muchas y variadas las razones que encontramos de estos pequeños grandes detalles, pero de alguna forma se descubre que todo estaba conectado.
Todo surgía de un entendimiento profundo del guion y de su personaje
Te propongo un ejercicio. Selecciona una película que aún no hayas visto de un actor o actriz que admires. Consigue el guion, léelo y selecciona una escena, preferiblemente una en la que el personaje tenga un texto suficientemente largo y que no necesite réplica. Trabaja la escena como trabajes normalmente, y grábate. Ahora es el momento de ver la película y observar la escena que seleccionaste. Observa con atención al personaje creado por el actor que admiras. Ahora contempla la escena que tú interpretaste. No se trata de compararte, sino de observar la profundidad y sutileza de los trabajos que ambos habéis creado.
Sería interesante que repitieras el ejercicio, con una escena diferente, una vez hayas leído este libro.
Si hay diferencia, habrás encontrado una forma de trabajar que te acercará a tu deseo de ser un gran actor, como esos que admiras.
LOS PERSONAJES QUE ENAMORAN
Cierto día vi una película en la televisión, La felicidad nunca viene sola (James Huth, 2012). Se trata de una comedia romántica francesa, sin pretensiones, pero que me conmovió, me había “enamorado”—incluso me inspiró para escribir un guion—. La actriz era Sophie Marceau. Sabía que ya la había visto en varias películas. Busqué su filmografía y, efectivamente, actuó junto a Mel Gibson en Braveheart (Mel Gibson, 1995) —Oscar a la mejor película y al mejor director— y en la película de James Bond, protagonizada por Pierce Brosnan, The world is not enough (Michael Apted, 1999), por mencionar algunas.
¿Qué había provocado que ahora me enamorara, si ya la había visto antes y me había pasado “desapercibida”? Seguía siendo la misma actriz, muy atractiva. Pero ahora, con cuarenta y cinco años, seguramente no sería tan atractiva como con treinta. Nos pasa a todos. En fin, que este “amor” no podía surgir de su apariencia, sino de otra cosa, de su personaje. Había creado un personaje que enamoraba, y esa era exactamente la idea que barruntaba en mi interior.
Reflexionando sobre el asunto, una segunda película me confirmó que iba por el camino correcto. Se trataba de La mujer maravilla (Patty Jenkins, 2017), y la actriz en cuestión, Gal Gadot. Otra vez consiguió enamorarme. De nuevo, intuía que ya la había visto antes. Busqué su filmografía y la localicé en varias de la saga Fast and Furious y en Criminal (Ariel Vromen, 2016) junto a Kevin Costner. Una mujer de gran belleza, pero que no había conseguido provocar en mí esa emoción hasta que vi La mujer maravilla. De hecho, ninguna otra de la saga Fast and Furious o de La liga de la justicia me han conmovido de la misma manera. Quedaba confirmado: no me enamoraba de la belleza de la actriz, sino de cierto personaje que habían creado en una determinada historia.
Entonces recordé haberlo experimentado antes. Con cinco o seis años vi una película sobre un explorador que llegaba a una isla hawaiana... En fin, no he vuelto a ver la película, ni siquiera recuerdo el título, pero no he podido olvidar la emoción que me produjo.
Este es el poder de nuestra profesión, tocar el corazón del espectador
Fui entonces consciente de que una serie de personajes, como el Vito Corleone de Marlon Brando, el Hannibal Lecter de Anthony Hopkins y el Reinaldo Arenas de Javier Bardem, que eran un referente para mí desde mis inicios como actor, también me habían enamorado, de una forma diferente, quizás porque se trataba de personajes masculinos. Descubrí que eso, los personajes que enamoran, debía ser la meta hacía la que enfocar mi carrera, tanto como actor, director y escritor, como en mi labor docente.
Entonces, la pregunta que debemos hacernos es, ¿qué provoca que ciertos personajes enamoren?
Si la expresión “personajes que enamoran” te produce rechazo, aunque como artista deberías estar libre de ese tipo de prejuicios, cámbiala por “personajes inolvidables”, que para el caso viene a ser lo mismo. No obstante, existen personajes que se hacen inolvidables porque son un verdadero desastre.
En los ejemplos anteriores he citado a personajes protagonistas de la historia —Reinaldo Arenas, La Mujer Maravilla—, oponentes principales —Charlotte Posche en La felicidad nunca viene sola— y aliados —Vito Corleone y Hannibal Lecter—. Es decir, cualquier personaje puede estar construido de forma que permanezca en nuestra memoria, que enamore o fascine. Ahora bien, generalmente será del protagonista de la historia del que nos enamoraremos. Esto es así porque vemos la historia a través de sus ojos, y será el personaje más y mejor desarrollado.
Los guiones deben diseñarse para conseguir que el espectador se enamore del protagonista, para que sufra en sus carnes el destino del mismo, para que deseemos que logre su deseo y tenga una vida mejor. Aunque en ocasiones el personaje más fascinante puede no ser el protagonista, o que el guion no consiga que te enamores de ningún personaje, que es lo más común.
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