La argumentación básica que encontramos en los trabajos compilados en esta obra es que al iniciar el siglo XXI, la definición institucional de qué es la nación mexicana ya había cambiado, y la antropología como disciplina estaba también sujeta a grandes cambios. De ahí que podemos advertir la importancia de revisar a la luz de los aportes del libro mismo lo que podemos entender en el siglo XXI por “antropología mexicana”.
Para contextualizar esta reflexión, quisiera proponer que la antropología en México ha pasado por tres etapas subsecuentes. La primera de ellas, la etapa internacional, tuvo como uno de sus principales impulsores a Manuel Gamio quién se formó en los Estados Unidos y con el apoyo de Franz Boas promueve la institucionalización de la antropología en nuestro país. Gamio, escribió la conocida obra Forjando Patria en anticipación a los trabajos de redacción de la Constitución Mexicana de 1917, y con ello contribuyó de manera importante a construir un sentido de la mexicanidad que incluyera a la numerosa población indígena de nuestro país, aunque subsumiéndola en un proyecto modernizador que proponía la configuración de una única cultura nacional. Manuel Gamio contribuyó a conocer a la población indígena del país, y al mismo tiempo realizó investigación sobre los mexicanos en Estados Unidos. De esta manera, por un lado la antropología en México surge en el marco de una relación internacional, al mismo tiempo que contribuye a la consolidación del hábitus de la nación donde finalmente se institucionalizó.
En la segunda mitad del siglo XX, se inicia un periodo multinacional de la antropología a partir de la incorporación de marcos teóricos e investigadores formados en otras latitudes quienes se suman a las demandas indígenas del país, para cuestionar el modelo de unidad cultural subyacente en el modelo de nación existente. Esta antropología, crítica y comprometida como lo muestran las contribuciones en este libro, contribuye con los movimientos indígenas para introducir en la constitución una transformación del sentido de la mexicanidad y proponer un modelo multicultural (y más tarde pluricultural) de nación. Es en estos mismos años que se introduce una modificación en la constitución que permite el reconocimiento de la población de origen mexicano en otros países como connacionales, con lo que se termina con el modelo de estado-nación imperante hasta ese momento que suponía la unidad entre una nación, un territorio, subordinados a un gobierno, para dar paso a una nueva relación entre el estado y una nación pluricultural y diaspórica.
El fin del nacionalismo como lo conocimos en el siglo XX coincidió también con una transformación en la estructura disciplinaria de la antropología. Esta transformación puede encontrarse en los escritos de Ángel Palerm, quién sostuvo que las antropologías nacionales que hoy conocemos como antropologías del Norte (culturalismo estadounidense, antropología social británica, etnología francesa) se sustentaban sobre una matriz colonialista. El marxismo sería el instrumento para romper con el colonialismo, pero el marxismo mismo había sido influido por ideologías nacionales (maoísmo, stalinismo, etc.) por lo que requería de la antropología para su transformación. La crisis conjunta del marxismo y la antropología señalada por Palerm, desde mi punto de vista, señala el origen del periodo transnacional de la antropología.
En este periodo transnacional, fenómenos como la migración, con su consecuente implosión del campo en la ciudad como muestra Adriana Aguayo y del tercer mundo en el primer mundo como suponen los estudios de migración internacional de Ana Paula y Pablo Castro, provocaron lo que Michael Kearney llamó “el fin de la distancia radical entre el Yo antropológico y el Otro etnográfico”. Lo mismo sucede con el reconocimiento de los aportes teóricos de las poblaciones que hasta ese momento se consideraban sujetos de estudio antropológico. Por otro lado, los cambios en la tecnología obligaron a una reflexión sobre categorías básicas como el tiempo y el espacio.
Entonces, en esta etapa de la antropología mexicana que hemos caracterizado como transnacional, podemos encontrar tres tipos de transformación que son referidos en este libro y que revisaremos en los siguientes párrafos. En primer lugar, encontramos cambios en la demografía y estructura de la disciplina. En segundo lugar, vemos cambios en la forma en que la disciplina conoce la realidad que estudia. Y finalmente, encontramos cambios en la manera en que la realidad es concebida o conceptualizada.
Las antropologías nacionales del Norte, como se les ha llamado, tenían configuraciones subdisciplinarias propias. El modelo desarrollado en Estados Unidos era el de los cuatro campos que incluían por ejemplo a la arqueología y la lingüística, mientras que las divisiones subdisciplinarias de la antropología social británica se alineaban con la política y la economía entre otras disciplinas. La contribución de Carlos Aguado en este volumen nos permite pensar que la antropología mexicana en su periodo transnacional, experimenta nuevas alianzas con otras disciplinas como la psicología, y lo mismo podemos inferir de los trabajos de Angela Giglia cercanos a la urbanística y la geografía, y de Antonio Zirión y Ana Paula y Pablo Castro vinculados a las artes.
El trabajo de Luis Reygadas nos alerta de un cambio demográfico en la antropología, pues los egresados de los planes de formación a nivel licenciatura y posgrado han multiplicado el número existente de profesionales en la sociedad, y al mismo tiempo se enfrentan ahora a un mercado de trabajo precarizado. Pero sabemos también que los nuevos antropólogos incluyen a un porcentaje mayor de otros géneros que no son el masculino, provienen de sectores económicos menos favorecidos de la sociedad y representan un número mayor de orígenes étnicos, religiosos e incluso nacionales, diferenciándose así del perfil profesional de las etapas anteriores de la antropología. En cierta forma las autoras y autores que participan en este libro expresan esa nueva sociología con una presencia mayoritaria de mujeres, y una diversidad de orígenes nacionales y lingüísticos.
Esta nueva sociología de la antropología mexicana es sólo un punto de partida para entender el cambio en el lugar que ocupa el sujeto que hoy construye el conocimiento antropológico. La descolonización del conocimiento antropológico, pero sobre todo de su práctica, ha llevado al surgimiento de otras epistemologías que reconocen el papel como etnógrafos y teóricos de la realidad contemporánea, de quienes antes se veían al margen de la disciplina. No solamente me refiero a la creciente diversidad de quienes han egresado de los programas de formación antropológica, o a quienes han sido formados en programas educativos propios (como lo señala en este libro Roxili Nairobi Meneses), sino por el reconocimiento del poder analítico e interpretativo de la realidad que otorga el conocimiento situado y la diversidad de saberes de minorías sociales varias (como lo indica en su colaboración Laura Valladares).
Este cambio epistemológico en la antropología mexicana del siglo XXI, tiene su contraparte en la revisión reflexiva sobre el trabajo etnográfico y teórico disciplinario como nos muestra María Ana Portal en su contribución. Hay en ello un recurso a la nación de simetría, pues entonces el reconocimiento del potencial descriptivo y analítico de quienes se encuentran en los márgenes de la disciplina tiene su correlato en la revisión crítica de las implicaciones que tiene para el conocimiento el lugar que ocupa la o el antropólogo en la academia y en la sociedad. No se trata solamente del lugar de privilegio que ocupen en las universidades e institutos, sino también su posición de subalternidad relativa respecto a las élites nacionales (como lo muestra en su contribución a este libro José Antonio Melville); así como su posicionamiento y experiencia en la sociedad como nos mues tra Margarita Zárate en su discusión sobre la violencia en su estado natal y el papel de sus propios afectos en el proceso de comprensión de dicho fenómeno.
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