Los vínculos entre ciudadanos y Estados disminuyen su protagonismo cuando la resistencia toma como referencia, más bien, acciones solidarias de la sociedad civil. El análisis de Ana Paula Castro Garcés y Pablo Castro Domingo sobre la 72 Hogar Refugio para Personas Migrantes, en Tabasco, muestra que necesidades básicas de centroamericanos que cruzan México —hospedaje, comida, atención médica y asesoría jurídica— no son ofrecidas por los servicios de migración sino por esta institución franciscana y por Médicos sin Fronteras. El hecho de que una organización católica incluya en sus beneficiarios a migrantes de la comunidad LGBTTTI evidencia desplazamientos aun en instituciones tradicionales.
La multiplicación de actores, que se mueven de sus lugares convencionales, ha llevado, desde el periodo de auge del posmodernismo, a aceptar la fragmentación de lo social como una tendencia inexorable. Sin duda, la caída de grandes relatos unificadores —cristianismo, liberalismo, marxismo— y, al mismo tiempo, la interrelación de conjuntos poblacionales y culturales de difícil convivencia indujo a cancelar las preguntas por la totalidad social. Una visión de la antropología como estudio sólo de lo local o de etnias o regiones separadas parecía favorecida por esta focalización en lo particular y lo micro.
Sin embargo, la interdependencia entre culturas acentuada por las migraciones y los intercambios globalizados (de mercancías físicas, mediáticas y virtuales), así como la concentración empresarial mundializada de bienes y servicios, pone en el centro la cuestión de la totalidad —o las totalizaciones— que abarcan nuestras vidas en sociedades distantes. La desglobalización o repliegue de tantas naciones en la segunda década del siglo XXI (Brexit, Trump, etcétera) no quita fuerza a las guerras comerciales y socioculturales que nos siguen exigiendo interactuar. Las crecientes caravanas de migrantes de países latinoamericanos, de las que se ocupa este libro, o de África y Asia a Europa, la exasperación de la xenofobia y las indignaciones contra los monopolizadores globales de datos evidencian que las preguntas por cómo nos totalizamos siguen importando.
¿Por qué la antropología, que tanto contribuyó a pensar vastos conjuntos poblacionales (en México la formación multiétnica de la nación) y a analizar críticamente los colonialismos, no va a poder renovar sus instrumentos para dilucidar cómo convivimos actualmente en grandes escalas? Debemos preguntarnos, entonces, si nuestro objeto principal de estudio debe ser la cultura, o culturas aisladas, es decir la diversidad, o más bien la interculturalidad.
Varios artículos del libro se hacen cargo de implicaciones de esta redefinición de la tarea antropológica. ¿Hay lugares distintivos de esta disciplina? ¿El barrio, el pueblo, el salón de baile, la iglesia, el tianguis o el centro comercial? ¿Son los sitios donde habitamos u otros los “productores de un sentido común, con formas de expresión y un lenguaje específico que atraviesa los sujetos que los habitan”? pregunta Angela Giglia. Necesitamos pensar como lugares también las plataformas (Google Maps, Waze) que guían nuestra movilidad urbana e invitan a subir fotos de sitios o comentarios útiles para otros habitantes o transeúntes. Los espacios inmateriales o los discursos sobre los que están físicamente en el mapa se hallan en el núcleo de los desafíos; “la etnografía del lugar empieza hoy frente a la pantalla del teléfono”, dice Giglia.
En el interjuego entre lugares tradicionales que siguen importando como configuradores de lo social, las plataformas y la indagación de totalizaciones —un orden metropolitano, una geopolítica de la interculturalidad, la dispersa constelación de datos en los algoritmos— se están decidiendo los sentidos que hoy debemos explorar en las ciencias sociales. Seguimos necesitando estudios monográficos de casos que parecen únicos y también los intercambios con lo que no está a la vista o nos exige otras experiencias de la presencia, la distancia y lo que no parece claro dónde está ni cómo se decide.
Entre los méritos de este libro encontramos el que sus autores reelaboren lo que vieron como descubrimientos en sus investigaciones, o de equipos en los que participaron y tesis que dirigieron, o sea reabrir las vitrinas construidas por la antropología en el siglo XX. El conocimiento de objetos, personas y clasificaciones con los que la disciplina mostró su fecundidad para contribuir a desarrollar la nación se extiende hoy a otras interacciones conflictivas de una sociedad que se descompone, se rehace con dificultad, parece a veces cerrarse a la comprensión de sus dramas y estimula, por eso, a ensayar nuevas entradas.
Borges, Jorge Luis (1998) Prólogos con un prólogo de prólogos, Madrid, Alianza Editorial.
Clifford, James (1999) Itinerarios transculturales, Barcelona, Gedisa.
*Profesor-investigador distinguido de la Universidad Autónoma Metropolitana e Investigador Emérito del Sistema Nacional de Investigadores.
Prólogo
Repensando la antropología y la mexicanidad en el siglo XXI
Federico Besserer *
¿Cuántas formas podría haber de repensar la antropología mexicana? Esta es una pregunta que la antropología se ha hecho cada vez que emprende la tarea reflexiva para poder comprender qué es lo que hicimos, cómo lo estamos haciendo, y para qué lo hacemos. En una conocida disertación al respecto, Adam Kuper debatía si debían ser los historiadores o los antropólogos quienes realizaran esta tarea. Del mismo modo, podríamos preguntar si el enfoque que debemos privilegiar es el estudio del desarrollo de las ideas en la antropología (en cuyo caso requeriríamos de la filosofía de la ciencia), o si debemos enfatizar en el contexto y el entramado social que le han dado sustento al quehacer de los antropólogos (en cuyo caso sería una tarea para la sociología de la ciencia). El texto Repensar la antropología mexicana del siglo XXI. Viejos problemas, nuevos desafíos coordinado por María Ana Portal, que incluye los textos de catorce autores, toma la ruta de hacer esta revisión desde el punto de vista de los practicantes de la disciplina y desde sus propias experiencias.
Repensar la antropología mexicana del siglo XXI es sin duda un ejercicio de actualización útil sobre algunos de los problemas sociales que ocupan a las antropólogas y antropólogos, de las preguntas que orientan la investigación, y de las teorías y métodos que están siendo usados para estudiarlos. Pero en una lectura más profunda, el texto es un ejercicio robusto que se propone repensar qué es la mexicanidad en el siglo XXI, cómo ha cambiado la antropología en el nuevo milenio, quiénes practicamos la disciplina después de un siglo de su institucionalización en el país, cómo contribuye nuestra disciplina a entender los profundos cambios que vive la sociedad, y cuál es la relación entre los diversos actores que participan en la investigación y la docencia antropológicas en nuestro país.
Esta segunda intención del libro que nos ocupa, surge en un momento en el que varios programas de trabajo a nivel latinoamericano y mundial se proponen revisiones similares. Por un lado, encontramos el proyecto Antropologías del Mundo que se propone como un ejercicio para conocer, visibilizar, e incidir en las desigualdades entre las antropologías del Norte donde la disciplina surgió, y las miradas desde el Sur, donde la antropología ha tomado una gran preponderancia y ha construido una mirada crítica. Por otro lado, encontramos esfuerzos como el proyecto Otros Saberes para replantear la práctica de la antropología de manera que reconozca el papel protagónico que juegan quienes hasta ahora han sido vistos como el objeto de la investigación disciplinaria, en la construcción del conocimiento antro pológico sobre el mundo contemporáneo.
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