Escena de Diálogos de carmelitas , de Francis Poulenc.
• Horca: por motivos bien distintos, Billy Budd y Jim Mahoney ( Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny ) acaban sus días colgados del cuello en un patíbulo. Como veremos, Dick Johnson ( La chica del Oeste ) tiene mejor suerte y se libra de la muerte en el último momento.
• Disparo de arma de fuego: Mario Cavaradossi ( Tosca ) muere ante un pelotón de fusilamiento y Leon Klinghofer ( La muerte de Klinghofer ) víctima de un atentado terrorista histórico.
• Otras formas de ejecución menos frecuentes son el enterramiento vivo de Radamés (al que se suma voluntariamente Aida ) o el linchamiento de Cardillac , el orfebre que asesinaba a sus clientes.
Otros homicidios «justificados» son los que ocurren como consecuencia de un duelo o bajo circunstancias atenuantes o eximentes:
El combate a muerte entre dos personas que previamente se han retado es una modalidad de homicidio no legal pero aceptado en ciertas épocas y sociedades como medio de dirimir de forma trágicamente absurda cuestiones de honor entre caballeros. Es así como Eugenio Oneguin mata a su mejor amigo Lenski, Alfio al amante de su mujer, Turiddu ( Cavalleria rusticana ) o el torero Paquiro a Fernando en Goyescas .
Lohengrin no desea la muerte de Telramund y lo demuestra perdonándole la vida cuando lo vence en el juicio de Dios del primer acto. Pero en el tercero el recalcitrante Conde ataca al caballero desconocido en su alcoba nupcial y a éste no le queda más remedio que defenderse, y en la refriega lo mata.
En Tosca , la protagonista apuñala a Scarpia cuando el sádico barón se abalanza sobre ella para violarla como cobro no consentido del perdón de Cavaradossi que, además, es falso. En Tiefland , Pedro estrangula a Sebastián cuando éste pretende forzar a su esposa Marta. En Sigfrido, éste mata al enano Mime cuando el pájaro del bosque le revela que pretende envenenarlo.
Enajenación mental súbita
Quizás el rapto de locura más famoso de la historia de la ópera sea el de Lucía de Lammermoor cuando mata a Arturo en la noche de bodas.
Escena de La médium , de Gian Carlo Menotti.
Aterrorizada por lo que cree un fantasma, Madame Flora ( La médium ) dispara su pistola contra el teatro de marionetas tras el cual se esconde el gitanillo mudo Toby.
Desde un punto de vista dramático, el suicidio es un modo de morir más noble, elevado y trágico que el homicidio. Sobre el escenario operístico, matarse da más juego teatral que sufrir una humillación, asumir un resto de existencia desdichado e incluso que ser asesinado. Lo más preciado que tiene el ser humano es su vida y para quitársela por su propia mano se necesita una poderosa razón que pueda llegar a justificarlo.
Así que, antes que caer en manos de los griegos, sin duda para deshonrarlas antes de asesinarlas, Casandra y una parte de las mujeres troyanas ( Los Troyanos ) prefieren quitarse la vida apuñalándose en masa. Antes que sufrir la tortura de la pérdida de su hijito durante el resto de su vida, Madama Butterfly se hace el harakiri y Suor Angélica ingiere un brebaje letal. Y antes que vivir atormentadas por el remordimiento, la desesperación, el desamor o la vergüenza, Abigaille ( Nabucco ), Lakmé, Magda ( El cónsul ) o Lucrecia ( La violación de Lucrecia ) prefieren quitarse de en medio con dignidad y, por qué no decirlo, con grandeza, porque renunciar a la vida para evitar la infelicidad engrandece al personaje. Se comprende que personajes operísticos de la talla de Julieta, Dido, Hermann, Fedora, Otelo o Brunilda prefieran morir con dignidad a sobrevivir en la amargura.
La soprano Karah Son como Cio-Cio San en Madama Butterfly , de Giacomo Puccini.
En las óperas más importantes en las que ocurre un suicidio, la proporción de mujeres casi duplica a la de hombres. Dado que la autolisis responde siempre a un estado psicológico de malestar crónico insoportable, se explica que los libretistas y compositores de óperas de todas las épocas, casi todos varones, hayan creado o adaptado muchos más personajes femeninos que masculinos desgraciados o desesperados.
Como veremos en los casos particulares, los métodos preferidos para el suicidio operístico son el veneno, el arma blanca y el fuego, seguidos por el ahogamiento, la precipitación y el ahorcamiento.
El «suicidador» de heroínas
A Giacomo Antonio Domenico Michele Secondo Maria Puccini (Lucca, 1858 – Bruselas, 1924) le pusieron tantos nombres como generaciones de músicos había regalado la familia al Duomo de su ciudad natal. Como su padre, su abuelo y su bisabuelo, el adolescente Giacomo estaba predestinado a tocar el órgano de la catedral, pero pronto dio síntomas de descarrío como aporrear el piano en tascucias y robar cañerías de plomo para comprar tabaco, hasta que el 11 de mayo de 1876 su vida se encauzó. Representaban la Aida de Verdi en Pisa y Puccini recorrió a pie los veinte kilómetros que lo separaban de la revelación de su destino: componer óperas. Tras la prometedora Le Villi y el fiasco de Edgar , el apoteósico estreno de Manon Lescaut lo entronizó como nuevo rey de la ópera italiana, es decir, de la Ópera, cuando contaba los 35 años que vivió Mozart.
Como la de su colega Chaikovski, la música de Puccini sigue debatiéndose entre el indiscutible éxito popular y el desdén esnob de presuntos intelectuales musicales que rebajan los «sensibleros» melodramas puccinianos por excitar conscientemente los instintos menos refinados del oyente. Pero ahí están La Bohème , Tosca y Madama Butterfly entre las diez óperas más representadas año tras año en todo el mundo, y ahí siguen generación tras generación millones de espectadores dispuestos a llorar una vez más con la muerte de Mimí, a romperse las manos tras otro Vissi d’arte , a embelesarse de nuevo con el Oh mio babbino caro o a enronquecer de tanto bravo al Nessun dorma , a sabiendas de que el mago de las emociones Puccini se la está jugando una vez más con sus viejos trucos.
Las heroínas puccinianas (Manon, Mimí, Cio-Cio San, Floria Tosca, Suor Angelica, Liú) son «mujercitas que solo saben amar y sufrir», casi siempre hasta la muerte y mayormente suicidándose. Solo tras el escándalo del suicidio real de la criada Doria Manfredi, injustamente acusada por Elvira 5 —quien había dejado a su marido por Puccini— de mantener relaciones íntimas con el músico, el «poderoso cazador de aves silvestres, libretos operísticos y mujeres atractivas» compuso una ópera-western ( La fanciulla del West ) cuya protagonista Minnie no sólo no se mata sino que ni se muere.
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