Pescador y otras historias
Jorge Bericat
Pescador y otras historias nos invita a la reflexión y al debate. Con historias vibrantes de emociones, el autor explora diversas aristas de las pasiones humanas llevando al límite la tensión entre los personajes, y de la mano de ellos, al lector.
Acompañados de entornos marinos y agreste, estas historias nos invitan a viajar con la imaginación a las playas hermosas de Mar del Plata y la zona sur de Buenos Aires, donde los pueblos conservan viejas costumbres, algunas de ellas peligrosas. Este libro nos invita a transitar por espacios, tiempos y emociones que no dejarán indiferentes a quien lo lea: el amor, el desamor, la codicia y la locura serán el anzuelo para que este Pescador siga enhebrando nuevas historias.
Bericat, Jorge
Pescador y otras historias / Jorge Bericat. - 1a ed. - Villa Sáenz Peña : Imaginante, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-8919-06-5
1. Narrativa Argentina. I. Título.
CDD A863
Edición: Oscar Fortuna.
Correcciones: Silvina Espósito.
Diseño de cubierta: Raquel Chanampa.
Maquetador: Nelson López.
© 2021 Jorge Bericat.
© De esta edición:
2021 - Editorial Imaginante.
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ISBN 978-987-8919-06-5
Conversión a formato digital: Libresque
Mar del Plata seguía su ritmo tranquilo, como todos los inviernos. Aquella tarde de mediados de junio no sería la excepción. Estaba fría, lluviosa, y desde el amanecer se había puesto a soplar un viento constante del sur que golpeaba con fuerza y esparcía un silbido seco sobre el rojo de los tejados.
A través del vidrio húmedo del ventanal se podían vislumbrar las copas de los eucaliptus inclinados con fuerza inusitada dejando escapar las hojas más secas, y ellas volaban pensando, tal vez, o deseando ser golondrinas, soñando.
El televisor estaba encendido y por la pantalla desfilaban las panorámicas del temporal. El pescador cambió al canal local, Canal 8. Los villeros reclamaban porque se habían volado, literalmente, sus casillas; las cámaras mostraban las chapas y los cartones tirados y llevados por el viento que se entremezclaban con los perros y los niños jugando en la canilla de la esquina.
«¡Se van a enfermar esos chicos!» exclamó Teresina, la esposa del pescador, con su bebé en brazos. «Pon los dibujitos, me da frío mirar el noticiero».
Los fabelados se habían organizado, había líderes, tres como mínimo. Decían que el intendente les había dado casas a los de la Villa de Paso y que por qué no les daban también a ellos.
Reclamaban y a la vez estaban eufóricos, tal vez «pensaban», se habían dado cuenta de que este temporal les había traído suerte y que el gobierno les daría las casas tantas veces prometidas en vísperas de las elecciones.
Como al pasar, aprovecharon también para manifestar que el Plan no trabajes no alcanzaba para nada y una mujer eufórica trajo a colación que hacía mucho que no les aumentaban el Plan jefas y jefes de familia.
El asunto se estaba yendo de las manos cuando empezaron a tirar piedras.
—Tendría que ir el intendente —dijo Teresina.
El pescador apagó la tele y encendió la radio, música latina, FM, y se sentó en su sillón.
Teresina trajo el mate, se sentó a su lado, en silencio. Luego se acercó a él y le acarició el cabello, lo besó, se sentó en sus rodillas.
—Voy a acostar a la nena, se durmió —le dijo Teresina al oído.
—Me voy, amor —dijo el pescador—. Llegó la hora de partir.
—¿Con este día?
Igualmente, a pesar del clima, el pescador que conoce su oficio sabe que la zafra debe continuar aun contra viento y marea. Besó a su bebita suavemente para no despertarla, saludó a su mujer con un beso en la mejilla, ella se abrazó durante un momento refugiándose entre sus brazos fuertes y curtidos.
Él tomó con resolución sus petates y enfiló tranquilo hacia el puerto.
Hacía menos de una hora que había parado de llover y el cielo seguía encapotado, con las nubes viajando en direcciones encontradas sobre diferentes capas. Por momentos asomaba una tenue claridad que reflejaba el blanco plateado de las gaviotas locales cuando, en círculos, sobrevolaban como siempre el muelle de los silos.
El Greenville , más conocido en las tabernas y en las anécdotas como Grinvi ; desafiante, altanero, con sus más de cincuenta años surcando agua salada, estaba alistado y pronto a zarpar. Solo faltaban llegar algunos tripulantes rezagados.
El viejo pesquero de altura, ganador de mil batallas en los temporales interminables del Atlántico Sur, se bamboleaba impaciente entre rolidos y cabeceos, tensando y lascando alternativamente los fuertes calabrotes de amarre.
La planchada se acercaba y se alejaba alternativamente al compás de los rolidos hasta casi tocar el cemento del muelle Deyacobi.
El Greenville albergaba veintidós mil kilogramos de hielo en escamas en su inmensa bodega, que serían los encargados de mantener el pescado fresco hasta regresar al puerto.
Sus cisternas de agua potable se habían llenado a rebosar con diecinueve mil litros para el viaje y los tanques de gasoil también llenos con sesenta mil litros.
El fresquero estaba preparado para una autonomía de catorce días en alta mar.
Sus cámaras para tal efecto también habían sido abarrotadas de víveres y bebidas de todo tipo para consumo de la tripulación.
El pescador trepó de un salto ágil la planchada y en unos pocos pasos llegó a la puerta estanca exterior del puente de mando. La abrió en un solo movimiento rápido y entró decidido al recinto.
—¿Está cerrado el puerto? —preguntó al pasar.
—No. ¡Está abierto! —le contestó fingiendo sorpresa por la pregunta, aunque amablemente como siempre, el segundo patrón, y los dos entablaron un pequeño diálogo con el capitán, que estaba concentrado en la computadora, trazando el rumbo hacia la zona de pesca. Hablaron al pasar, solo para charlar, escuchar sus voces.
Sabían perfectamente que esa tormenta no detendría al Greenville .
—Decía del puerto.
—¿Qué tiene el puerto? —preguntó, irónico, el capitán quien sabía que se estaba refiriendo a la tormenta y sabía también que era una conversación de paso, por decir algo, extraoficial.
—Con esta marejada en la boca, deberían cerrarlo. ¿Te fijaste cómo rompe en la escollera sur?
—No pasa nada, está amainando —le contestó el capitán y siguió con sus tareas. El pescador siguió también con su rutina. Saludó a ambos con una sonrisa y se marchó del puente de mando.
Se encaminó hacia su camarote, vistió sus ropas de fajina, e inmediatamente, el pescador ocupó su puesto como jefe de máquinas del viejo barco. A los pocos minutos llamó al puente e informó: «¡Listos para zarpar!».
Diez minutos más tarde comenzaron las maniobras y el buque se fue deslizando sobre la rada interior hasta desembocar en el embravecido mar abierto.
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