Historia crítica de la literatura chilena
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3 Armando de Ramón también entrega datos interesantes sobre la población de la ciudad de Santiago que permiten apreciar el patrón de conformación de la ciudades latinoamericanas. A comienzos del siglo XVII, según libros de bautizos de la parroquia de El Sagrario en Santiago, se contaba un 67,7% de población indígena. La mayor parte de esta no vivía en la ciudad misma, sino que en rancherías a su alrededor, y no provenía de la zona central sino que era desterrada, la mayor parte, desde los territorios en guerra en el sur, o bien desde Cuyo y Tucumán (Ramón, 39).
4 Los testamentos indígenas publicados hace no tanto constituyen valiosos documentos en este sentido. Dictados por indígenas a escribanos como manifestación de última voluntad, permiten conocer no solo los bienes, el origen, condición, estado civil o descendencia del testador, sino que muchas veces hacen relatos en forma de autobiografía (Retamal Ávila, 16). Ver también Kordić, Raïssa . Testamentos coloniales chilenos. Madrid/Frankfurt am Main: Iberoamericana/Vervuert, 2005. Jorge Cáceres me ha apuntado que otros textos de interés en este ámbito son los documentos que resultan de los Parlamentos. Una publicación relativamente reciente es Los Parlamentos hispano-mapuches, 1593-1803: textos fundamentales editado por José Manuel Zavala Cepeda (Temuco: Ediciones Universidad Católica de Temuco, 2015).
5 El relato más conocido es el de Antonio Pigafetta, pero hay documentos complementarios: las relaciones de Francisco Albo y de Ginés de Mafra, las cartas de Maximiliano de Transilvania, Antonio Brito y Juan Sebastián Elcano (Cabrero, 31-32).
6 Los desplazamientos de los criollos y la pregunta por el lugar de enunciación de sus discursos no solo se relaciona con la idea de un imperio interconectado, sino que también con la de una relación asimétrica entre la metrópoli y las colonias. Este aspecto ha sido puesto en discusión por Jaime Concha a propósito de Pedro de Oña, al notar en su escritura –desde Arauco domado (1596) y El temblor de Lima (1609) hasta sus obras de asuntos españoles: El Vasauro (r. hacia 1635) y San Ignacio de Cantabria (1639)– una «progresiva reorientación temática que lo lleva a alejar la mirada de su contorno inmediato para hundirla en el pasado metropolitano (prestigioso por pasado y por metropolitano) o en los cielos hagiográficos de la dominación espiritual» (112).
7 Esta característica ya había sido notada por Irving A. Leonard, cuando comenta a propósito del contenido de un embarque de libros hecho en 1583 en Lima que «la ausencia de estudios científicos e históricos sobre las Indias indica una desconcertante falta de interés de los limeños por su propio mundo» (187). Dadas así las cosas, no debiera sorprender que durante el Siglo de Oro la presencia de libros sobre temas americanos sea también escasa en las bibliotecas españolas. Es lo que indica el estudio de Trevor J. Dadson, quien estudió las bibliotecas particulares de 90 individuos cuyos inventarios datan desde 1504 hasta 1709. El estudio comprueba la escasez de libros de temas americanos tanto en el siglo XVI como en el XVII, aunque a medida que pasa el tiempo se percibe un aumento de interés por este tipo de obras. Los libros que más veces se encontraron en estas bibliotecas fueron la Historia de las Indias de López de Gómara y la Historia general de las Indias de Fernández de Oviedo, lo que hace pensar que «lo que un español culto del Siglo de Oro podría saber del Nuevo Mundo es probable que lo aprendiera de uno o de ambos de estos dos libros» (Dadson 10).
8 Cruz concluye para el primer período, que ella establece entre 1650 y 1750, que los libros «se mantienen aún dentro de lo que podría llamarse ‘la cultura escrita tradicional’, estrechamente ligada a la primacía de las interpretaciones de la doctrina y de la moral cristianas postridentinas y al ascendiente de la jurisprudencia del período Barroco. Solo a partir de 1750 esta cultura tradicionalista y conservadora comienza a ser penetrada por las nuevas ideas ilustradas provenientes de Europa y de la misma Metrópoli» (Cruz, 108). En el segundo período, entre 1750 y 1820, aumenta la importancia del libro, antes restringida, pues aumentan las bibliotecas privadas y conventuales. También se fundan las primeras bibliotecas públicas, como lo fue la biblioteca del Obispo de Santiago, Miguel de Alday y Aspeé, que contaba con 2.058 volúmenes al momento de su fallecimiento, los que fueron donados a la Catedral de Santiago para su uso público (Cruz 144).
9 Antes del establecimiento de esta Universidad se dictaban cursos en universidades conventuales o menores al alero de las órdenes religiosas, como ocurrió con dominicos y jesuitas. Estas universidades tenían, sin embargo, un estatuto limitado pues solo podían otorgar grados básicos de filosofía o artes y de teología (Ávila Martel, 176).
10 Puede ser muy interesante considerar cuál fue la función de estas imprentas. Teodoro Hampe Martínez explica que las imprentas en México y Lima tuvieron en un comienzo una importante labor en términos de la cristianización de las poblaciones autóctonas, lo que más adelante cambió hacia la función de educar y entretener a los colonos, y cubrir necesidades de la administración. Ello se ve reflejado en el número de impresos en idiomas nativos en Nueva España: desde 1539 a 1600 un 31,3% de los impresos son en idioma nativo, mientras que entre 1600 y 1700 solo lo son un 3% (56).
11 Sonia V. Rose apunta muy bien a esta relación al vincular la aparición de academias en el Virreinato del Perú con el desarrollo de la burocracia, pues esta se nutre de redes clientelares de los nobles que residían en la corte. El puesto burocrático exige un grado de erudición y de cortesanía cuya posesión parece garantizar la pertenencia a una academia (84-85).
12 Siguen siendo muy válidas las características de la situación de enunciación que Lucía Invernizzi («Antecedentes del discurso…») reconoció para el discurso testimonial chileno de los siglos XVI y XVII: la existencia del mandato de informar a la Corona acerca de la realidad del Nuevo Mundo y de los hechos de los que se es testigo o participante (son textos testimoniales); la calidad de súbdito del emisor, que convierte la relación de hechos en «defensa, acusación, reclamo, alegato, protesta, demanda» (58) dirigida al soberano con el fin de obtener premios o de influir en la aplicación de políticas impuestas a América desde España; la conciencia de la distancia geográfica con respecto a España, que los deja en una situación de marginalidad con respecto al centro del poder.
13 Su relato de viajes tuvo varias publicaciones, todas del siglo XX. Las primeras ediciones del texto redactado en 1605 fueron Descripción de Indias (Edición de Carlos A. Romero. Revista del Instituto Histórico del Perú . Lima, 1907) y Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile (Edición de Manuel Serrano y Sanz. Historiadores de Indias . Tomo II. Madrid, 1909).
14 El relato de Ocaña se encuentra en forma de manuscrito con el título de Relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el Nuevo Mundo (1599-1605) en el Fondo Antiguo de La Universidad de Oviedo. Ha sido publicado fragmentariamente como Relación de un viaje maravilloso por América del sur (Madrid, Studium, 1969), como A través de la América del sur (Madrid, Historia 16, 1987) y Viaje a Chile (Santiago: Universitaria, 1995).
15 De Jerónimo de Quiroga se han publicado Compendio histórico de los sucesos de la conquista del reino de Chile hasta el año 1656, sacado fielmente del manuscrito del maestre de campo Jerónimo de Quiroga (Madrid, Semanario erudito, 1789); y Memorias de los sucesos de la guerra de Chile, redactado h. 1692 (Santiago: Andrés Bello, 1979).
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